Las universidades han sido históricamente espacios de debate, de conocimiento. Una suerte de templos a los que acudir para recibir la luz del conocimiento. El logo actual de la Universidad de Barcelona recoge precisamente ese espíritu, basado en el que incorporó la institución en el siglo XIX. Un sol corona el escudo, simbolizando la luz del conocimiento, y su lema libertas perfundet omnia luce significa “la libertad ilumina todas las cosas con su luz”, aludiendo, según explican desde la propia página de la universidad, a la libertad que el pensamiento y el juicio crítico dan al ser humano.

Somos muchos quienes hemos pasado por las aulas de la Universidad de Barcelona, y somos muchos quienes, tras nuestro paso por dicha institución, vemos con cierta envidia la sensación de comunidad que son capaces de generar otras universidades del mundo. Pero no sentimos envidia únicamente de eso. Las universidades son (o deberían ser) espacios de libertad en los que desarrollarse intelectualmente sin corsés de ningún tipo.

En Barcelona contamos afortunadamente con una buena oferta de educación universitaria pública. Sin embargo, desde hace unos años, el nacionalismo ha ejercido una influencia terrible sobre las universidades barcelonesas. Durante años ha tratado de copar las instituciones educativas, y desde su sectarismo habitual ha protagonizado momentos bochornosos para todos aquellos que seguimos considerando las universidades como templos del saber, y a sus profesores como los encargados de trasladar ese saber hacia alumnos ávidos de conocimiento.

Son demasiados los profesores que profesan sin tapujos una radicalidad incompatible con el pensamiento crítico que aparentemente veneran. Radicalidad que vimos, por ejemplo, en las palabras del profesor de la UPF Hèctor López Bofill, que en un hilo de Twitter sobre las supuestas contradicciones independentistas afirmó no entender que se admita resignadamente que mueran casi 25.000 personas de covid y en cambio dé terror que muera alguien como consecuencia de un “conflicto de emancipación nacional”. Que este tipo se dedique a la política (es regidor en Altafulla) desgraciadamente no sorprende, pero que dé clases en la universidad aterra. Del mismo modo que aterra ver a la anterior vicerrectora de la UPC diciendo en Twitter que tenía “ganas de fuego, de contenedores quemados y de aeropuerto colapsado”. Vicerrectora que, por cierto, ha sido recolocada como directora de la escuela de Ingeniería Industrial.

El problema no es que expresen las barbaridades que expresan en público, sino que desde sus puestos de responsabilidad se dedican a trabajar por la independencia.

Y esto no acaba quedando únicamente en anécdotas de profesores sueltos. Las universidades catalanas han demostrado una intolerable falta de neutralidad frente a cuestiones políticas durante años. Se trata de algo que afecta a rectorados y claustros. Nunca olvidaré mi etapa universitaria, en la que mi decana fue Elisenda Paluzie, actual presidenta de la Asamblea Nacional Catalana que siempre utilizó su cargo para ejercer (quiero creer que sin darse cuenta) un proselitismo separatista insoportable.

Barcelona podría ser un referente internacional en materia universitaria. Tenemos la oportunidad de convertirnos en epicentro del saber. Pero esto no sucederá mientras las universidades de nuestra tierra sigan secuestradas por el sectarismo. El hostigamiento a toda entidad o asociación que disienta del pensamiento nacionalista es insoportable. El hostigamiento a los profesores que por lo que sea anuncian su asignatura en catalán y deciden cambiar al castellano es un auténtico despropósito. El día que me enteré de que existen “buzones” para denuncias de vulneraciones lingüísticas me quedé atónito. Si un profesor empieza su clase en catalán, descubre que se le ha matriculado un alumno extranjero y decide dar la clase en castellano se juega una “denuncia”. Es una estupidez.

Hasta que no vuelva a imperar el sentido común estaremos perdiendo una oportunidad inmejorable de ponernos de nuevo en el mapa. Es sintomático que cuando te mueves por el resto de España, Barcelona no sea el destino más solicitado para realizar un Séneca, el intercambio entre universidades españolas.

Las universidades de Barcelona podrían ser todavía más atractivas para el talento si prescindiesen del sectarismo propio del nacionalismo catalán. Las universidades de Barcelona deben volver a aquello de que “la libertad ilumina todas las cosas con su luz”. Cuando esa luz vuelva a nuestras aulas, seremos capaces de atraer talento que sin duda está deseando llegar a nuestra tierra.