Se rompe el pacto de 'no agresión' entre ciudadanos y populares
Con las elecciones en juego, la lucha por el Ayuntamiento de Barcelona marca las diferencias entre ambas formaciones
8 septiembre, 2018 20:27Noticias relacionadas
El fin de las vacaciones y el inicio del nuevo curso político, con elecciones municipales previstas para el próximo mes de mayo, ha abierto estos últimos días la espita de las luchas entre los diferentes partidos del espectro político barcelonés.
Ya no es tan solo un tema a nivel nacional, que también -ver reciente ruptura del pacto Ciudadanos-PSOE en Andalucía, que aboca a otras elecciones autonómicas. Tampoco es un tema estrictamente catalán; es algo más: hacerse con el gobierno de Barcelona.
“Quien tiene Barcelona controla Catalunya”, se asegura en diferentes mentideros políticos. Barcelona es 'cap i casal', es el punto neurálgico de la comunidad autónoma y es el centro económico catalán, además de ciudad cosmopolita, olímpica y con una imagen internacional que la convierte en 'marca' reconocida y reconocible, muy por encima del anhelo que algunos desearían para el símbolo CAT.
Es por eso que, con Barcelona en juego, los movimientos que hasta ahora se producían en la sombra y apenas eran percibidos hayan empezado a aflorar recientemente entre los diferentes partidos que aspiran a hacerse con el poder de la Casa Gran. Y eso, entre formaciones que comparten líneas políticas bastante cercanas.
LA LÍNEA ROJA
Ocurre que, tal como está el patio, lo que pasa en uno de los dos edificios nobles de la plaza Sant Jaume se refleja, cual espejo, en la otra parte. En este caso, lo que se da en el Palau de la Generalitat se siente en el Ayuntamiento de Barcelona.
Generalitat y Ayuntamiento están separados por pocos metros, pero es que, en estos momentos tan ideológicamente radicales, parece que ni siquiera esos escasos metros existan. Y la culpa de todo esto la tiene el independentismo. Es la línea roja que separa a unos y a otros, aunque en cada bando se agrupen partidos que nada tienen que ver con la tradicional separación entre izquierdas y derechas. En este caso, cabría decir que la ideología ha quedado superada por el nacionalismo.
Están por un lado los partidos indepes y, por el otro, los soberanistas. Entre los primeros, el arco va desde la derecha conservadora del PdeCat hasta la revolucionaria y rebelde CUP, pasando por ERC; en el otro lado del cuadrilátero, desde la socialdemocracia del PSC hasta la derecha española del PP, pasando por algo llamado Ciudadanos, a los que unos ven a veces como centro-derecha y otros, como herederos de los votos ex socialistas.
Sea como fuese, aquí vamos a hablar de la confrontación específica entre PP y Ciudadanos por hacerse con ese espacio ideológico -dentro ambos del soberanismo contitucionalista español- que pretenden captar para lograr su objetivo: sumar el mayor número de votos y aspirar -unos más que otros- a gobernar o, al menos, cogobernar en el consistorio barcelonés.
EL HECHO DE LA CIUTADELLA
Aunque el objetivo común sea echar a Ada Colau de la silla curul del Ayuntamiento, la lucha de posiciones entre PP y Ciudadanos va por otros derroteros: convencer a votantes de un mismo espacio ideológico -el soberanismo español- para que confíen más en ellos que en el vecino.
Desde que acabó agosto, el 'pacto' de no agresión entre Cs y PP ha empezado a saltar por los aires. Sin llegar a extremos, declaraciones de unos y otros actores principales, hasta entonces casi unívocas, han empezado a tomar un cariz de cierto enfrentamiento.
El primer signo de que las cosas habían cambiado se dio cuando Xavier García Albiol, presidente del PP de Catalunya, pidió responsabilidades a la formación naranja por la agresión a un cámara de Telemadrid y le reclamó explicaciones por la presencia de banderas con simbología nazi en la concentración en el Parc de la Ciutadella.
El líder del PP, de manera clara, lamentó la agresión sufrida por el cámara, para luego lanzar el alegato: "Puedes ser crítico con un medio de comunicación por su línea editorial, pero no se puede atacar a los periodistas. Nos parece inadmisible, sea el medio que sea; pero a quien corresponde el control de la concentración es a quien la organiza. En este caso, parece que era Cs...”.
Sólo faltó que, el pasado jueves, Albert Rivera dijera en la propia sede de TV3, en una entrevista matinal, que la televisión pública catalana es "un aparato de propaganda separatista" y de estar "vendida al independentismo".
EL EFECTO VALLS
Otro de los factores principales de esta situación ha sido la aparición en escena de Manuel Valls como posible candidato de Cs a la alcaldía, ya que ni se ha hecho oficial ni está claro que Valls tenga que militar en el partido para ser propuesto. De hecho, se trata de una persona de consenso que una plataforma social propondría a los barceloneses y que, siendo transversal, estaría apoyada por quienes confían en Albert Rivera e Inés Arrimadas.
Convertido Valls en punta de lanza de la formación naranja, al PP no le ha quedado más remedio que intentar paliar el jaque empezando a mostrar falta de 'sintonías' con Cs. Lo más notable ha sido comprobar como Alberto Fernández, líder de la formación azul en el consistorio, ha salido a la calle y a los medios casi cada día. Es verdad que ha sido siempre una 'mosca cojonera' para Colau y sus Comuns, pero lo de este agosto y primeros de septiembre es de traca: no se ha perdido ni una batalla. Ocasión habilitada, ocasión que ha aprovechado para decir la suya y la de su partido.
Lo curioso, y ahí es donde queríamos llegar, es que el PP ha empezado a disentir públicamente de cosas que compartía con Cs, o de no querer entrar en sus mismas batallas. La más notable, sin duda, ha sido la 'guerra' de los lazos amarillos.
Al comprobar que hasta Rivera y Arrimadas tomaban la calle para retirarlos, espoleados además por el incidente de la Ciutadella, Fernández y los suyos han contraatacado colocando lazos, no quitándolos. En concreto, han empezado a empapelar las ventanas de sus despachos que dan a la plaza Sant Miquel con metacrilatos que exhiben, entrecruzados, lazos con las banderas de España y Catalunya. O sea: si tú sales a quitar los suyos, nosotros preferimos poner los nuestros.
Otra separata: el PP ha puesto en marcha su propia oficina de asesoramiento para personas que se sientan perseguidas por retirar lazos amarillos de la vía pública. O no ha habido sinergia con Cs o es un desmarque en toda regla.
MÁS DIVERGENCIAS
Una más de las diferencias entre colorados y azules se ha dado en el tema de la candidatura de Barcelona para unos Juegos Olímpicos. Después de que los unos reclamasen -también en boca de Valls- que Barcelona debería recuperar la candidatura para los de Invierno, los otros se ha desmarcado proponiendo de nuevo los de Verano. “No tienen la misma trascendencia. Si París y Los Ángeles han repetido, ¿por qué no lo puede hacer Barcelona?", se preguntó el otro día Fernández.
De cualquier manera, la gran lucha entre PP y Cs tiene un lugar común que, desde la distancia, deshace más que nada ese frente compartido ante el envite catalano-independentista. Ese lugar es Madrid.
Allí, en la capital, fue donde Ciudadanos le empezó a comer terreno al PP, hasta el punto de que acabaría costándole el poder a los populares. Ahora mismo, el horizonte de las elecciones municipales, regionales y europeas de 2019 ya ha empezado a romper algunos nudos atados cuando Rajoy aún mandaba. Desde la llegada del PSOE al poder, con Pedro Sánchez al frente, la lucha por las propias banderas ha alterado aquel equilibrio inestable per se.
Pese al pulso electoral que dirimían ambas formaciones por el Gobierno español, la decisión de afrontar juntos el reto independentista en Catalunya fue, paradójicamente, lo que frenó -y frena- una ruptura definitiva. El éxito de Cs en las últimas autonómicas catalanas (36 diputados, el partido más votado), conjugado con el fiasco del PP (4), marcó un punto de inflexión en la relación de ambos partidos.
Pero ha pasado el tiempo y ahora viene otra batalla, la batalla por Barcelona, y cada cual tiene que mirar por sus votos. Ya habrá tiempo para volver a bailar juntos...