Uno añora tiempos aburridos. Dejen que me explique. Dicen que aquellas sociedades abiertas al progreso y celosas de la libertad, igualdad y fraternidad de sus ciudadanos se distraen con muy poquita cosa, porque la pasión la guardan para los asuntos de alcoba, se supone, y la vida pública es muy sosa.

En los ayuntamientos de tales sociedades se organizan encendidos debates sobre tal o cual modelo de farola porque el cuerpo político no tiene nada más sobre lo que discutir. Para los grandes asuntos que atañen a la ciudad, sea su plan urbanístico, el modelo de transporte o una transición hacia una economía sostenible, las autoridades han acordado lo importante con el concurso de las empresas, los sindicatos, las organizaciones de vecinos, etc. Como ya está todo atado y bien atado por ese compromiso común, se tienen que entretener con nimiedades o matices. El modelo de farola que he dicho, por ejemplo.

Lo mismo podría decirse de los estamentos de la administración pública que regulan la región o la nación entera, o aquellos otros supranacionales. Todo funciona más o menos bien y lo que no funciona bien se denuncia y se intenta arreglar. La prensa vive atenta y vigilante y cumple esa tarea con gran afición, procurando mantener la independencia y la equidad que la hace válida. La política consiste en gobernar buscando tanto el beneficio del máximo número de personas como la salvaguarda de los derechos de aquellos que, pocos o muchos, carecen de defensa, y así todo.

Si se compara todo esto con nuestro mundo, un muermo.

De vez en cuando, eso sí, surge un inevitable escándalo. Un ministro se ha comprado un billete de avión para sus vacaciones con fondos públicos. La dimisión es automática e irrevocable y sale en las portadas de todos los periódicos. Y ya está. Ni dimitir es un verbo ruso ni cesar lo es latino, sino que pertenecen a una lengua común. Cuando la educación es considerada un servicio de la más alta valía y los valores cívicos están fuertemente asumidos por todos, el aburrimiento campa por sus anchas, sin freno.

Un día tendríamos que hablar del aburrimiento como motor de la humanidad. Un antepasado aburrido comenzó a chocar dos piedras entre sí e inventó la música y, sin querer, al soltar unas chispas, el fuego. Newton, aburrido, recibió la caída de una manzana en toda la cocorota, con los resultados conocidos. Son tantos los ejemplos que mejor lo dejamos aquí.

En una sociedad tan avanzada como aburrida, la que quisiéramos todos, no caben salvapatrias ni cagamandurrias. La gente se expresa con cortesía en la lengua que prefiere y no pasa nada. Los políticos plantean cosas razonables para cuestiones que tienen que ver con las personas y la sociedad en la que viven. El debate se sirve de argumentos y los que mienten y gritan son pronto echados a un lado, porque nada aportan que no sea malo. Por lo tanto, si quieren entretenerse en medio de semejante muermo, tienen que buscar lo que sea, cualquier tontería. A veces les da por leer o visitar museos.

Por eso, ¡ay!, Añoro esos tiempos en los que las discusiones más encendidas corrían alrededor del pesebre con que el Ayuntamiento de Barcelona adornaba la plaza de Sant Jaume. Los debates sobre los límites del arte contemporáneo que surgían inevitablemente de tales discusiones me abrieron muchos horizontes por explorar.

También digo que era un falso aburrimiento, una ceguera voluntaria. Eran tiempos de feroces recortes en política social, que miren a dónde nos han llevado, y el debate político era, y sigue siendo, una pelea en el barro a cara de perro. El fanatismo se ha hecho con las primeras filas del discurso y la razón ya no cuenta. La sociedad está hecha cisco y el desgobierno de nuestra Comunidad Autónoma nos ha arruinado el futuro. Nada de esto es nuevo, sólo que ahora se nota más, aunque lo intentamos disimular con tonterías.

Pues, eso, ojalá el año que viene podamos alzar la voz, con moderación, para quejarnos del pesebre del Ayuntamiento, o para defenderlo, porque sería una señal inequívoca del regreso de cierta normalidad. Ojalá no tuviéramos que soportar campañas de acoso contra nadie por hablar la lengua que le venga en gana o por no estar de acuerdo con tal o cual ideología. Ojalá la administración pública funcionara y ayudara a la gente. Ojalá.

Ese es mi deseo para el año que viene y los que le sigan. En cuanto a ustedes, sean felices como puedan, pillen las alegrías al vuelo, disfruten de la vida con moderación y que pasen una feliz Navidad, unas felices fiestas o lo que sea que quieran pasar.