El 7 de noviembre de 2010 el Papa Benedicto XVI ofició personalmente una misa solemne de dedicación en el templo de la Sagrada Família, en la que consagró a esta iglesia como Basílica. Diez años después de esta visita histórica tan significativa para el destino del recinto, en la Barcelona de 2020, la situación de degradación económica y social de trabajadores y vecinos del monumento catalán, es tan grave que prácticamente requiere de una intervención milagrosa para encontrar solución. 

Denuncian precarización, abandono institucional, especulación inmobiliaria, saturación de la vía pública, degradación y explotación laboral, hechos que han venido sucediendo durante años en las narices de una institución eclesiástica, que hasta ahora no se ha manifestado para paliar los efectos colaterales que está causando el modelo actual de explotación del templo, en donde hasta la hucha con la que se hace la colecta de limosna durante las misas, es recogida por empleados insatisfechos de una empresa subcontratada. 

Pero antes de entrar en materia, hagamos un ejercicio de memoria que nos permita profundizar en las raíces del proyecto cuyo nacimiento se remonta al 19 de marzo de 1882, cuando el obispo de Barcelona, José María Urquinaona, puso la primera piedra del proyecto encargado inicialmente al arquitecto Francisco de Paula de Villar por parte de la Asociación Espiritual de Devotos de San José. Un año después, la obra va a ser asumida por el joven arquitecto Antoni Gaudí, luego que Villar renunciase por desavenencias con su fundador Josep Maria Bocabella. 

El entonces joven artista catalán va a reformar por completo el proyecto original y le va a aportar su genio creativo a la obra ya empezada. Desde entonces, cada generación que ha asumido la obra, se ha valido de los métodos más avanzados y novedosos al alcance de su tiempo. Sin embargo, existe una brecha de más de un siglo de diferencia con sus creadores originales; y esta distancia de tiempo, se termina convirtiendo en una fractura cuando se comparan los principios filosóficos que inicialmente dieron forma a tamaña empresa y se comparan con los principios mercadotécnicos que rigen las decisiones en la actualidad. 

Es así como nos encontramos con dos planes antagónicos a primera vista. Por un lado tenemos un proyecto concebido desde un sentido místico y “social” que se expresó en innumerables detalles simbólicos con significados trascendentales; y por otro lado, nos encontramos con un pensamiento pragmático, calculado por ingenieros y expertos de negocios, que van adaptando el proyecto original a las necesidades del mercado turístico y van remodelando áreas, diseñando nuevos ascensores y adhiriendo novedosos servicios para extraer más recursos al turista. 

La orientación que ha tomado el templo a día de hoy está más pensada para el turista que para el devoto, lo que representa un trasvase del espíritu de sus fundadores. Una edificación pensada para levantarse a través de los siglos, que de súbito se estableció a sí misma unos parámetros de productividad insostenibles, en completa contradicción con el propio espíritu creador de la obra. Por suerte para sus trabajadores y vecinos, ya ha quedado descartada la ostentosa meta que se planteó la junta constructora unos pocos años atrás, de finalizar el proyecto en 2026 cuando se cumple un siglo de la muerte de Gaudí. Todo un despropósito que se estaba cometiendo a coste de sacrificar la convivencia con su población más cercana.