Paqui Perona desayuna en una cafetería de la plaza de Camarón de La Mina, "del barrio", antes de empezar su jornada laboral. "Así me tomo las pastillas del azúcar", dice mientras da buena cuenta de un par de tostadas. Sofía y ella atienden a Metrópoli en el humilde local, repleto de pastas y de vecinos que se ponen al día. Justo al lado, Basilio, su hermano, descarga mercancía de una furgoneta para la carnicería que regenta.
Paqui y Sofía, ambas trabajadoras en el Consorcio de La Mina, intercambian opiniones sobre el pasado 8 de abril. "Acabé agotada", comenta Paqui, a quien le choca la diferencia entre el acto que tuvo lugar en el ICAB, organizado por la FAGIC, y en el Parlament. "No pusieron ni la bandera gitana", critica Perona. Al mismo tiempo, otras dos mujeres se acercan a la mesa para ponerlas al corriente: han empezado a trabajar de limpiadoras en el IES del barrio. Ya de paso, les muestran algunas fotografías de la familia y les explican las novedades: la hija de una de ellas se ha casado y se ha mudado a Valencia. "Es raro porque paso de tenerla siempre en casa a no verla", comenta con melancolía la madre. "Es ley de vida", opina Paqui.
TRABAJOS PARA SUBSISTIR
Paqui Perona lleva más de 20 años acompañando a las mujeres del barrio al mercado de trabajo: "Intentamos que sean ellas las que decidan su objetivo laboral, que va ligado al dinero y a que puedan conciliarlo con la familia". ¿Aspiran las mujeres de La Mina que ellas atienden al trabajo de sus sueños? No. "Para ellas, el trabajo es puramente instrumental", señala Sofía. "Las chicas de aquí no buscan un trabajo en el que sentirse útiles. Solo quieren ganar dinero para poder vivir".
Las mujeres que acuden al Consorcio no suelen tener un nivel formativo ni educativo. La mayoría no han terminado ni la ESO. Es un pez que se muerde la cola: ellas no estudian porque tienen otros objetivos vitales que suelen ser criar a sus hijos. "Suelen aceptar trabajos de cuatro horas", explica Paqui. Pero si el sueldo es una "miseria", piensan que es mejor que trabaje el marido, que socialmente está más aceptado. "No les recompensa cobrar 400 euros al mes si tienen que pagar los viajes en el transporte público o el comedor del colegio porque no pueden estar con los niños". Las prioridades, por lo tanto, de una joven de 18 años de La Mina a otra que no sea de allí, cambian. "Lo que da pie también a la economía sumergida. Esos 400 euros que pueden cobrar en un trabajo lo pueden ganar vendiendo cuatro ropas en el mercadillo", aclaran.
DE LAS BARRACAS A LA ACTUALIDAD
Paqui Perona pertenece a la generación que llegó a la recién creada Mina, en el 1973, desde los asentamientos de barracas, en su caso, del Campo de la Bota. "Pero vinieron también de Montjuïc o del Carmelo", recuerda. "Ninguna de las de mi época acababa la EGB. En aquella época, el colegio se acababa de construir y no se sabía ubicar en un barrio segregado como este". Sin embargo, 10 años después, las mujeres salían con la ESO bajo el brazo. En aquellos años, los 80, ya se había hecho vida comunitaria y las niñas de entonces no tenían que pagar las consecuencias de las primeras.
De nuevo, otro cambio en el sistema educativo provocó el fracaso escolar que hoy en día se conoce en el barrio: "Mantener a una niña gitana en el colegio hasta los 16 cuesta. A esa edad también se tienen que afrontar otros momentos como cambiar de escuela a instituto", explica Paqui, lo que conlleva otro proceso de adaptación que llevan muy "malamente". "Perteneces a una minoría étnica en la que no te sientes reconocida, sientes una distancia tremenda con el sistema", denuncia Perona.
"LOS QUE HAN PODIDO MEJORAR SU VIDA, SE HAN IDO"
Ella misma decidió quedarse en el barrio que la vio crecer, pero Paqui asegura que "los que pudieron mejorar su vida e irse a otro sitio, se han ido". Sin embargo, la mujer pone énfasis en los nuevos vecinos que, con los años, han aparecido en La Mina: personas con un bajo poder adquisitivo o "aquellos a quienes les daban dinero para irse de otro barrio gitano". "Mucha gente de la Perona vino aquí y políticamente se sabía. Les pagaron para que se fueran, pero no les alcanzaba para comprarse un piso en otro sitio que no fuera este", asegura Paqui.
En la misma línea, Perona tiene claro que mucha gente vive con un "imaginario" en la cabeza de lo que es el barrio: "Aún recuerdan al Torete o al Vaquilla". "Echar la culpa al más débil es muy fácil. El germen del antigitanismo es ese: decir que los gitanos no queremos ser ayudados".
INAUGURACIÓN DE LA CALLE DE RAFAEL PERONA
El activismo está en los genes de la familia Perona. El mismo 8 de abril, cuando se celebró el Día Internacional del Pueblo Gitano, diversas figuras políticas y decenas de vecinos del barrio se congregaron en Sant Adrià para inaugurar la calle de Rafael Perona, hermano de Paqui, que falleció en las Navidades de 2020.
La familia recordó la trayectoria del hombre, un activista gitano conocido de sobras en La Mina.