En propiedad, es el medio o el ambiente, pero le llamamos medio ambiente e incluso medioambiente, porque el fin justifica los medios. Esta redundancia ha tenido éxito y se ha quedado entre nosotros para siempre. Tanto es así que la economía del lenguaje se ha ido a freír puñetas porque preferimos decir medioambiental que ambiental, pero el lenguaje es un juego, dijo Wittgenstein, y nos gusta jugar.

Todo esto porque los líderes del mundo mundial y nuestra alcaldesa se han reunido con un gran gasto de emisiones de dióxido de carbono y mucho ruido para decir todos juntos que la cosa está muy mal y volverse por donde han venido sumando las susodichas emisiones sin mayor compromiso que volver a reunirse para gastar de nuevo ingentes cantidades de dióxido de carbono en la reunión y aupar plañideras que digan que la cosa está muy mal. Que está muy mal, ojo, que es verdad que está mal. El desafío más importante de este siglo es ver qué hacemos con el cambio climático.

Será imprescindible un examen crítico de nuestras acciones, basado en datos y análisis científicos, no ideológicos.

Dicen que cada año, en Barcelona, mueren prematuramente entre 300 y 600 personas debido a las emisiones contaminantes de los combustibles fósiles. El número varía según la fuente y el día, porque no es fácil de contabilizar. Ahora bien, ¿cuánta gente muere prematuramente al año no ya en Barcelona, sino en España, en Europa, incluso en el mundo, a causa de las centrales eléctricas y nucleares? Si queremos combatir el cambio climático de verdad, debemos pensar en un futuro donde la energía proceda, casi toda, de centrales nucleares y fuentes renovables. Sé que el tema nuclear es muy polémico y pueden no estar de acuerdo conmigo, pero eso es lo que pienso. En todo caso, es materia de reflexión.

La cuestión será razonar con argumentos, pruebas y hechos contrastados, no con opiniones y postureos guays. Por ejemplo, ahora está de moda hablar de los alimentos de proximidad y atacar a las grandes explotaciones agropecuarias, en hablar de alimentos «ecológicos», detestar los transgénicos y declarar abiertamente ser vegano como una opción para salvar al planeta. Sin ir más lejos, pregunten sobre este asunto a nuestro gobierno municipal, que es muy aficionado a estas cosas.

Pues, ojo, porque no es todo tan bonito. Un producto de proximidad, ecológico, chachi y guay puede ser más contaminante por unidad producida que uno que venga de una explotación industrial, y las estadísticas dicen que presenta más problemas sanitarios. Todo dependerá de muchos factores; entre ellos, por ejemplo, el consumo de energía por kilogramo de producto una vez ha llegado al plato, un factor en el que las explotaciones pequeñas llevan las de perder. En unos casos será mejor un producto; en otros, otro. El precio, la calidad, la garantía sanitaria, la disponibilidad, también la educación y muchos otros factores entran en la ecuación. No hay que pontificar.

Por cierto, ante la posibilidad de «cultivar» carne en laboratorio a partir de células madre, o ante la posibilidad de «fabricar» frutas y verduras no en el campo, sino en centros industriales, con un impacto energético y ambiental mucho menor que en el campo, ¿qué? Es una pregunta que pone de los nervios a muchos presuntos ecologistas, porque no son ecologistas de verdad, sino parte del movimiento ecoguay, y no señalo a nadie.

Lo de los transgénicos es otro de esos asuntos en los que las creencias extrañas pasan por encima de la ciencia. Hay muchos más. El etcétera de temas en los que la creencia no tiene fundamento es muy largo, pero la leyenda pánfila de que lo «natural» es bueno y lo demás no es demasiado atractiva para quien no ha sufrido en su puñetera vida las angustias de una sociedad agrícola preindustrial.

El «ecopijo» suele tener una visión ambiental a medida de su capricho, que queda fuera del alcance de los pobres y no pone remedio a sus males. Es desconcertante que esta visión, trufada de cuentos y leyendas, tenga tanto éxito y pase por guay del Paraguay, aunque es verdad que el público quiere mundos color de rosa y unicornios. Pero quede clara una cosa: lo que cuenta es la ciencia y la evidencia científica. Lo demás es paripé.