No podemos negar que la sensación de que Barcelona había perdido tirón ha estado muy presente en la cabeza de los barceloneses y barcelonesas los últimos años. De no ser así, el marco mental de la supuesta decadencia no se habría instalado en la mente de tanta gente.
No debemos hacernos trampas al solitario. La sensación de que la ciudad no respondía al estándar en el que parecía habernos instalado la década de los 90 era una sensación generalizada.
Los años de los grandes proyectos quedan ya lejos. El mandato de Trias, que vino acompañado del gobierno de Artur Mas en la Generalitat, fue el mandato que frenó en seco la ahora tan añorada ambición barcelonesa. Con un recorte tras otro, tanto desde el Ayuntamiento como desde el Govern de la Generalitat, se iniciaba un proceso difícil de parar que acabó torciéndose del todo con el giro hacia el independentismo por parte de aquellos que entendieron era la única salida a la situación de desgobierno a la que, ellos mismos, con su mala gestión y falta de iniciativa política, habían condenado a catalanes y barceloneses.
Desde entonces, Barcelona se volvió una ciudad gris. Probablemente fue entonces cuando se inició la que ahora algunos llaman Barcelona del no. Las pérdidas para la ciudad a partir de ese momento fueron numerosas y de todo tipo. Afortunadamente, la imagen internacional de la ciudad se mantenía, y eso permitió en cierto modo que la inercia hiciera que Barcelona siguiera rodando. Pero la pérdida de intensidad era evidente. Los recortes y el convulso clima político convertían a Barcelona en una ciudad que no se parecía en nada a la ciudad abierta y moderna que fue.
Y, desgraciadamente, hemos tenido que lamentar los estragos de todo este panorama durante años.
Hoy, sin embargo, estoy convencido de que hay motivos para recobrar la ilusión y la esperanza. Los datos demuestran que, en general, Barcelona no está tan mal como algunos tratan de contar. De hecho, demuestran todo lo contrario. Pero, y lo que es más importante aún, algunas de las decisiones tomadas estos últimos años están empezando a tener resultados evidentes.
Que Barcelona sea la ciudad española que mejor se está recuperando de la crisis post-pandémica no puede ser casualidad. Que nuestros niveles de empleo estén a la altura de los mejores años de principios de siglo, tampoco. Que seamos la ciudad que más inversión tecnológica está recibiendo en España, todavía menos.
Pero más importante que todo esto: Barcelona parece haber recuperado la ambición que la caracterizó siempre. Hubo quienes dijeron que la ciudad iba a perder el MWC y, en lugar de eso, lo que ha sucedido ha sido que se ha quedado el Mobile y que se han captado otras ferias internacionales de primer nivel como la feria audiovisual ISE que solía celebrarse en Holanda. Por otro lado, eventos deportivos de primer nivel como La Vuelta a España o la Copa América han apostado por Barcelona en lugar de por otros lugares de España.
Y eso es especialmente relevante. Hace tiempo que se habla de Málaga como una de las ciudades que estaban llamadas a superar a Barcelona en capacidad de atracción. Sin embargo, y pese a los indisimulados esfuerzos de Málaga por traer la Copa América a su ciudad, Barcelona ha terminado llevándose el gato al agua.
Apostar de nuevo por grandes eventos nacionales e internacionales es haber recuperado la ambición. Apostar por grandes proyectos de transformación como el 22@ es haber recuperado la ambición. Tratar de convertir una zona de la ciudad en el barrio empresarial más importante del mundo no es una ambición menor. Haber conseguido más inversión en oficinas en el 22@ que en todo Madrid en el año pasado no es un mal resultado. Y esa ambición es la que va a hacer que Barcelona vuelva a ser la ciudad que fue. Y digo más. Probablemente esa ambición sea la que nos permita ser una ciudad todavía mejor que la que fuimos. Porque con los grandes proyectos llegan las grandes transformaciones, y el mundo, ahora mismo, vive un proceso de transformación sin precedentes.
Barcelona aspira a convertirse, tal y como anunció Jaume Collboni hace unas semanas, en una ciudad de ambición global pensada a escala humana. Y eso no puede improvisarse. Eso debe responder a un plan. Los golpes de timón electoralistas no sirven para conseguir esto.
El rumbo parece el correcto, los cambios han llegado para quedarse. Y Barcelona, tras vivir los años más complicados de su historia reciente y haber empezado a recuperarse de los estragos de una pandemia mundial, lo tiene todo de cara para liderar este proceso de transformación consiguiendo mejorar la vida de sus ciudadanos. Y eso es importante. Porque al final, esto de la política… debería ir de eso.