Todos los carriles que han diseñado y pintado en las calzadas Ada Colau y sus adalibanes conducen a que Barcelona se haya convertido en una suma de puntos negros que bate récords de accidentes. Así lo denuncian los Amics de la Bici: “Toda la red de carril bici es un gran punto negro”. Y el colectivo Motoristes BCN: “el urbanismo táctico ha aumentado el riesgo para los motoristas, por lo que los puntos negros de la ciudad no han dejado de multiplicarse”. Más allá de opiniones críticas y de falsedades propagandísticas del Ayuntamiento, las cifras cantan y espantan: 829 siniestros con bicicleta en 2021. Desde 2010 hasta 2019, 7.577 accidentes de bicicleta, según datos del Àrea Metropolitana de Barcelona y estudios de la Universitat Autònoma de Barcelona. Casi la mitad de los accidentados y heridos son peatones. Según la Guardia Urbana, las bicicletas causaron 122 accidentes y los patines eléctricos 124 el último año, lo que supone el doble de los atropellos ocasionados por motos y coches.
Todos los datos indican que los carriles para todo y para todos han sido, son y serán un fracaso demasiado peligroso. Desde que los pusieron de moda un concejal presuntamente republicano que iba de guaperas por la vida, y una eco-comunista mallorquina que gastaba ropas y bolsos de marcas caras. Ambos bien recolocados ahora en cargos mejor pagados de puertas giratorias, predicaban que no hay que segregar a la ciudadanía y, sin embargo, la segregaron mediante carriles y más carriles. Hasta que sus sucesores pinten otros para paseantes sin mascotas y deambuladores con mascotas. Sin descartar unos para carretillas de mano que van como locas por las aceras, y otros para zombis que arrollan mirado y hablando a pantallitas.
Mientras se llega a la idílica ciudad comunera sin motores y con hortelanos y floristas felices en cada esquina y callejón siniestro, el desmadre y el desconcierto de la colauada se complementa mediante señalizaciones de dudosa legalidad, cojines berlineses, pinturas resbaladizas, barandillas peligrosas, bandas sonoras, calzadas en mal estado, semáforos mal situados y peor sincronizados, carriles demasiado estrechos para los autobuses, pésimo estado de los pavimentos irregulares de cemento, imprudente falta de mantenimiento y limpieza de las calzadas, contenedores, paradas de autobús, terrazas mal ubicadas… Sin olvidar jamás los mortales bloques de hormigón que sembró Colau para hacerse perdonar su imprudencia cuando se negó a instalar pilonas para prevenir atentados como el de La Rambla.
Con el Eixample a punto de desaparecer bajo las super-islas del apocalipsis, el corazón de la urbe es la zona con más accidentalidad. Encabezan la lista de inseguridad vial la Gran Vía, con 68 accidentes el año pasado, y la calle Aragó, con 59 percances, la mayoría en algunos cruces. Les siguen otras calles, plazas y rondas como Paral·lel, Diputació, Urgell, Marina, Tetuan… A todo ello, la primera maquinista municipal encarrila Barcelona sin parar hacia la inevitable colisión entre sus falacias y la realidad, demostrando de nuevo que, como escribió el nobel francés Anatole France: “un necio es mucho más funesto que un malvado, porque este descansa a veces, pero el necio nunca”. Por todo esto y por más datos y razones, la ciudad de los carriles ha acabado siendo una ciudad descarrilada.