Barcelona 2080 es un relato de ciencia ficción publicado el año 1989. Su autor fue Víctor Mora (Barcelona, 1931- 2016). Comunista del primer origen y exiliado de los de verdad en París y en Andorra, publicó varias novelas de referencia sobre Barcelona, como El café dels homes tristos (1965), Els plàtans de Barcelona (1966), Perduts al pàrking (1974) y otras sobre el París de aquel mayo del 68. Popularmente conocido como padre y creador de los tebeos del héroe ampurdanés Capitán Trueno, era un auténtico señor del corazón del Eixample. Así que huyó de Barcelona a la Costa Brava poco antes de que Ada Colau pudiera ser nombrada alcaldesa. Cuando se publicó Barcelona 2080, Ada tenía quince añitos y sólo la conocían en su casa y en el colegio donde faltaba a clase cada dos por tres. Pero ahora que ha amenazado con presentarse para un tercer mandato, aquella espeluznante ficción de Víctor Mora corre el peligro de hacerse realidad.
En la Barcelona del futuro relatada por Mora, los androides para ricos sustituyen a los humanos difuntos. Las casas son domóticas y cibernéticas. Los robots se ocupan de todas las faenas domésticas. Los coches y los taxis terrestres no necesitan conductor y hablan seis idiomas. Los vehículos voladores tienen puntos de aterrizaje y terrazas habilitadas para ellos. Aún así, hay problemas de tráfico por arriba, por abajo y hasta por el mar. Porque después de las inundaciones del 2043, la Via Laietana es el canal principal de una especie de Venecia con la Vila Olímpica y sus hoteles de lujo casi sumergidos, y donde sólo viven inmigrantes, marginados y okupas tolerados porque hay falta de mano de obra. Lo más bonito y presentable de la ciudad son la avenida Jordi Pujol y todo lo que queda a la altura de Collserola. En el resto, los árboles son artificiales y no causan alergias.
Los androides que sustituyen a los fallecidos tienen su misma apariencia física, su voz, sus ideas y sus costumbres gracias a algoritmos reconstruidos con fotografías, videos y audios. Son criaturas artificiales programadas y diseñadas por una patente japonesa que igual sirven para ser esteticistas como androides de compañía de viudas acomodadas. Moviéndose entre su propio yo de máquina y el humano al que sustituyen y representan, obtienen su energía de recargas electrónicas.
Considerados también como falsos resucitados, (que no zombis), una asociación clandestina de humanos vela por sus derechos. Porque para obtener esclavos totales o seres aparentemente libres, la tecnología nipona y barcelonesa sólo necesitan fragmentos de cerebros o partes orgánicas de la persona que será un androide aseptizado, reprogramado para siempre y adaptable según convenga a toda circunstancia. Si la premonición del fantasioso creador del Capitán Trueno se cumple, en el 2080 la alcaldesa Ada Colau sumará solamente 106 lozanos años. Aunque cabe la esperanza de que no engendren su androide con las partes orgánicas donde se ubican sus presuntas neuronas de pensar en cómo acabar de hundir Barcelona hasta que pasen más de mil años, muchos más.