Convivir con una sala de venopunción para toxicómanos en la acera de enfrente no es fácil. Todavía lo es menos cuando uno de tus familiares ha fallecido hace pocas semanas por esta problemática. Kiko fue una víctima directa de las peleas e invasiones a su comunidad de vecinos que protagonizan, día sí y día también, los adictos del barrio de La Mina de Sant Adrià de Besòs.
Ya han pasado dos semanas tras el infarto que le arrebató la vida a este vecino de 54 años al que todo el mundo quería. Sus vecinos y familiares lo describen como alguien muy "apañado", un "manitas" que igual te arreglaba un coche como cualquier desperfecto de casa. Ahora, su hermano y su sobrino, que todavía están acostumbrándose a la ausencia de Kiko, piden justicia y quieren reactivar las protestas que hace años concentraron a decenas de personas para pedir el traslado de la narcosala fuera del barrio.
La trama de la vigilancia de pisos
El hermano de Kiko tiene ganas de honrar la memoria de su hermano. En uno de los bancos de la soleada plaza del CAP de La Mina explica a Metrópoli sus recuerdos: "Nosotros vivíamos en lo que ahora es La Mina vieja, pero nos mudamos a estos bloques hace unos 10 o 12 años". Son las viviendas situadas en la avenida de Manuel Fernández Márquez, concretamente las del número 45. Al principio, la tranquilidad imperaba en la comunidad: "Éramos cuatro gatos y la mayoría estábamos en los pisos superiores, en la quinta planta". Sin embargo, todo comenzó a cambiar con la llegada de okupas y con la apertura de la narcosala.
A pesar de que el perfil de okupas que habitan en el edificio no es violento ni causa grandes problemas, el pariente de Kiko recuerda las consecuencias de la trama que este mismo año ha acaparado titulares por la confirmación de la inhabilitación a un exconcejal del PSC de Sant Adrià: "El día que se destapó todo lo de la vigilancia de los pisos, no pudimos dormir". Esa misma noche se abrieron multitud de casas "de patada", incluidas las del bloque de Kiko: "Se escuchaban golpes por todas las calles. Aquí ya se empezó a meter gente y la cosa cambió". Un negocio irregular que se desarrolló entre el 2012 y el 2016.
Una narcosala por sorpresa
Precisamente en esos años, los vecinos también fueron testigos de la instalación de la narcosala en la misma calle. "Antes había una provisional detrás de la biblioteca, junto a la comisaría de los Mossos d'Esquadra", recuerda el hermano de Kiko, 10 años menor que él. Un servicio que nadie del gobierno municipal de aquel entonces, también socialista, anunció a los más afectados por su presencia.
Los residentes del bloque ya lo contaron a este medio hace semanas, cuando el fallecimiento de Kiko todavía era muy reciente. Desde visitas inesperadas a medianoche de los toxicómanos que accedían a la escalera hasta la aparición de jeringuillas y "mierda" por todo el portal. El sobrino de Kiko, también presente en la conversación, recuerda una anécdota de cuando su tío aún vivía: "Una tarde aparecieron tres búlgaros en el rellano. Unos tíos enormes. Habían cogido el ascensor para acceder a los pisos superiores. Encima, cómodos". Moradores en su gran mayoría del este de Europa que, ante las preguntas de los residentes que los detectaron, abandonaron el edificio sin dar problemas.
"Ponérselo difícil"
Pero estas encuentros son más que habituales. No lo serían tanto si la puerta de acceso al edificio tuviese las medidas de seguridad pertinentes. Un día después de la muerte de Kiko, el Pla de Besòs arregló la cerradura, que estaba rota. A los pocos días, volvieron a "petarla": "Me sabe mal que lo hicieran con tanta prisa cuando mi hermano ya estaba muerto", lamenta el afectado.
Kiko salió por la puerta de casa la madrugada del 17 de febrero para dirigirse a la sala de los contadores, en el terrado. "Lo vi salir y ya no volvió", recuerda su familiar. Lo hizo para "ponérselo difícil" a los drogadictos. Quiso quitar la luz del fluorescente del cuartito: "Si tienen que usar un mechero o la linterna del móvil para pincharse, ya los molestas", dice su sobrino. Lamentablemente, a Kiko le dio un infarto cuando estaba subido a la escalera y cayó fulminado.
Traslado de la sala
Tras la tragedia, los vecinos de Kiko solo tenían buenas palabras para él. Las mismas que sus familiares: "Siempre estaba dispuesto a ayudar a todo el mundo". Su personalidad, además, destacaba: "Nosotros éramos el hermano de Kiko o el sobrino de Kiko. Nos asociaban a él". Les unía, dicen entre risas, una cualidad: que era calvo como ellos. También muy sociable y extrovertido, "hacía amigos con facilidad". Siempre vigilante, cuidaba que sus conocidos y allegados no tuviesen ningún problema con nadie: "A veces decía que algún día engancharía a uno de esos que se cuelan en el bloque, aunque sabía que no era la solución".
Ahora, parece que el embrión de la lucha se gesta de nuevo en el barrio. "Queremos reactivar la petición vecinal de que trasladen de sitio esta narcosala". Son conscientes de que el equipamiento "tiene que ir en algún lado", pero no entienden cómo se puede mantener en La Mina: "Vienen de Barcelona, de zonas como Sant Antoni, hasta aquí porque también se vende. Lo tienen todo", asegura el sobrino de Kiko. "Ha vuelto la heroína y esto está cada vez peor". Ya ni se esconden, dicen ambos familiares: "Antes por lo menos se metían en algunos solares vallados y allí hacían sus cosas. Como cada vez quedan menos porque están construyendo pisos, no les queda otra que hacerlo en plena calle. Algunos te piden perdón cuando los ves, pero no tengo porqué salir con niños pequeños a la calle y que vean esto", se quejan.
Llamado vecinal
Los afectados intetan averiguar la manera de hacer ruido y de llegar al Ayuntamiento de Sant Adrià. "Que presionen a quien tengan que hacerlo", dicen. "Mi hermano y yo solíamos hablar de esto asomados en el balcón. Teníamos buenas vistas hasta que construyeron el nuevo CAP y esta sala". Una zona que suele estar frecuentada por los mismos grupos de toxicómanos que forman corrillos a las puertas de la sala, algunos por las mañanas, nerviosos por consumir su dosis diaria. Los tiempos han cambiado y estos vecinos auguran un descontrol absoluto del consumo de drogas en las calles del barrio.
Sin embargo, desde la Asociación de Vecinos de La Mina rompen una lanza a favor del equipamiento. Aseguran que en el último trimestre del 2023 se recogieron de la calle 29.000 jeringuillas menos que en el segundo trimestre del año. Aún así, las imágenes que los vecinos han hecho llegar a este medio en multitud de ocasiones sobre la acumulación de estos utensilios usados en diferentes solares del barrio preocupan a la ciudadanía. Por lo menos, a esa parte que la ha sufrido directamente.