La cuenta atrás de las elecciones municipales de 2019 ya ha comenzado. Barcelona tendrá un nuevo alcalde dentro de un año y las encuestas reflejan un notable hartazgo de la ciudadanía respecto al actual gobierno que lidera Ada Colau. Bcomú podría perder una tercera parte de los apoyos que tuvo en 2015 por su incapacidad para gestionar los problemas reales de los ciudadanos. Al problema heredado de la vivienda se suma ahora el malestar de muchos barceloneses por la proliferación de narcopisos en Ciutat Vella, por su enfrentamiento con importantes sectores económicos de la ciudad, por su antipatía por los grandes eventos de la ciudad y por su obsesión por multiplicar el número de carriles bici que han colapsado Barcelona.
Bcomú podría pasar de los 11 concejales actuales a 8. La formación que más se beneficiaría de la caída de los comunes es ERC, que obtendría 9 representantes a pesar del poco gancho que tiene su líder, Alfred Bosch. Ocho también podrían conseguir el PDeCAT (pierde dos) y Ciudadanos (gana tres). El PSC mejoraría los resultados de hace tres años, pasando de cuatro a seis concejales, una cifra que apenas maquilla la grave crisis de la formación que durante décadas gobernó la capital catalana.
El PDeCAT, ya sin el liderazgo de Xavier Trias, también pierde influencia. Más sonada todavía es la probable desaparición del PP en el Ayuntamiento de Barcelona. Su caída favorece a Ciudadanos, pero la formación naranja apenas rentabiliza el factor Valls. El exprimer ministro francés no tiene, ni por asomo, el carisma de Inés Arrimadas, la candidatura más votada en las elecciones autonómicas del pasado 21 de diciembre.
Los resultados de la encuesta de Time Consultant para Crónica Global confirman que la gobernabilidad pasa por rescatar la cultura del pacto y superar la actual dicotomía entre unionistas (14 representantes) e independentistas (suman 19 representantes). Si el escenario no cambia, Barcelona seguirá siendo la gran víctima del 'procés'.
Barcelona necesita un gobierno estable, un gobierno que priorice las necesidades de una ciudad, castigada por fuga de muchas empresas, que no puede demonizar el turismo ni desatender las demandas del pequeño comercio. Los comunes, víctimas de su gran carga ideológica, se han pasado de frenada en algunos asuntos y han fracasado en los grandes temas. Ni han resuelto el embrollo de Glòries ni han logrado conectar el tranvía por la Diagonal, una de sus prioridades. Los escándalos en la cúpula de TMB también penalizan a un gobierno que ha declarado la guerra al coche sin ofrecer un plan alternativo viable.
El futuro de Barcelona está en juego. El balance de los últimos meses es desalentador y constata que la ciudad necesita un gobierno fuerte que priorice la agenda local a los intereses partidistas.