La agencia EFE informó hace unos días que el parque del distrito de Hortaleza, en Madrid, dejaría de llamarse Parque de Felipe VI para llamarse Parque Forestal de Valdebebas. Me llamó la atención que el parque se tornase de repente forestal. «¡Por fin han crecido los árboles!», exclamé. Pero, cuidado, no vayamos tan deprisa. Cuando lo inauguraron (todavía sin terminar) en 2015 ya era un parque forestal, aunque la foresta era de arbolillos recién plantados y escuchimizados. A la vista de tan poco verde, el gobierno municipal de la alcaldesa Ana Botella suprimió el adjetivo y añadió un monarca, para volver a inaugurarlo poco después como Parque de Felipe VI, pero no forestal. Tan pronto la señora Carmena asumió la alcaldía de Madrid hizo eso tan guay que es una consulta para poner fin al debate de si el parque era forestal o monárquico y, supongo, volverlo a inaugurar.
Cuenta la agencia de noticias que la señora Carmena habló con el rey «en su momento» para explicarle la polémica acerca de si el parque era forestal o no lo era y en medio del discurso soltarle, como quien no quiere la cosa, que iban a quitarle su nombre al parque. Explicaba esto la portavoz municipal, que aseguró a EFE que la conversación sobre lo forestal y tal fue «muy tranquila, de bastante comprensión». Pues claro. ¿Qué esperaban? ¿Una bronca?
Los imagino así: «Felipe, que te pongas, es la Carmena.» «Voy». Se pone Su Majestad. «Mira, rey mío, que los vecinos han decidido cambiarle el nombre a un parque...» «Me parece muy bien. ¿Tengo que ir a la inauguración?» «Resulta que el parque era forestal, ¿sabes?» «Qué bonito, un bosque.» «Eh... Sí, un bosque... El caso es que antes se llamaba como tú y ahora ya no.» Silencio en la línea. «Pero ¿tengo que ir a la inauguración o no?» «¡No te molestes! No hace falta, ya nos apañamos. Te llamaba para que lo supieras.» «Todo un detalle, Carmena. Muchas gracias.»
«¿Qué quería ésa?», pregunta la reina, cuando Su Majestad regresa al comedor. «Nada, que le cambian el nombre a un parque.» «¿Otra inauguración? Supongo que no irá tu madre, ¿no? Porque, si va, la liamos parda.» «Leti, por favor, no hables así de mamá.» «Hablo como me da la gana.» Etcétera, para qué seguir.
Sí, hubo una consulta muy guay y dos de cada tres votantes afirmaron que el parque era forestal y sólo uno de cada tres que era monárquico. Vale, bien, pero, considerando que votó el 2,14% de los 176.000 vecinos censados en el barrio, uno deduce, tras largas deliberaciones, que el asunto de si el parque era forestal o tal les importaba un bledo. Más preocupados se los ve por llegar a finales de mes.
Antes de meterse con la alcaldesa de Madrid y sus consultas, sepan que en Cataluña, eso que está en los alrededores de Barcelona, ha habido consultas semejantes. Busquen en las hemerotecas (en Google, vale) el caso de Sitges y la Plaza de España, por ejemplo. Esos resultados «ajustados» también se dan en otros municipios partidarios de la «democracia directa» y los «procesos participativos», que son, parece, toda una fiesta. Porque hay que ver con qué pasión y alegría se ponen referendos y consultas en los altares, como si fueran la cosa más chachi del mundo mundial.
Pero, ay, la democracia no es precisamente una fiesta. Ni pretende serlo. Es un coñazo. Tal cual, un coñazo. No me griten, que lo es. Me cuenta un sabio que la democracia es el sistema de gobierno donde todo el mundo está descontento, porque ninguno de los presentes puede obtener todo lo que quiere. Echen cuentas: no puedo hacer lo que me viene en gana porque está la libertad del prójimo limitando mi libertad, la madre que lo parió; encima, el vecino tiene todo el derecho del mundo a no estar de acuerdo conmigo, ¡a criticarme! ¿Acaso no tengo yo razón? (Siempre la tengo, ya les aviso.) Sigo enumerando y compruebo que la democracia es una interminable y aburrida negociación entre las partes, que buscan un acuerdo, un equilibrio, que sólo es posible si todos ceden y se conforman con menos de lo que querían, qué remedio. No siempre será posible, en cuyo caso obran con la máxima precaución para no hacerse daño. ¿Quién dijo que la democracia era una fiesta? Algún imbécil. Es un agobio.
Pero mejor eso que lo otro. Cuando Rousseau defendía la democracia asamblearia sostenía que los ciudadanos tenían que ser todos felices, y si alguno no lo era, pues se le obligaba a serlo, y se acabó la discusión. Por eso, en los sistemas que no respetan a quien piensa diferente se pintan todos felices y sonrientes, y si alguno gruñe o protesta... En fin, que me estoy yendo de madre. Lo que quería decirles es que la democracia será un coñazo, pero es lo mejor que tenemos y exige mucho trabajo, persistencia, paciencia y un absoluto respeto por las reglas del juego para no echarla a perder. Si nos ponemos cursis, vamos mal, porque el trabajo exige realismo. Si no queremos saber nada de los que no piensan como nosotros, vamos peor. Si en vez de razonar nos ponemos dogmáticos, esto se tambalea y finalmente, cae. Por desgracia, son vicios muy comunes aquí y ahora.
La señora Colau, firme partidaria de consultar hasta qué hora es, se llevó un serio disgusto el otro día en un pleno municipal. Todos los grupos, todos, que se dice rápido, le tumbaron una propuesta de «multiconsulta», que es el cénit del consultismo y consiste en preguntar muchas cosas en una sola vez. Cada uno sabrá por qué votó en contra de la multiconsulta y ahí no me meto. Yo tengo mis razones para creer que esas consultas eran innecesarias y si éstas coinciden con la de alguno de los presentes, será de casualidad. De entrada no veo nada bien el ésta sí, ésta no, ésta me gusta y me la como yo que se hace con las consultas, en plan tiquismiquis. Quitan la estatua del negrero sin consultar, pero para quitarle el nombre a la plaza, se consulta; mientras, se cambian nombres de otras calles y plazas sin consultar. No veo la coherencia en este asunto, lo siento. ¿Qué hay de los vecinos de la «supermanzana»? Lo del agua lo veo tan complejo y es tan poca la información que se ofrece al público, y tan sesgada toda, que consideraría igualmente válido echar una moneda al aire y jugárnoslo todo al cara o cruz. Etcétera. No me molestaré en discutir los aspectos legales del asunto, porque no pillo una y no sé si vale, no vale o por qué o cuándo vale. Ahí lo dejo, para quien quiera.
Dicho esto, aceptaré que me digan que soy un mal bicho cuando añada que esta derrota en el pleno se debe a un mal ejercicio de la política. La labor de hormiguita de la política, centrada en los hechos, en la negociación, en el compromiso, ha sido dinamitada por alguien que confunde el liderazgo con ser noticia y pasar por guay. Aquí se han roto pactos con el socio porque no quedaba bien en la foto y ahora digo blanco y ahora digo negro según sopla el viento, hasta el punto que en una misma entrevista la señora alcaldesa es capaz de decir sí, no y todo lo contrario y confundir al más sereno lector. Lo siento, no me gusta hablar así.
Pero extiendo la crítica a los demás, que la merecen. A ver, ¿qué habéis hecho con el tranvía, mentecatos? ¿No veis que es de sentido común que el tranvía atraviese la ciudad? Como dicen en catalán, ¿os habéis bebido el entendimiento?
(Se nota que soy partidario de un tranvía que atraviese Barcelona, ¿verdad?)
Después de dejarme ir (perdón) confirmo que la política ha sido echada a patadas del pleno, para ser sustituida por un juego infantil y marcadamente gilipollas. También vale aquí señalar a quienes se olvidan de por qué o para qué son concejales. Están para discutir del tranvía, de las luces de las farolas o de la limpieza de los barrios, de las escuelas municipales, de los servicios sociales y tantas otras cosas que nos afectan a todos. Sí, sí, también están ahí para controlar y vigilar al gobierno municipal, no sea que se desmadre, pero no para negarle a uno el saludo por si lleva o no lleva un lacito, ¿estamos?
Ya está, ya me he desgañitado lo suficiente. ¿Para qué? No tengo ni idea, no creo que nadie me lea. Si me leyera, supongo que no me haría caso, como suele ser costumbre. A todo se acostumbra uno y prescindir de mi opinión puede ser inteligente, también les digo.
Pero peor lo tiene un concejal de la oposición, cuando propone un trolebús por la Diagonal en vez de un tranvía. ¿No quieres arroz, Catalina? ¡Dos tazas! Madre mía, un trolebús.
Mientras tanto, ni consultas ni tranvías ni ná.