“!Qué bonito es Badalona y ese municipal…”, cantaba Serrat en 1978, año de la Intocable Constitución e inicio del Régimen Actual. Después, el alcalde Xavier Garcia Albiol reconvirtió al municipal en miembro de la unidad de élite Omega. Forjada como la policía francesa y alemana, no repartían flores a los antisistema pirómanos ni bombones en los barrios conflictivos. Luego, la activista Dolors Sabater le birló la vara de mando. Durante su trienio nada liberal, disolvió a los Omega y entregó las calles al Cupijerío, a aprendices de anarco-batasunos, matoncillos de la guardería Arran y a la confluencia de franquistas travestidos con supremacistas corruptos. El lenguaje oficial les llamó progresistas, aunque eran y son un cóctel de totalitarios morados, estrellados y enlazados.
Tras otro casi bienio con un alcalde socialista piripi, la Baetulo romana ve la vuelta de Albiol al puente de mando como el general MacArthur volvió a Filipinas. Gracias a que tantos partidos progresistas ajuntados han revolucionado aquel clásico lema de los Tres Mosqueteros, que ahora dice: “ninguno para todos y todos para ninguno”. Parecerá extraño, pero Badalona es rara desde que inventó el Anís del Mono y el clero carlistón quiso prohibir su etiqueta porque evocaba la teoría de la evolución de Darwin y hacía peligrar sus Aromas de Montserrat. Ya cuando el Felipismo, si se pintaban una gafas negras sobre la cara del mono, se parecía en sobremanera a Juan Guerra, hermanísimo del faraón socialista que más ama a los catalanes desde los tiempos de Quevedo.
Que Badalona es bonita no lo duda nadie que haya viajado de Can Tunis a Mataró. Y hay consenso en que es una rara avis en Cataluña. Tiene un monumento a su ciudadano Manolo Escobar, que incluyó su versión de Qué bonito es Badalona en el álbum Suspiros de España. Y nombró hijo predilecto al maestro del flamenco Miguel Poveda. Si eso pasara en el Ampurdán o en Vic, arderían campanarios. Otra rareza de los badaloneses es que forasteros impostores presumen de pertenecer a su especie. Como la yaya Piluca de los Países Catalanes, que escupe insultos por todos los medios a su alcance. O Toñito, el millonetis amarillo de TVNodo3 gracias a burlas y subsidios por cargar con las mayores narices del Principado.
Afortunadamente, Badalona tiene nativos auténticos como la nadadora Mireia Belmonte, el pensador del periodismo Enric Juliana, el meteorólogo Tomás Molina o Jorge Javier Vázquez, estrella de la retaguardia rosa. Por todo ello, la ciudad necesitaría ahora a su autoridad internacional del psicoanálisis, el fallecido Joan Salinas i Rosés. De Badalona se añora también su discoteca Tiburón, que cuando el tardofranquismo y la maldita transición era lo más transversal que había a la otra orilla del Besós. Sus vigilantes eran personas de mano izquierda y buenas maneras. No como aquel gorila de la puerta de la vecina disco Titus, que ahora va de mandamás policial de Cataluña pero nunca se comería un rosco en Badalona. Ciudad tan rarita, que hasta tiene “su carné de identidad”, según concluyó Serrat.