Como podemos comprobar constantemente, al consistorio que encabeza Ada Colau le gusta ejercer el despotismo ilustrado, pero sin tomarse la molestia de ilustrarse previamente. Lo hemos vuelto a observar recientemente con la arbitraria decisión de prohibir a los barceloneses alquilar habitaciones en sus casas a los turistas, con la excusa de que a ella le parece que eso no es bueno para la imagen de la ciudad. El hecho de que hubiera un montón de gente a la que esos alquileres permitían llegar de manera más desahogada a final de mes no ha sido tomado en cuenta. Por no hablar de hasta qué punto es legal decidir qué puede hacer un inquilino con su propio alojamiento. Ahora le ha tocado a los bicitaxis, que han sido prohibidos por razones más estéticas que éticas, si hemos de hacer caso a Jaume Collboni, para quien ese transporte tercermundista daba una mala imagen de la ciudad (parece que los manteros, lateros, vendedores de mojitos almacenados en alcantarillas y demás no la dan). De tan expeditiva manera, se ha enviado al paro a casi quinientos inmigrantes, casi todos de origen pakistaní: ¡Barcelona, ciudad de acogida!
Desde el punto de vista del peatón, yo diría que los bicitaxis no causaban excesivos problemas. Nunca he visto a ninguno subirse a la acera. Era, incluso, difícil cruzarse con alguno lejos del frente marítimo. Personalmente, me resultan más molestos los ciclistas que se saltan los semáforos porque ellos lo valen, los skaters que te arrollan como pretendas entrar en el MACBA (ese santuario para burgueses frívolos capaces de negar un CAP a la clase trabajadora, ya saben) y los devotos del patinete, a los que a veces hay que esquivar por las aceras. Pero, a la hora de pringar, les ha tocado a los emigrantes que habían encontrado una manera, todo lo alegal que ustedes quieran, de ganarse la vida de manera honrada (recordemos que los manteros tan apreciados por el colauismo trafican, a fin de cuentas, con material falsificado y de probable origen mafioso).
Siendo Ada como es, no me extrañaría que la prohibición del rickshaw se deba a que se le considera una muestra de colonialismo y racismo, ya que los clientes suelen ser blancos con una buena situación económica y los conductores, unos pelagatos venidos de países del tercer mundo. Nos encontraríamos así con una nueva intentona municipal de salvar a la gente de sí misma. ¿Alguien les ha preguntado a los conductores de bicitaxis si consideraban humillante su oficio? Me temo que no. Simplemente, se ha optado por liberarles de una supuesta esclavitud que les ayudaba a llegar a final de mes. Por su propio bien, claro. La cosa me recuerda a cuando en Estados Unidos prohibieron el lanzamiento de enanos (si no saben lo que es, vean las primeras secuencias de la película de Martin Scorsese El lobo de Wall Street), provocando una queja del colectivo de señores pequeñitos que se ganaban la vida con tan deplorable actividad. Los conductores de bicitaxi son de tamaño normal, pero tengo la impresión de que también se les ha salvado por su propio bien y para devolverles la dignidad, que es algo que está muy bien, pero nunca ha dado de comer.
Los comunes practican un autoritarismo supuestamente progresista que acaba por sacar de quicio. Llevamos muchos años gobernados por gente que sabe lo que nos conviene mejor que nosotros mismos. Primero, con Franco. Luego, con Pujol. Y ahora, con Colau. Y aunque no soy nadie para dar consejos, creo que Jaume Collboni haría bien en empezar a apartarse del modo de hacer del colauismo en vez de sumarse a él en decisiones arbitrarias como la prohibición de los bicitaxis. Si es que realmente aspira a llegar a alcalde de Barcelona, claro está.