Los primeros años noventa posibilitaron una reflexión profunda sobre la transformación económica, social y cultural en los barrios de Barcelona y en el conjunto del área metropolitana. Era un buen momento para realizar una primera evaluación sobre lo que habían implementado los primeros alcaldes de la democracia. Una de las primeras ideas, que siempre estuvo presente, es que las maquinarias políticas habían anulado el poder y las energías de movimientos asociativos y vecinales. Aquella vitalidad se canalizó a partir del dirigismo político. Lo hizo el PSC y también CiU, a través del poderoso brazo de Benestar Social, desde la Generalitat, con el consejero Antoni Comas que se ocupaba, ¡atención!, de entidades sociales y culturales bajo esa etiqueta.

Los movimientos vecinales, el poder de los ciudadanos que disfrutaban de los primeros años de la democracia, la frescura de sus peticiones, todo ello quedó bajo el manto de los políticos profesionales. ¿Lamentable? Según como se mire, porque la democracia implica, también, ordenamiento, reglamentos y el juego político a través de los partidos, con un mandato constitucional muy claro.

En todo caso, el hecho de que en muchas ciudades –también en Barcelona hasta 2011- el color político que imperara siempre fuera el rojo –el del PSC, en solitario, o en coalición con el PSUC y después con ICV—llevó a pensar que lo que primaba era, en realidad, un clientelismo insufrible, un ‘caciquismo’ inaguantable.

Ahora bien, más de cuarenta años después, esa idea resulta ridícula, porque ha habido un cambio generacional notable, porque la transformación social, económica, cultural, tecnológica es de tal dimensión que no se aguanta por ninguna parte. Sería tanto como decir que esa parte de la sociedad catalana, --el motor real de toda Catalunya—es menor de edad, que se ha dejado dominar, que no sabe ni ha sabido nunca lo que significa la democracia. Parece un chiste.

Pero es lo que ha señalado el candidato de ERC, Ernest Maragall, a la alcaldía de Barcelona, un dirigente que ha protagonizado casi toda su vida política en las filas del PSC. “Venimos a liberar del caciquismo y de las tradiciones imperantes, venimos a liberar de la apropiación indebida que se ha hecho de la realidad metropolitana en este país, que la ha congelado y no nos ha dejado sumar las energías de los 36 municipios”. Pas mal.

Dicho de otro modo: ¿El PSC se ha ocupado y preocupado mucho del área metropolitana? Sí, y por eso sigue ganando elecciones cuarenta años después. ¿Gana porque aplica un régimen caciquil? Eso resulta un insulto para todos los votantes, de todo color. Porque ocurre que el voto es libre y se expresa de forma distinta en función del tipo de elección. Y se puede votar republicano a la Generalitat, y socialista en un determinado municipio. O se puede, como históricamente ocurría en Sabadell, votar a un alcalde de ICV, Antoni Farrés; votar a CiU en la Generalitat, y PSOE en las elecciones generales.

La potencia del área metropolitana se vio mermada por Jordi Pujol, cuando decidió eliminar la Corporación Metropolitana en 1987. En los últimos diez años, ese poder se ha recuperado, con la Autoridad Metropolitana de Barcelona, la AMB, pero lo perdido ya no se recuperará y la culpa no la tuvo la izquierda, precisamente. Y eso lo sabe Ernest Maragall.

Los partidos tienen todo el derecho –y la obligación, incluso—de defender postulados distintos a lo largo de su vida. La sociedad evoluciona, los problemas son otros, y Esquerra hace bien en preocuparse del hecho metropolitano. Los votos no son de nadie. Pero hay que trabajarlos. Y el nacionalismo catalán no hizo mucho por conseguirlos. La prueba es que CiU, hegemónica durante décadas en Catalunya, renunciaba a trabajar, con buenos candidatos, en el área metropolitana, y se conformaba con tener unos pocos concejales, que obtenía casi por defecto en los núcleos más céntricos de esas ciudades: el voto de los comerciantes del centro. ¿Eso se debía al caciquismo de los socialistas o a la desgana convergente?

Hace muy bien ERC en ofrecer propuestas para todos los ciudadanos, en todas las ciudades, en todo el territorio. Pero no debería vender cosas que no son. El espíritu del PSUC, como dice Maragall que ahora quiere representar ERC, queda muy lejos. La apropiación da un poco de risa.

Hay que saber de dónde surgió todo. En la campaña de 1980, decisivas para todo lo que vino después, la patronal Fomento trabajó, y de qué manera, en favor de la Esquerra Republicana de Heribert Barrera. Todo se puso a disposición de ERC para que los republicanos apoyaran a Jordi Pujol y se pudiera evitar un primer Govern de la Generalitat con los “comunistas” del PSUC y los socialdemócratas de Joan Reventós. Maragall lo sabe, claro.

¿Ahora viene ERC a romper el ‘caciquismo’ en el área metropolitana? ¿Really?