Los grupos que forman el consistorio barcelonés están jugando al todo o nada con los presupuestos. Cada uno exige, para apoyar la propuesta del equipo de gobierno, no ya concesiones, sino que se asuman todas sus ideas y se elimine del proyecto socialista cualquier cosa que no les guste. El resultado, de momento, es la inmovilidad: no se avanza, lo que en materia económica significa que se retrocede al no poder adecuar la situación presente a las nuevas necesidades.

Por citar casos claros: al rechazar de plano la propuesta de los socialistas, los comunes se cargaban también la subida de impuestos al turismo en general y las tasas de los cruceristas en particular. Algo que ellos defendían hasta que lo ha propuesto otro. Por su parte, Junts se cepilla, a la vez que el proyecto de presupuestos, la adecuación de las tarifas de las terrazas que ellos directamente, o sus submarinos empresariales, habían solicitado. No importa. Con tal de perjudicar al contrario están abiertamente dispuestos a machacarse los propios hígados.

ESQUERRA, LIGADA AL PARLAMENT

Lo de ERC es más patético. No dependen de sí mismos sino de las negociaciones que se puedan dar en el Parlament, donde Pere Aragonés, tras la espantada de Junts, se mantiene gracias al apoyo de los socialistas.

Es más que probable, con todo, que unos y otros estén esperando a ver cómo evoluciona la cuestión de la investidura de Pedro Sánchez para decidir qué hacer en Barcelona. Si así fuera, quedaría claro que, pese a las proclamas de que anteponen los intereses de la ciudad a cualquier otro asunto, no es así. Lo primero es lo suyo. Todo lo demás viene después.

Durante el debate de las cuentas, finalmente retiradas por los socialistas para evitar que fueran derrotadas, el portavoz de Junts llegó a insinuar que votarían en contra porque en su día Collboni se hizo con una alcaldía que pertenece a Xavier Trias. Es, nada casualmente, el mismo argumento que utiliza el PP para sostener que la presidencia del gobierno español corresponde a Núñez Feijóo y no a quien elijan los diputados (que es lo que dice la Constitución, dicho sea de paso).

JUNTS, UN PARTIDO SIN IDEOLOGÍA

La actitud de Junts es muy coherente. Manuel Cruz recuerda en su último libro (El gran apagón) que en su momento se preguntó a la militancia cómo debía definirse ideológicamente el partido. Se podía elegir entre ser liberal (forma vergonzante de decir “de derechas”), socialdemócrata o “ninguna” definición. No ganó esta inconsistencia, pero es la que se ha impuesto. El partido no tiene línea ideológica ni falta que le hace. De ahí que en la pasada legislatura pudiera pactar la Diputación de Barcelona con los socialistas (a cambio de un programa televisivo para la mujer de Puigdemont) o dar ahora la alcaldía de Girona a la CUP para evitar que la ocupe el PSC, partido más votado (sin que ello les prive de seguir con la matraca de que en Barcelona ganó Trias). Y ahora se mantiene, una vez más, en la indefinición sobre si acabará o no votando presupuestos que incluyen propuestas suyas, en función de lo que el huido a Waterloo acabe decidiendo para sus propios intereses particulares, a los que ellos llaman de país.

Junts se dedica sistemáticamente a buscar llagas para meter el dedo. Y si no las encuentra, se las inventa, como hizo Xavier Trias hace unas semanas al acusar a los socialistas de ser cómplices del intento de golpe de Estado del 23 de febrero. Que no tuviera pruebas carece de importancia. Cuando se sirve a la patria todo está permitido. Incluso el ridículo, como hizo Trias en este caso. Y es que, si fuera cierto, cabría preguntarse por qué ha callado durante todos estos años. ¿Alquilaba su silencio? Una pregunta retórica. La respuesta está en la encuesta fundacional que ofrecía a los militantes la posibilidad de aceptar que el partido carece de ideología, es decir, de proyecto. Gracias a ello caben en Junts un buen tipo como Josep Rull y oros no tan ejemplares como Puigdemont, Borràs y el Trias, que va de bueno y el que se hace pasar por senil.

Mientras tanto, los intereses de Barcelona se mantienen en segundo plano y los grupos (unos y otros) fingen que votan a favor o en contra porque lo quieren todo o nada, como si hubieran cosechado el ciento por ciento de los votos y no tuvieran necesidad alguna de pactar.