Barcelona ha sido nombrada Capital Mundial de la Arquitectura 2026 por la UNESCO, dijeron los periódicos, y ese mismo año será la sede del Congreso Mundial de la Unión Internacional de Arquitectos, UIA. ¿Es importante la noticia? Vamos ver… Sin hacer trampas con el señor Google, ¿sabrían decirme cuál ha sido la última Capital Mundial de la Arquitectura? O qué ciudad nos disputaba el título, ya puestos.

Resulta que la Capital Mundial de la Arquitectura 2020 fue Río de Janeiro, que está en Brasil. Era la primera vez que se designaba una Capital Mundial de la Arquitectura, pero era el 27.º Congreso Mundial de Arquitectos. La pandemia fastidió las vacaciones de los señores congresistas, que tuvieron que conformarse con aburridas videoconferencias desde su confinamiento.

Barcelona disputaba la capitalidad arquitectónica con Pekín y ganó a los chinos con un lema guay y en inglés, que mola más: «One today, one tomorrow». Parece un anuncio de tampones o el título de una película de James Bond. Todo girará alrededor de la sostenibilidad, dicen, esperando a que las casas no se caigan. Pero la verdad es que hemos echado mano de Gaudí, como siempre, a falta de nada mejor.

En 2026 hará cien años que se lo llevó un tranvía por delante y el arzobispado amenaza seriamente con terminar la Gran Mona de Pascua (la Sagrada Familia) a tiempo para el centenario del atropello. Amenazas «kitsch» aparte, no sabemos de ninguna intervención arquitectónica en Barcelona digna de mención los últimos diez años o prevista para los próximos diez, porque aquí vivimos de rentas y hace ya tiempo que Barcelona dejó de ser faro y motor del arte y la cultura. Vivimos de las «bailaoras» flamencas de «trencadís» de las tiendas de «souvenirs», por si no se habían dado cuenta.

En un ejemplo de máxima coordinación entre las administraciones públicas, muchos se han enterado de la Capital Mundial de la Arquitectura por la prensa y la mayoría todavía no sabe qué implica eso y qué hay que hacer ahora. Qué pena. Porque este asunto podría ser una excusa, una como otra cualquiera, para repensar la ciudad y repensarla en serio, que buena falta nos hace. Ya saben: planes de actuación a largo plazo, acuerdos con las fuerzas vivas de la ciudad, si queda alguna viva, y un cierto consenso político, porque no sería de recibo que un proyecto común fuera sólo común para una de las partes.

El problema es que todos van como locos detrás del Gran Proyecto: algo espectacular, lleno de luces y colores, que les permita colgarse medallas. Lo de gestionar bien el día a día y dejar de pensar en tonterías, en cambio, no se estila. Eso explica nuestra candidatura a los Juegos Olímpicos de Invierno 2030. Los de invierno, que manda narices. Dejo por escrito mi postura: apoyaré la candidatura si los saltos de esquí los hacen en el Tibidabo; si no, ahí se la queden.

En una muestra más de la coordinación entre nuestras administraciones públicas, el presidente Aragonés hizo que el presidente aragonés se cabreara como una mona, y con toda la razón del mundo. Porque el presidente Aragonés anunció la candidatura de «Barcelona-Pirineus» sin consultarlo antes con el presidente aragonés, y el de Aragón, como es natural, se dijo que es una candidatura compartida por dos Comunidades Autónomas y que si pretende robársela el presidente Aragonés, ahí se la quede. La señora Colau tampoco fue informada del caso y se enteró por la prensa, lo que también es de traca. Desconcertada, dijo no sé qué de la sostenibilidad y cuatro naderías, esperando a ver si le dejan hacer la pista de «slalom» en plan urbanismo táctico.

El otro Gran Proyecto, el único gran proyecto por ahora, es la ampliación del aeropuerto. Ahora mismo, las razones técnicas y los argumentos razonables de los que están a favor o en contra se han guardado en un cajón bajo llave y la máxima preocupación de unos y otros es sacarse los higadillos a punta de consignas o negociar el 3 % con los amigotes.

No vamos bien.