Ahora que todavía estamos atrapados en el bucle (agujero negro) de quién será el nuevo alcalde de Barcelona, las teorías y los modelos de nuestra ciudad del futuro se multiplican. Cada dos por tres nos dicen que nuestra urbe ideal debería ser de este o de ese modo. Hace tiempo ya que nos sobrevuela aquello de “la ciudad de los quince minutos”, una manera de decir que lo genial será tenerlo todo muy cerquita, sin salir del barrio-pueblo, todo lo que necesitemos a un tiro de piedra, andando o en bici. Idea y modelo que ya tiene sus años, aunque ahora resuena con más fuerza que antes. Se lo inventó en el año 2016 el urbanista colombiano Carlos Moreno.

Se trata, en pocas palabras, de transformar la movilidad y los servicios en las distintas zonas urbanas. Moreno argumenta acerca de las bondades de las ciudades que logran reducir cada desplazamiento para que los ciudadanos desarrollen una vida de gran proximidad y cercanía, con servicios como parques, colegios, centros sanitarios, espacios de ocio o centros de trabajo a tan solo quince minutejos de su propio piso. Y todo sin la dependencia estresante y contaminante de un vehículo motorizado.

Resultado final: un modelo de ciudad con zonas multiusos con cuatro ingredientes esenciales: proximidad, diversidad, densidad y ubicuidad. Sabemos que el urbanista Carlos Moreno es catedrático en la Universidad París y asesor de la alcaldesa socialista de la capital francesa, Anne Hidalgo.

También partimos de la constatación del programa ONU-Habitat, que nos advierte que las ciudades consumen el 78% de la energía mundial y producen más del 60% de las emisiones de gases de efecto invernadero responsables de la crisis climática.Y es que el urbanista colombiano cita a menudo, como ejemplo cercano a su modelo, las superilles (supermanzanas) de Barcelona, un proyecto que persigue cerrar el tráfico alrededor de varios bloques para reducir el espacio ocupado por los vehículos privados y alentar la movilidad de peatones y ciclistas, generando un espacio público con una mayor densidad de zonas verdes y más áreas de juego infantil y de práctica del deporte.

En París, en Busan (Corea del Sur), en Buenos Aires (Argentina), en Milán (Italia), en Edmonton (Canadá) e incluso en la lejana Melbourne (Australia), este modelo de la ciudad de los quince minutos parece que prospera, cada una a su ritmo. Pero lo cierto es que una ciudad significa movimiento, diversificación, un barrio financiero, otro cultural, una zona deportiva… Puede llegar a ser francamente limitante eso de encerrarnos cada uno en nuestro barrio, cultivando esa miopía ciudadana de vernos y relacionarnos tan solo con nuestros vecinos.

¿Siempre comeré en el mismo restaurante que tengo debajo de casa? ¿Y si quiero ir a una expo de arte a ver algo que no tengo en mi calle? ¿Y qué hay de eso de hacer amigos, de conocer a gente nueva, de oxigenar mi ecosistema vital-experiencial-humano? Una ciudad es y debe ser un espacio de intersección, una sorpresa constante, la excitante posibilidad de “salir de nosotros mismos” (y del barrio) para explorar nuevos horizontes, nuevas vidas en movimiento.

En fin… El futuro debería ser una ventana abierta a la hibridación, a la diferencia, a la conexión entre mundos aparentemente distantes. Si cada uno se encierra en su ultralocal zona de confort, ¿como vamos a generar innovaciones y creatividades? Una sociedad fragmentada, estructurada en nichos, en burbujas autónomas, suena a distopia más bien inquietante y poco apetecible. A ver qué ciudad nos queda, más allá de las ideas de nuestros dirigentes municipales y sus ocurrencias más o menos molonas.