Qué bonito vivir en una ciudad donde todo lo que necesitas esté a mano, a menos de quince minutos de casa: el supermercado, el médico, el colegio de los niños… y el trabajo. Quien dice quince minutos, dice media hora. Se trataría de volver a pensar la ciudad. Creo que todos firmaríamos por vivir en una ciudad en la que andando o en un medio de transporte público tuvieras cualquier cosa que sueles necesitar a mano y en un momento.
Como siempre, hay quien cree haber descubierto la sopa de ajo. Esto ya existe. La gran mayoría de las ciudades españolas, poco más o menos, son algo parecido. Sin embargo, no podemos decir lo mismo de Madrid o Barcelona. La ciudad y su conurbación adquieren en ambos casos un rango metropolitano que lo complica todo. En ambas áreas metropolitanas viven unos cinco millones de personas. La extensión de la zona urbana es considerable y en el caso concreto del área metropolitana de Barcelona, se da una de las concentraciones de habitantes por metro cuadrado más grandes de Europa.
Este tipo de ciudad se da de bofetadas con la ciudad ideal con que nos han alimentado desde que éramos pequeñitos, ésa que sale en todas las películas de Hollywood. ¡No llevamos tiempo soñando con ella! Mucho. Fíjense que el president Macià ya soñaba con "la caseta amb l’hortet" para todos los catalanes, y lo mucho que ha llovido desde entonces. A poco que un barcelonés sube de rentas, emigra hacia la costa del Maresme o algún lugar del Vallès para comprarse una casita adosada con un par de automóviles en el garaje. Lo del "hortet" hoy no lo tiene claro, pero presumirá de un automóvil híbrido enchufable para poder llegarse a Barcelona sin problemas ni restricciones.
La apariencia bucólica del jardincito, la ausencia de vecinos en el piso de arriba, árboles y pajaritos contrasta con la servidumbre de una ciudad que, desde el punto de vista ambiental, es un horror. Primero, porque ocupa un montón de espacio. Luego, porque la red del alcantarillado público, el servicio de recogida de residuos o el suministro de agua, gas y electricidad es, como poco, seis veces más caro de instalar y mantener que en una ciudad compacta. Finalmente, porque hablamos de una ciudad en la que necesitas un automóvil para ir a por el periódico o una barra de pan, con todo lo que eso implica.
No es el modelo a seguir. Por eso queremos transformar las grandes metrópolis en ciudades de quince minutos. Barcelona no es una excepción. Sin embargo, como vemos en los planes de nuestros líderes municipales, transforman el centro en un "hortet" y no van más allá. Se olvidan de algunos detalles esenciales y se da una paradoja terrible: gran parte de las medidas que se llevan a cabo para mejorar el entorno urbano y conseguir una ciudad más habitable benefician a los ciudadanos de mayor renta y perjudican a los más pobres.
Los barceloneses tardan más de cincuenta minutos, de media, en ir de casa al trabajo. Tardan un poco más si hablamos de la región metropolitana. Dos horas nuestras de cada día tenemos que emplearlas en ir de casa al trabajo y regresar a casa. Sumen otros desplazamientos necesarios. Hablamos de más de 15 millones de desplazamientos diarios en la región metropolitana de Barcelona, según datos municipales. Hasta que no exista un transporte público capaz de competir con el automóvil en accesibilidad, disponibilidad, economía, comodidad y rapidez, ya podemos cantar misa y nos tendremos que comer los automóviles con patatas.
Porque es verdad que muchos barceloneses con cuentas corrientes saneadas se han ido a vivir a "la caseta amb l’hortet", pero muchos, muchos más, no pueden permitirse el coste de comprar o alquilar una vivienda en la ciudad en la que nacieron y donde han vivido siempre. Obligados a irse, abandonados a su suerte en una ciudad dormitorio densamente poblada y escasa de servicios, incrementan la demanda de transporte público o acaban recurriendo, por la fuerza, al automóvil, y perdiendo cada día dos horas de su vida en atascos en los cinturones de ronda o apretujones en el metro.
Mientras tanto, complicamos el rompecabezas eliminando los automóviles del centro de la ciudad, pero, vuelvo a señalar, sin incrementar la oferta y la calidad del transporte público. Se producirá un fenómeno de gentrificación, ya lo verán, porque la gente guay y con dineros se instalará en ese centro limpio de impurezas y los pobres, como siempre, tendrán que buscarse la vida lejos de los ciclistas urbanos, los cafés ecológicos y los restaurantes "vegan friendly", perdonen la caricatura.
Buen tema, ahora que vienen elecciones municipales, ¿no creen?