Molar es, aparte de lo perteneciente o relativo a la muela, gustar, resultar agradable o estupendo, como dice la RAE. ¿Mola Carmen Mola?, me han preguntado amigos y conocidos. Pues depende. No he leído ninguno de sus libros y no puedo opinar. Sé que regalé uno de ellos a una pariente veinteañera y le gustó mucho, pero qué sé yo si es bueno o malo, entretenido o aburrido. Ahora bien, si se refieren al show mediático, al equipo de guionistas oculto bajo el pseudónimo, etcétera, entonces la cosa cambia, porque hay mucho que decir y para todos los gustos.
Lo único que quiero señalar es que tenemos que dejarnos de milongas románticas. Una editorial es un negocio y un libro, un producto comercial. Sí, es verdad, es más que eso, hasta mucho más, si aprietan, pero si la editorial no gana dinero, adiós editorial.
Ya conocen la historia de Dumas. A primera hora, se dirigía a unos escritores a los que pagaba a tanto la página y les decía, pongamos por caso: "En el capítulo de hoy, D’Artagnan llega aquí, hace esto, hace lo otro y se vuelve por donde ha venido". Entonces, Dumas se iba a un restaurant a pasar la mañana cocinando, el mediodía comiendo y después de la digestión leía lo escrito por sus amanuenses. Tachaba, corregía, añadía, borraba, ordenaba… Y ya estaba el capítulo del folletín en cuestión. Así se explica en parte la prolífica obra de Dumas, que tanto nos ha hecho disfrutar.
De ahí viene también que la persona que trabaja anónimamente para lucimiento y provecho de otro, especialmente en trabajos literarios, sea un "negro", dicho por la RAE. Todo porque Dumas era hijo del valeroso general Dumas, mulato, y era apodado el Negro por los envidiosos escritores de la competencia. Los actuales remilgos quieren que diga ghost writer (escritor fantasma) en vez de negro, pero yo seguiré más orgulloso de llevar el nombre de quienes trabajaron con Dumas que de hacer el fantasma.
Y quizá sea ése el delito de los tres guionistas ocultos bajo el pseudónimo Carmen Mola. Su engaño contó con la complicidad de editoriales y agentes y el público se dejó engañar bien a gusto. Cuando, a cambio de un millón de euros confesaron la broma, hubo gente que se disgustó, y sigue disgustada. Por el engaño, más que por otra cosa, sin entrar en el fondo de la cuestión.
A mí, que firmen como Carmen Mola ni me mola ni me deja de molar, me es indiferente. Lo importante es que en esta ocasión, sin tapujos, se ha mostrado al público qué estaba sobre la mesa: un producto comercial puro y duro. Diseñado y ejecutado por un equipo de guionistas, con intención de alimentar películas, series y quién sabe si merchandising además de libros, nos hemos alejado del tándem convencional de autor-editor para meternos en otros berenjenales. Se trata de un producto pensado de arriba abajo para satisfacer un volumen de ventas determinado, y no de una "propuesta literaria". Quedó claro y es así, y lleva siendo así hace ya mucho, que no nos chupamos el dedo. Luego puede ser mejor o peor lectura, que yo ahí no me meto.
Esta clase de productos, que no ya de libros en el sentido clásico del término, necesitan una fuerte inversión inicial, estimada pensando en un elevado volumen de ventas. Eso dispara los costes, que en las grandes editoriales son ya de por sí elevados por libro. Eso implicará la perentoria necesidad de vender a cualquier precio eso que tan caro se paga, lo que nos lleva a una inversión millonaria en publicidad. Las superventas se comen a las ventas chicas, o no tan chicas, que son expulsadas del sistema de las grandes editoriales, porque la inversión en nuevos autores o en autores consagrados, pero de modesta tirada, ya no compensa.
El verdadero problema no es que Carmen Mola sea un trío de caballeros. Ojalá todos los problemas fueran ése. El problema es que el sector editorial va por el mismo camino que acabó con la industria discográfica. Las superventas condicionaron tanto su política comercial que sólo publicaban, y siguen publicando, música mediocre y pegadiza, insustancial. ¿Quién se atrevería hoy a publicar el disco blanco de The Beatles o The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd, por dar un par de ejemplos a voleo? Nadie. Y la industria discográfica de toda la vida se fue al carajo. Eso mismo puede pasar, y diría que ya está pasando, con los libros.
Suerte que nos quedan las editoriales y las librerías independientes. Pero qué mala suerte que las autoridades que tienen voz y voto en el mundo de la cultura sigan erre que erre con tonterías.