Uno de los políticos catalanes que más ha sufrido en carne propia eso que ahora conocemos como escrache, lo que toda la vida ha sido el boicot maleducado, es Xavier Trias, un burgués maduro y dilatada carrera que podría volver a concurrir en los comicios por la alcaldía de Barcelona con posibilidades de ganar.
Ya fue alcalde de la ciudad, con el apoyo inconfesable del PP de Alberto Fernández Díaz, entre 2011 y 2015. Es un liberal catalanista (de ascendencia españolista del upper Diagonal), pero que en el último tramo de su mandato se dejó arrastrar por el procés que lideraba su colega de clase pijocatalana Artur Mas.
El caso es que el hombre se encontró al frente de un consistorio sin más oposición real que unos antisistema encabezados por una joven activista crecida a la sombra de la lucha por las hipotecas accesibles, un movimiento urbano empeñado en la propiedad inmobiliaria que después ha virado sin pestañear hacia el alquiler como opción reesidencial más auténticamente obrera.
Trias tuvo que escapar de Poble Sec cuando festejaba el final de las obras del Paral.lel en marzo de 2015 porque una pitada popular lo arrinconó en un bar y después le obligó a esconderse en el coche oficial. Lo mismo le había sucedido dos años antes, cuando quería inaugurar la remodelación del mercado municipal de La Guineueta: la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) que lideraba Ada Colau le montó un pollo tremendo, complementado por una contundente pitada, que le forzó a salir con urgencia de aquel barrio que probablemente era la primera vez que visitaba.
Han pasado algunos años, pero no tantos como para olvidarlo. Ya siendo alcaldesa, la señora Colau aseguraba en agosto de 2021 que “esta actitud no representa a la mayoría” para referirse a quienes con sus abucheos le habían impedido hablar en el pregón de las fiestas de Gràcia, cuando Jordi Cuixart tuvo que salir en su defensa. “Que ninguna actitud sectaria estropee la convivencia”, dijo después en las redes. Unos días más tarde, esa minoría también le boicoteó su intervención en el pregón de las fiestas de Sants.
Este año, Ada Colau no ha participado en ninguno de esos dos festejos tan tradicionales de Barcelona. ¿Acaso ha dimitido la alcaldesa? ¡Qué va! Se ha limitado a no acudir allí donde no es bienvenida, una actitud tan absolutista que difícilmente hubiera adoptado ninguno de sus antecesores, por más de derechas que fueran. Parece que las pitadas son libertad de expresión cuando las sufren los otros.