A menudo me pregunto cuál es exactamente el sentido de la política. Me pregunto en muchas ocasiones el motivo que mueve a cada uno de nosotros a involucrarnos. Siempre he querido creer que es la voluntad de servir a una comunidad. Sin embargo, hace años que el proceder de muchos me hace cuestionarme esa respuesta.

Como bien dice mi amigo (y coautor de mi último libro) Antonio Sola, no se nos ha enseñado a “gestionar el poder”. No se nos ha preparado nunca para ello. Por eso, muchas veces, cuando se llega a él, algunos pierden el norte. Pierden de vista el motivo por el que un día decidieron tratar de conseguirlo.

Todos los que hemos estado cerca de las dinámicas de diferentes partidos sabemos como hay quiénes esgrimen la retórica del servir a los demás queriendo únicamente que otros les sirvan. Hemos visto en demasiadas ocasiones como algunos entienden a los demás como meros engranajes de sus propios propósitos. Y como la cadena de servilismo lleva a movimientos enteros a la sinrazón, perdiendo todo el sentido por el que deberían resultar útiles a la sociedad que se supone querían representar.

Cambiar las cosas. Mejorar la vida de la gente. Esa debería ser la preocupación que moviera a aquellos que se dedican a la política. Desgraciadamente la condición humana es la que es, y la necesidad de perdurar empuja a muchos a perder de vista el bien común para centrarse en el personal.

Evidentemente es lógico tener aspiraciones personales. Faltaría más. Pero uno no puede olvidar el motor que le mueve. Y ese motor, insisto, debería ser la gestión de lo común para maximizar las oportunidades de todos. Por eso siempre me ha molestado la lucha febril por causas que sólo benefician a unos pocos. Más aún aquellas que solo benefician a quienes las enarbolan.

Por eso estoy convencido que el sentido común vuelve a ser el común denominador que debemos reclamar a todos aquellos que tienen incidencia en la gestión de lo público. Su desatino nos atañe a todos. Y su sectarismo también.

Somos muchos, y creo que cada día más, quienes no pedimos nada más que sentido común. Que se nos deje en paz. Y ese sentir empieza a ser cada día más grande. No sólo en Barcelona. Lo he visto durante los últimos meses en muchas partes de España en las que estamos presentando el libro ¿Cómo sobrevivir al mundo que viene? de la editorial Deusto.

Vemos una tónica general ciudad tras ciudad que solo puede resolverse desde ese “sentido común”. Que no entiende de ideologías sino de ideas y de buena voluntad. Tanto Antonio como yo mismo estamos convencidos de que sólo desde ahí podemos construir en un mundo lleno de grietas que debemos ser capaces de cerrar.

Y entre tanta grieta, es bueno darse cuenta de que empieza a introducirse tímidamente en nuestra ciudad un ambiente de cierta normalidad tras años terribles.

Las jornadas de este año del Círculo de Economía han dejado evidencias claras de este nuevo tránsito hacia la tan ansiada normalidad. Son muchas las lecturas que se pueden sacar del evento, pero permitidme constatar dos. Cada día hay menos independentistas declarados en las élites catalanas y cada día vamos conquistando mayores espacios de normalidad.

Porque lo lógico es que en unas jornadas económicas como las que organiza el Cercle coincidan las principales autoridades del país. Que coincidan el Rey, el presidente del Gobierno, el president de la Generalitat y la alcaldesa de Barcelona. Y que se viva con total normalidad.

Y esta es buena noticia para todos. ¡Hasta para mí que soy republicano! Porque recuperar la normalidad implica volver a preocuparnos de las cosas importantes y no de las rencillas de unos y otros. Por más que algunos sigan hablando cuando lo necesitan de teorías conspiranoicas. Por más que hagan política cuando consideren. Lo importante es recuperar la normalidad en la discrepancia. Sin extremismos. Y las figuras importantes de la ciudad deberían tener esto clarísimo.

La ciudad necesita de una vez volver al espacio pragmático. A la gestión del día a día sin injerencias de estupideces varias (que bastantes hemos tenido). Dudo mucho que al vecino de la Bordeta le interese en demasía el tema de las escuchas a los dirigentes independentistas. Y si le interesa, dudo que quiera que en el Pleno del Ayuntamiento se pierdan proposiciones de impulso hablando de esto.

Desgraciadamente algunos siguen creyendo que esto le importa a alguien más que a ellos. E hipergesticulan incluso cuando nadie les mira. Es una lástima ver cuán perdidos andan algunos. Y digo perdidos en lo general y en lo concreto. En lo general cuando se olvidan de para qué decidieron dedicarse a la política (si es que lo decidieron por aquello de servir a los ciudadanos de la ciudad y no para servirse a sí mismos). Y en lo concreto cuando se centran en temas que no inciden en la vida de las personas que viven en la ciudad. Cuando se olvidan de qué es la política municipal.

Y si no tienen vocación de hacer política municipal… que marchen allí donde se sientan más cómodos. Al Parlament o al Congreso. Pero que no manchen sistemáticamente los debates con temas que no nos competen.

Barcelona necesita alternativas sensatas, pragmáticas, moderadas, posibilistas. Necesita alternativas de ciudad. Que piensen en la ciudad y no en ninguna otra cosa. Por eso he percibido siempre los comentarios de Jaume Collboni en esta dirección como comentarios inteligentes. No entra en temas que no sean de ciudad, y si lo hace es siempre por alusiones. Ese debería ser el proceder a emular por parte del resto.

El escenario electoral parece empezar a configurarse de nuevo. Las únicas certezas por el momento son que Maragall liderará de nuevo a los de ERC y Collboni liderará a los socialistas. A la espera de que se resuelva la incógnita de la derecha hay dos modelos que ya compiten. El de quiénes quieren (y siempre han querido) supeditar Barcelona o el de quiénes la entienden como única prioridad.

Barcelona siempre ha molestado al nacionalismo. Y va a seguir haciéndolo. Esperemos que Barcelona resista al envite nacionalista, y siga siendo esa ciudad valiente y libre que ha ejercido como contrapunto a una Generalitat que ha demostrado estar muy perdida los últimos años entre delirios secesionistas.