Xavier Trias está disgustado. Un pacto entre fuerzas políticas distintas le ha impedido ser alcalde de Barcelona. Asegura que no se ha entendido lo que pretendía. Y califica casi de misión de “paz” su apuesta por dirigir una ciudad con un pacto con ERC, con el deseo de recuperar la confianza ciudadana y de apostar por acuerdos transversales que hicieran olvidar todo lo que sucedió con el proceso independentista. Trias insiste en que él no es un arrojado ‘indepe’, y que lo realmente malo es la relación de “dependencia” de Catalunya, algo, realmente, curioso. Es una forma de distinguirse y de sostener que él tiene un modelo algo diferente.
Le sucede como a Carles Puigdemont, que, según Trias, le envió un mensaje diciendo que no se sabe quién “quiere aniquilarnos”, en referencia al acuerdo que deja a Trias en la estacada en Barcelona. Ahora el independentismo, y lo ha afirmado la periodista y activista Pilar Rahola, cree que está en inferioridad, y que está vetado para la “vida democrática”, y que, a la menor ocasión, se impedirá que gobierne en las instituciones. Es el mundo al revés. Es hacer creer a la ciudadanía que el enemigo siempre es el otro, que nunca se ha hecho nada malo, que todo es producto de la incomprensión hacia Catalunya.
Sorprende esa actitud. O es puro cinismo, o pura ingenuidad, o, sencillamente, se está fuera de la realidad. Si Trias podía representar –y lo era, ciertamente—el elemento decisivo para que Junts per Catalunya pudiera aterrizar y llegar a ser un nuevo actor en el juego democrático, en Catalunya y a corto plazo también en el Congreso, donde se le recibiría con los brazos abiertos si esa apuesta fuera realmente real, entonces no se entiende nada de lo que ha sucedido en los últimos días. Trias dice que iba a lograr una unión pragmática de ese independentismo de centro-derecha liberal, --muy necesario—y lo que se ha encontrado la ciudadanía son muestras de todo lo contrario.
Mientras Trias defendía su proyecto de ciudad, Junts per Catalunya le decía a Jaume Giró que no hiciera tonterías y que no se presentara a las primarias para elegir al cabeza de filas en el Congreso. Que Puigdemont ya había apostado por Míriam Nogueras, a quien no se le conoce ni un sólo proyecto o idea constructiva –sólo bronca y odio a lo español. Giró se retiró. No tenía ni una sola opción. En el Parlament, Junts proponía como sustituta de Laura Borràs a Anna Erra, ex alcaldesa de Vic, que, durante el procés independentista convocaba a sus vecinos a través de megáfonos del consistorio, cada día en la plaza de la vila, para que no olvidaran un mensaje de solidaridad con los políticos independentistas presos y que el verdadero objetivo era la independencia. A la manera de un mulhacín en una ciudad musulmana, Erra se mostraba como una alcaldesa sólo para una parte de la ciudadanía, la independentista.
Su predecesora en el cargo, Laura Borràs, presente en la foto de la victoria de Trias en la noche electoral, era capaz de sostener en entrevistas televisivas que ella no hablaba en castellano, que para eso ya había traductores, porque, entonces, ¿qué tendría que hacer, hablar también en “amazigh”?
Trias se proclama amigo personal de Puigdemont, y habla maravillas de Borràs. Puede que no esté en total sintonía con ellos, pero no se despega. Al revés. Habla de lo buenas personas que son. Y nadie pone en duda que sean buenas personas, o que sean muy amigos de sus amigos. Pero ni Trias ni Puigdemont han interiorizado todavía la capacidad que tienen algunos dirigentes independentistas para irritar y cabrear profundamente a buena parte de la sociedad catalana.
¿De verdad Trias se extraña de que se le impidiera acceder a la alcaldía, a través de un pacto legítimo de otras fuerzas políticas porque al PP no le gusta que Junts per Catalunya domine la segunda ciudad de España y la capital catalana? ¿De verdad es posible pasar página sin que los actores independentistas reconozcan de una vez las barbaridades que cometieron con el proceso independentista? ¿No son capaces de empatizar, como sí lo ha hecho la otra parte de la sociedad, que entendió, en Catalunya y en buena parte del resto de España los indultos que dictó el gobierno de Pedro Sánchez? ¿De verdad Trias cree que no cabrea a esa parte de la sociedad cuando escucha el desprecio de Nogueras por los gobiernos españoles, sean de un color o de otro? ¿Se cree Trias que eso es gratis?
No ha pasado nada tan raro en Barcelona como Trias se empeña en denunciar. Los comunes pueden preferir claramente a Jaume Collboni antes que a Xavier Trias. Y el PP ha superado una duda: entre pensar que los votantes de Trias en los distritos con mayor renta podrían recalar en el PP en las elecciones generales y la posición moral, ha prevalido esta última: un voto a favor de un alcalde constitucionalista, que puede hacerlo mejor o peor, pero que no es el responsable del desaguisado del proceso independentista. Trias no estuvo en primera línea, pero dejó hacer, cuando en calidad de alcalde de Barcelona pudo haber levantado la voz con autoridad.
Junts per Catalunya y ERC deben asumir con claridad lo que pasó. No se echa a nadie de las instituciones democráticas, simplemente hay pactos políticos. No se elige a un alcalde en unas elecciones. Se vota a representantes, y ellos son los que deciden cómo componen un gobierno, sea municipal, autonómico o nacional.
Porque, ¿qué se ha decidido en Girona? ¿De verdad Junts, la CUP y ERC comparten un programa de ciudad, sin matices? Ahora resulta que la CUP defiende lo mismo que la ex Convergència reconvertida en Junts per Catalunya en Girona. Y por ello, ¡Oh sorpresa!, se ha dejado en la oposición a la socialista Sílvia Paneque, que ganó, como Trias, las elecciones.