Los patinetes desaparecerán de las aceras de Barcelona gracias a una ley de ámbito nacional (o estatal, por si algún lazi lee esto, aunque lo dudo) que los condena a comportarse como lo que son, vehículos destinados a la calzada y sometidos a las leyes generales de la circulación rodada. Lo de que desaparecerán es, por mi parte, una enternecedora muestra de wishful thinking, ya que Barcelona se lleva la palma a la hora de prohibir cosas que luego nadie se encarga de controlar. Hace años que las bicicletas deberían haber desaparecido de aceras y paseos, pero aún siguen por ahí y, a veces, pasan junto a un guardia urbano que las mira con curiosidad durante dos segundos y luego sigue a sus cosas (que me aspen cuáles son esas cosas, por cierto, ya que implementar una ley no parece figurar entre ellas).

De hecho, el problema de unas fuerzas del orden que no hacen cumplir las leyes que redactan los políticos es extensible a toda Cataluña. Lo comprobamos hace unos días con la célebre rave rural que tardó casi dos días en desmantelarse porque:

                   1/ Según los mandos de los mossos, podía ser peor el remedio que la enfermedad.

                    2/ El señor Sàmper, mandamás de la policía autonómica, aseguró que él siempre tiene por costumbre no interrumpir las raves.

Nadie pedía un ataque a la nave de la rave con un helicóptero que soltara napalm mientras hacía sonar por unos bafles la Cabalgata de las Valquirias de Richard Wagner (aunque hubiese sido un bonito homenaje al clásico de Francis Coppola). Nos habríamos conformado con una eficaz intervención a base de corte de sonido –como cuando Pete Seeger le desenchufó la guitarra eléctrica a Bob Dylan en el festival de Newport– y reparto generalizado de porrazos entre la selecta parroquia de borrachos y toxicómanos, la mayoría de los cuales se habría desmoronado al primer papirotazo. Ante la pachorra exhibida, uno se preguntaba qué harían los mossos ante una toma de rehenes: ¿esperar a que se durmieran los secuestradores para no generar alarma social?

Este martes, en Gracia, volvieron a dar muestra de su galbana habitual con la manifestación que organizaron unos doscientos okupas a guisa de cabalgata de reyes alternativa. La alegre pandilla se pateó el barrio sin mascarilla, asistió a un concierto ilegal en el que el cantante de un grupo compartía sus propios mocos con el respetable y, como fin de fiesta, prendió fuego a un poco de mobiliario urbano. No sé qué hicieron los mossos para poner orden, pero no hubo ni un detenido. Igual es que las falsas cabalgatas también forman parte de la doctrina Sàmper y hay que dejar que concluyan a su ritmo y en sus propios términos.

Ante este panorama legal tan estimulante, tengo mis dudas de que los patinetes (como antes las bicicletas) vayan a desaparecer de aceras y paseos. Para conseguirlo, hacen falta unos cuerpos policiales que se encarguen de ello. Y entre la peculiar doctrina Sàmper y la manía que Ada Colau le ha demostrado siempre a la Guardia Urbana, la cosa no permite hacerse muchas ilusiones. Yo, por si acaso, ya estoy considerando seriamente la posibilidad de hacerme con una Taser en el mercado negro. Perdón, quería decir en el mercado de color y racializado.