La Mina ha sido víctima de otra película. El actor Mario Casas la eligió como plató para dirigir un cinta sobre delincuentes. Los críticos han opinado: “tan afectada y pomposa como
extraviada”; “Puro cine quinqui del siglo XXI”; “El guión está a medio hacer”; “Muestra mano con la cámara pero poco que contar”. Se titula Mi soledad tiene alas y, por querer volar tan alto, no ha sabido aterrizar en aquella Mina de verdad. Mario Casas es un gran actor y su carrera lo avala, pero pasar parte de su juventud entre Martorell y Esparraguera no implica conocer ciertos barrios de las llamadas periferias de Barcelona.
Un “minero” de verdad y pura cepa es Ricardo Gómez de Olarte, abogado penalista experto en delincuencia económica y fiscal. Recuerda en un artículo biográfico: “La Mina nació para erradicar el chabolismo, pero tan sólo sirvió para ocultar ese chabolismo a los ojos de la pujante clase media”. El periodista Huertas Clavería lo bautizó barraquismo vertical. En 1975, tenía más de 15.000 habitantes y una media de más de siete personas por piso. La inmensa mayoría de vecinos son trabajadores honrados, pero el cine y los medios de comunicación sólo se han ocupado de sus delincuentes, preferentemente gitanos.
Los hicieron tan famosos y mitificados, que cuando se rodó una cinta sobre El Torete, menores del barrio robaban coches y los hacían derrapar ante el cineasta José Antonio de la Loma para que los contratase. Por miedo a que le robaran material, De la Loma nunca se atrevió a rodar en La Mina engendros como Perros callejeros, Los últimos golpes de El Torete, Perras callejeras y Yo, el Vaquilla. Así nació el cine quinqui. Mario Casas lo ha resucitado, pero no llega a la altura internacional de Deprisa, deprisa, dirigida por Carlos Saura con música de Paco de Lucía y Los Chunguitos.
Evoca Gómez de Olarte que su padre conoció al mítico Tío Manolo cuando ocupó el Patronato Municipal de la Vivienda para ser él quien decidiera a quién se daban los pisos. La ocupación acabó en fiesta flamenca y su padre tuvo más suerte que aquel otro funcionario municipal “suicidado” en las vías del tren. Con la llegada de la heroína, una nueva generación dejó de respetar al patriarca. Ahora son los Manolos. Los primeros mossos novatos que asomaron por el barrio fueron recibidos a balazos. Hasta entonces, la policía hacía la vista gorda con el trapicheo de hachís a cambio de que el patriarca les entregara a los culpables de delitos violentos. Y cuando había batallas entre clanes, dejaban que se matasen entre ellos y negociaban con el ganador.
El Torete, los Jorodovich, los Manolos, El Vaquilla… Su padrino Julián Ugal Cuenca, con siete homicidios en sus espaldas, le regaló una pistola al cumplir doce años y le dijo: “ya eres un hombre”. El Julián murió cuando huía de lo alto de un hospital y se rompió la cuerda que le facilitó una monja seducida y enamorada. Legendario. Pero nadie ha filmado las vidas y los tantos buenos trabajos que han hecho y hacen sacerdotes, maestras, asistentes sociales y sanitarios. También son “mineros” de verdad.