De sus 73 años, ha pasado tres de marinero en un barco pirata (bandera liberiana), de contrabando. “En mi camarote dormíamos ocho y estaba prohibido fumar ‘maría’ “. Él fumó en varias ocasiones hasta que le ordenaron bajar a la sala de máquinas. “Me podían haber dado una paliza y tirarme al agua en alta mar”. Parece una película de ficción o una biopic pero no, es la experiencia de Ginés Cuesta a bordo de un barco en el que embarcó de joven con destino a Boston en busca de una vida mejor. De Boston a Nueva York, donde había menos control gracias a un billete de bus que compró por 40 dólares. Al principio dormía en los cines que abrían 24 horas. Trabajó en la metalurgia y luego en la hostelería. La 'Casa Vasca' me consiguió el primer trabajo en un pueblo de Boston pero con 24 años, con dinero y sólo, quería más. En el sector metalúrgico, trabajó con toda la inmigración sudamericana que llegaba a Estados Unidos como él.
Trabajó en el restaurante cuyo propietario era canario, “se llamaba La Cueva”, recuerda Ginés; “y ahí, la mujer de un compañero me colocó en el restaurante del Pabellón Suizo, frente a la plaza Rockefeller y ahí aprendí el funcionamiento de la sociedad norteamericana”. En este lugar, Ginés, asegura haber ganado mucho dinero. Algunas noches volvía a casa con 200 o 300 dólares en el bolsillo. Una cantidad considerable para la época.
Al tiempo. Ginés tuvo la oportunidad de volver a subirse a otro barco que zarpaba a España con telares procedentes de Sudamérica.
De nuevo en España, se emparejó y se separó dos veces. Vivía en la plaza Real y se matriculó en la Escuela de Bellas Artes donde aprendió cine y fotografía. Compartió piso con un profesor en la calle de l´Arc de Santa Eulàlia. “Con él aprendí laboratorio de fotografía” y he aquí el nacimiento de la afición que nunca ha abandonado. “Me conozco Las Ramblas palmo a palmo, de día, de noche, lloviendo…”, explica Ginés. “Me cansé de fotografiar a la gente que se movilizaba en la dictadura y después de la muerte de Franco, pasé a hacer fotos a los niños que paseaban por Calvo Sotelo y vendía las fotos a sus padres por 500 pesetas.
“Captarle la mirada a un niño es de lo mejor que puedes fotografiar pero también vendía fotos de fachadas de tiendas antiguas en le mercado de Sant Antoni”.
Ginés conoció a su tercer amor. “Murió muy rápido y caí en un pozo porque la quise mucho, pero gracias a ese pozo, lo digo así por que soy optimista, volví a Nou Barris”.
Metrópoli Abierta pregunta a Ginés cómo puede considerarse tan optimista después de un bache emocional cómo ése y Ginés responde: “soy fan de empezar desde cero. Mi vida siempre ha sido así”. Esta es la conclusión a la que Ginés ha llegado con el paso de los años.
Conoció a su actual mujer, con la que vive desde hace 37 años, mujer alemana con la que tiene dos hijas.
Después de pasarme la vida fotografiando retratos y las calles más famosas del casco antiguo de Barcelona, Ginés destaca una foto que tiene en casa y no es suya. Se trata de la fotografía de una campana atravesada por un rayo de luz, hecha por su mujer. El fotógrafo asegura que la mejor fotografía es la que no se ha premeditado. “Valoro la espontaneidad. Es como el amor, que siempre te coge a traición y por eso es apasionante y el estado de ánimo es primordial para que las personas salgan guapas, nada más”. Hoy, Ginés forma parte del equipo del Arxiu Històric de Roquetes al que ha donado gran parte de su legado fotográfico.