Ya conocen el cuento de Pedro y el lobo. ¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo! Y no viene. Otra vez: ¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo! Y nada, no viene. A la tercera, viene y se come a Pedro. 

España presumía de no tener partidos de extrema derecha. El discurso oficial en Cataluña, además, sostenía que tal cosa era aquí imposible, porque somos muy buenos y mejores y tal y cual, Pascual. ¡No somos como el resto de los españoles! Mientras, en Europa asomaban partidos con un tufo a rancio que echaba para atrás, adornados con tintes xenófobos, clasistas, populistas con tendencias totalitarias, neoliberales cuando no anarcocapitalistas y groseramente nacionalistas. Es verdad: si hubiera escrito «nacionalistas» al principio, me hubiera ahorrado la enumeración. 

¿Íbamos a ser la excepción en Europa? ¿«Spain is different» era cierto o sólo un lema franquista acuñado en 1957? Sabemos que inspiró el «Catalonia is different» que nos hemos estado comiendo por tierra, mar y aire los últimos cuarenta años, eso sí. Podría decirse que en España tuvimos suerte y no supimos aprovecharla. Nadie hizo caso de las advertencias. No hay peor sordo que quien no quiere oír, ni peor ciego que quien no quiere ver.

La Crisis del 2008 tuvo serias repercusiones. Una política de «recortes» de gobiernos de vocación neoliberal (Rajoy, Mas) arruinó el Estado del Bienestar, el mayor logro de las democracias liberales europeas en toda su historia. Nos ha quedado una desigualdad creciente de rentas y oportunidades, que se traduce en una sociedad menos justa, y va para largo.

El malestar y el desconcierto ante la que estaba cayendo alimentó un movimiento de protesta que, en España, se llamó 15-M. Hoy es una inoperante olla de grillos, por razones en las que no entraré ahora, porque hablo de otra cosa. Su fracaso no ayuda.

En Cataluña, esa protesta fue ahogada por el llamado procesismo. El día que el presidente Mas tuvo que emplear un helicóptero para acudir al Parlament, en 2011, se inició un procesismo que, digan lo que digan, todavía persiste. Una locura posible gracias a tantos años y tantos medios empleados en alimentar un nacionalismo de raíces carlistas, que se apresuró a ocupar el hueco que dejó el franquismo entre la gente de bien, que suele decirse. Conservador, esencialista, neoliberal en economía, xenófobo y clasista, ha sido quien ha dado forma y fondo al discurso oficial de toda la política catalana. 

Hasta tal punto ha sido el discurso dominante que ha conseguido normalizar cosas que en circunstancias normales hubieran sido inadmisibles. El presidente de Banca Catalana se permitió el lujo de asomarse al balcón y gritar a una muchedumbre que, de ahora en adelante, iban a ser «ellos» los que iban a hablar de moral y ética. Ese mismo sinvergüenza y su familia han administrado una corrupta red clientelar de comisiones y chanchullos durante años, pero ¡qué gran hombre! Ya verán qué funerales le organizan, aunque sus textos sobre la superioridad moral de los catalanes sobre los andaluces den vergüenza ajena, como las declaraciones de su señora mujer sobre los inmigrantes.

Se ha normalizado que la presidencia del Parlament, una vez y otra y otra, pueda insultar públicamente a un partido político por llevarle la contraria, amañar contratos, desobedecer a los tribunales, afirmar que en Cataluña viven «no catalanes» a los que se puede distinguir por su aspecto, afirmar que existe una superioridad racial del hombre blanco sobre el negro o que los catalanes no sé qué de los cromosomas, incluso aplaudir expresiones xenófobas como «ñordo» o «colono», empleadas con cualquiera que no se identifique con su idea de «catalán». ¡Bravo!

Se ha normalizado el 3%. Se ha normalizado que, con un presupuesto por habitante en la media de los presupuestos autonómicos, estemos entre las últimas Comunidades Autónomas en inversiones en educación, sanidad o servicios sociales per cápita. Se ha normalizado que uno de cada tres niños esté en riesgo de pobreza. Se ha normalizado que la CCMA sea un órgano de propaganda del régimen. Se ha normalizado que los diputados o concejales sean friquis o corruptos. Sin ir más lejos, en el equipo de Trias hay un señor que preguntó por los «chemtrails» en el Parlamento Europeo y otro con sobradas sospechas de chanchullos a sus espaldas; en la candidatura de ERC a las Cortes tenemos a un personaje como Rufián y a una señora que defendía la homeopatía y el consumo de leche cruda. Etcétera.

Ahora todo es susto y miedo porque en Ripoll no sé qué ha pasado. ¡El lobo! ¡El lobo! No es que haya venido, sólo es que ahora se nota más.