Agustí Camps (49 años) se emociona cuando relata y agradece el apoyo de amigos y vecinos. Muchos son clientes de su negocio, la Vermuteria Puigmartí, ubicada en el corazón del distrito de Gràcia. Una familia forjada en pocos años gracias a su carisma de restaurador, modelado y perfeccionado durante sus 30 años como camarero, organizador de fiestas, responsable de sala y dueño de su propio negocio desde 2016.

Trabajar en la restauración se convirtió desde el pasado 13 de marzo, con la llegada de la pandemia, en una profesión de riesgo con altas dosis de nerviosismo y ansiedad provocados por una pesada incertidumbre. Durante tres meses y medio el bar no ingresó un solo euro. Pero las facturas de la luz y el alquiler de 1.100 euros mensuales por el local de 37 metros cuadrados seguían llegando. 



Interior de la Vermuteria Puigmartí en una imagen tomada este martes / GUILLEM ANDRÉS





 

Ante esta encrucijada Camps, que vivía con sus dos hijas de 15 y 20 años en un piso de alquiler en el Eixample, tomó una decisión. "Aposté por el bar, el futuro de mis hijas. Dejé el piso y me vine a vivir aquí, encima del bar", explica. Desde junio vive en una suerte de almacén por el que sigue pagando 480 euros de alquiler, que este mes dice no poder afrontar. Varios vecinos y clientes le abrieron la puerta de su casa. Ahora come y se ducha en el piso de una de sus comensales habituales, en el mismo edificio del bar. Él, que difícilmente pierde el ánimo, le prepara cada día la comida para no perder la forma con los fogones.

INSPECCIÓN

Cuando levantó de nuevo la persiana el 1 de julio, las nuevas recomendaciones de la Generalitat para frenar los rebrotes mantuvieron a los clientes lejos del bar. Un inspector del Ayuntamiento de Barcelona dio la estocada final cuando apercibió al restaurador por tener tres barriles en la calle sin permiso de terraza. Una segunda visita supondría una sanción económica imposible de pagar.

Ubicado a unos pasos del antiguo mercado de la Abaceria el pequeño bar solo puede atiende a 12 clientes al mismo tiempo, el 50% de su aforo, siguiendo las actuales restricciones sanitarias. En un clima de pandemia, en el que mucha gente evitar compartir espacios cerrados, los barriles acogían a una decena de personas y salvaban la jornada. Son el principal reclamo para captar clientes. "Dentro cabe muy poca gente y con los barriles puedo controlar muy bien el aforo", defiende.

El Ayuntamiento de Barcelona prohíbe a Agustí Camps sacar estos barriles a la calle / CEDIDA



La visita del funcionario municipal obligó, de nuevo, a cerrar el pasado 31 de julio. Con sus dos actuales empleadas en un expediente de regulación temporal de empleo (ERTE), asegura que no es rentable abrir. Atender él solo a la docena de clientes en el interior con la buena atención que requiere, dice, no es viable.

'NOS TRATAN COMO DELINCUENTES'

En cuatro años nunca pasó un inspector, se queja Camps. Ahora, en plena tormenta perfecta para los bares de Barcelona por las restricciones de aforo, que ahora se suma la limitación del 50% también en las terrazas, disponer de esos 10 o 12 clientes en un espacio de la acera de la calle Puigmartí marcaba la diferencia entre abrir o cerrar. "Solo pido que me dejen trabajar. No molestamos a nadie. Nos tratan como a delincuentes", denuncia este barcelonés, nacido en Manlleu, que acusa a la administración de "perseguir" y "criminalizar" a los bares.

La historia del Puigmartí no es única en el barrio de la Vila de Gràcia. Ilustra el drama de decenas de pequeños empresarios que asisten con agonía al posible final de unos negocios levantados con sudor y muchas horas de trabajo. Camps convirtió una antigua cafetería en un respetado y popular bar, alabado en las listas gastronómicas como un pequeño templo del vermú barcelonés. 

Algunas de las tapas que el bar solía servir hasta hace un mes en el barrio de la Vila de Gràcia / G.A



Tras los primeros años recuperando lo invertido junto a su socia, su expareja, la Vermuteria Puigmartí despegaba. El negocio funcionaba y el entusiasmo de este hijo de tendera contagiaba a una clientela local, muchos de ellos vecinos. El diminuto local dio trabajo a cuatro camareros. Este abril su dueño planeaba irse unos días a Mallorca, desahogarse. Las primeras vacaciones en cuatro años de largas horas detrás de la barra. Pero el virus lo truncó todo.

LUCHA COMPARTIDA

A principios de agosto el boca a boca entre bares y restaurantes que se contaban sus batallas particulares para salvar sus proyectos hizo que 140 bares se agruparan en la renacida Associació de professionals de bars i restaurants de Gràcia. Piden una revisión, caso por caso, para reclamar las terrazas extraordinarias, la mayoría de las cuáles se han denegado en este barrio de Gràcia. En su caso, el 29 de julio solicitó poner sus tres barriles. El Ayuntamiento aun no ha respondido a la solicitud y como el resto de sus colegas de profesión denuncian la "arbitrariedad" del consistorio en la concesión de terrazas.

Inquieto de serie, este emprendedor se revuelve en el taburete mientras insiste en su mensaje. "Te sientes tan desamparado, vulnerable, pisado. Por favor, ¡que no somos delincuentes! Pagamos todos los impuestos, somos un sector súper controlado. ¡Que me dejen trabajar! No pido nada más", pide. Sin trabajar, las largas horas del día dan para pensar. El "runrún" de la cabeza no le abandona y ha empezado a apalabrar alguna solución con algunos compañeros de profesión en caso de cerrar el local.

SEGUIR REMANDO

"No puedo hacer nada, no puedo pagar la Universidad a mis hijas. No puedo compartir nada con nadie, no tengo vivienda ahora mismo, un espacio digno", confiesa desesperado. Pidió un préstamo ICO de 20.000 euros que en breve agotará. Los 693 euros de ayuda de la Generalitat que recibió durante tres meses ya se esfumaron. También los 300 euros del Ayuntamiento. A excepción de julio, casi cinco meses sin hacer caja dibuja un escenario difícil de remontar.

El bar de Camps cerrado, en el número 12 de la calle Puigmartí de Barcelona / G.A



Cerca de 70 bares del barrio podrían cerrar antes de diciembre, según una encuesta de la misma asociación. Ahora, a partir de septiembre, es cuando la parálisis en la restauración mostrará su imagen más cruda. Al menos tres establecimientos a unos metros de la vermuteria ya han tirado la toalla. Pero Camps no se arruga y su optimismo, también marca de la casa, le empujan a seguir remando. 

 

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