El independentismo ha pasado en pocos años del canto totalitario de “las calles serán siempre nuestras” a ser incapaces de mantener tan siquiera su presencia en la Meridiana.

El escaso seguimiento de un sinsentido como el de la Meridiana evidencia que, pese a las reticencias de los más fieles del lugar, la normalidad empieza a instalarse en Barcelona. Es cierto que el pasado sábado pudimos ver todavía algunas decenas de personas tratando de saltarse a la torera la prohibición de la Generalitat de cortar la Meridiana, pero la eficiencia de los Mossos d'Esquadra y el poco seguimiento de la concentración en cuestión hizo que, sencillamente, pasase lo que tenía que pasar.

Y esto debía haber pasado hace mucho tiempo. Durante demasiados meses se permitió un sinsentido únicamente justificable por aquellos que entendían que mantener los cortes tenía un rédito electoral muy superior para ellos que cortarlos. Sin embargo, la pregunta pertinente es ¿qué ha pasado para que quienes no se decidían a prohibir los cortes lo hayan terminado haciendo? ¿Qué ha cambiado? Porque es evidente que algo tiene que haber cambiado en la ciudad.

Para mi la respuesta es sencilla. Ni ellos mismos son capaces de justificar sin sonrojarse este sinsentido, pero más importante todavía, los propios dirigentes de ERC se han dado cuenta de que ya ni la mayoría de los suyos compraba el rollo de cortar todos los días una arteria de Barcelona por una supuesta “revolución” para llegar a no se sabe muy bien donde. Y este es probablemente uno de los elementos más interesantes de toda esta película. El independentismo ya no sabe hacia dónde va. El discurso vacío dura una temporada (a mi me ha sorprendido de hecho lo mucho que ha durado), pero llega un momento en que toca volver a poner los pies en el suelo. Y poco a poco, el sentido común, vuelve a adueñarse de la mayoría. Porque al final esto va de las cosas del comer. Uno no puede desayunar, comer y cenar utopía durante años.

La ciudad vuelve a hablar de las cosas que le preocupan. De hecho hace mucho que la mayoría de la gente de Barcelona ha relegado a un plano totalmente secundario el conflicto territorial cuando se le pregunta por sus principales preocupaciones. Pese a las diferencias propias del devenir del tiempo, el escenario se ha vuelto muy similar en cuanto a preocupaciones a las que se esgrimían antes o a las que esgrimen otras ciudades del mundo que, para su propia suerte, no han tenido que vivir un conflicto territorial tan estéril como el nuestro.

La realidad es que las grandes ciudades de nuestro mundo comparten retos e inquietudes. Y ninguna de ellas tienen nada que ver con la que trata de imponer el independentismo. Durante meses, pese a vivir una pandemia que lo ha cambiado todo, el independentismo ha tratado sin éxito mantener su marco mental, que cada día parece más superado y obsoleto.

Es cierto que hay lideres que todavía no han querido asumir que esta es la realidad mayoritaria en Barcelona. Con eso no quiero decir que no haya quien siga teniendo muy presente en el momento de votar la barrera independentista o no independentista, pero tengo meridianamente claro que ese elemento no es el que determina ya el voto. Limita el rango de elección, pero dudo que en las próximas municipales se vote pensando en quien va a poner el Ayuntamiento al servicio efectivo de la separación. Por eso el intento de Laura Borrás de llevar a su propio partido a un marco caduco me parece poco inteligente.

El debate que viene es un debate de ciudad. Y eso es buena noticia. Supeditar la ciudad al procés ha sido un mal negocio, así que todo lo que suene a superación de un escenario tan nocivo suena bastante bien. Todo lo que sea volver a hablar de ambición de ciudad, de seguridad, de movilidad, de empleo, es volver por fin a los debates que interesan a la gente.

Por eso me reafirmo. Los cortes de la Meridiana y su nefasta evolución nos dejan en un escenario que pinta bastante mejor que el que vivíamos hace unos años. Como decía al inicio, ha pasado lo que tenía que pasar. Lo de la Meridiana no es más que un ejemplo palpable de esta evolución.

Es cierto que no podemos dejar de estar alerta. Hay quienes tienen mucho interés en volver a activar ese lado más visceral de confrontación que les ha granjeado grandes réditos electorales. La amenaza velada de Puigdemont de volver a nuestra tierra no es más que empezar a trabajar para volver a hacer que todo estalle. Por eso debemos estar alerta, y no debemos permitir que se vuelva a engañar a tanta gente. Ya hemos visto lo que sucede cuando se pierde de vista lo que es verdaderamente importante. Espero de corazón que como sociedad no volvamos a caer en la trampa del populismo independentista.