Sneakers es una película de 1992 dirigida por Phil A. Robinson y protagonizada por Robert Redford y Sidney Poitier, entre otros. Es un thriller que gira alrededor de un algoritmo capaz de descifrar todos los códigos informáticos que le pongan por delante. El malo de la función, Ben Kingsley, quiere apropiárselo y la pandilla de Robert Redford y Sidney Poitier, impedírselo. Cuando descubren lo que tienen entre manos, todos son conscientes de una cosa: se acabaron los secretos. El susto que se llevan es de aúpa.

Eso, en 1992. Hoy estamos en 2023 y no somos conscientes de la cantidad de información sobre nosotros que circula por ahí en formato electrónico. Estamos fichados y controlados por todos lados, por empresas públicas y privadas, por bancos, hospitales, compañías de suministros… y redes sociales. En teoría, y fíjense bien que digo en teoría, nuestros datos personales no deberían caer en algunas manos, pero así sucede. Como también sucede que la misma persona que exhibe sin pudor su vida íntima en Tik Tok, en Twitter, en Instagram o donde quieran luego vaya y se queje de que en la compañía de seguros le preguntan la edad, cuando la conoce todo el mundo. Pero, claro, da un poco de grima saber que, hoy en día, no existen los secretos, que nada escapa a la mirada del Gran Hermano.

Además, cualquier desalmado puede dedicarse a pescar y robar datos, a los que sabrá extraer beneficios. Sin ir más lejos, esta semana pasada el Hospital Clínic de Barcelona sufrió un ataque informático de gran envergadura. Se paralizaron las actividades hospitalarias, tuvieron que suspenderse operaciones, ingresos, diagnósticos, se montó un lío de mil demonios y todo para robar miles y miles de datos que se devolverán a cambio de un rescate o se venderán al mejor postor. Datos de usted, de usted, de usted o míos, de cualquiera. Pónganse, además, en la piel de esa persona que, tras esperar más de un año para una operación quirúrgica, se entera de que se la han suspendido porque no funcionan los ordenadores.

Aunque es cierto que estas cosas pueden pasarle a cualquiera, el Departament de Salut de la Generalitat de Catalunya y la informática se llevan fatal desde hace demasiado tiempo. Los ataques informáticos que han recibido en los últimos meses han sido demasiados y no hay una política de seguridad efectiva. Desde ese sitio web que se llama La meva salut no tenemos acceso a gran parte de nuestro historial, del nuestro, porque hay centros diagnósticos con sistemas informáticos incompatibles. De hecho, un hospital o un centro de asistencia es fácil que no pueda acceder al historial de un paciente que ha estado antes en otro centro sanitario. El caos de aplicaciones y programas que emplean unos y otros es tremendo, la falta de mantenimiento es proverbial y los fallos de seguridad, como he dicho, cada día más evidentes. El Plan Director de Sistemas de Información del SISCAT de 2017 recoge éste y muchos otros problemas, pero no parece que haya cambiado nada desde entonces.

No es el único sector donde nuestros datos no sé sabe a dónde van o de dónde vienen. A veces, uno se sorprende de encontrar el caos informático donde menos se lo espera. En la recogida de basuras, por ejemplo. Uno de los puntos sobre la recogida de basuras puerta a puerta que ha levantado más ampollas entre el vecindario de Sant Andreu del Palomar ha sido el del famoso chip que identificaría quién tira qué y cuándo a la basura. Con esa información se podría multar a discreción a quien no tira los pañales del abuelo donde debe o cuando toca. El regidor del asunto siempre ha negado que ésa sea la intención, pero Pinocho mentía mejor. Todos sabemos que el palo y la zanahoria van de la mano. Pues esa información está en manos de una empresa privada, que no pública, e incumple no sé cuántas normas de protección de datos, como han denunciado los vecinos.

Qué más da. Aquí nunca pasa nada. El sistema informático de la sanidad pública se parecerá al del Institut de les Lletres Catalanes, ya me entienden. El curso de los problemas será el viaje acostumbrado de la novedad al olvido. Nosotros, en vez de preocuparnos, curiosearemos el Instagram de la vecina del quinto o tuitearemos impertinencias amparados en un falso, siempre falso, anónimo.