Palito Ortega cantaba: “Todo es frío en la ciudad. Por favor no pisen las flores. Por favor no las pisen más.” Lluís Llach reivindicaba: “Cal que neixin flors a cada instant”. Pero la herencia de los sub-progres de Colau y su cofradía continúa cómo empezó.

El primer año de asaltar el Ayuntamiento, obligaron a retirar las flores de las aceras del mercado de la Concepció, una de las más bellas de Barcelona y un vergel en el Eixample burgués que intentaron descuartizar. Ahora, la historia se repite y el chiringuito de incapaces que dicen ocuparse del paisaje urbano y de la calidad de vida ha multado a una pequeña floristería de la calle Consell de Cent. Era un regalo para la vista y el olfato, y la han forzado a retirar su hermosa decoración. Por su parte, los Amics de la Rambla piden que se preserven las históricas floristerías del mítico paseo y que no sufran la misma mala muerte de aquellas típicas pajarerías.
 
Serviles cómplices del feísmo colauista, los culpables del paisaje urbano que persiguen floristerías han hecho y hacen la vista gorda con los rótulos ilegales y antiestéticos en supermercados del centro de la ciudad. Son los mismos comisarios políticos de la estética que mandaron retirar las rejas de seguridad en puertas y ventanas de la Barceloneta, castigada por la inseguridad y por concejalas que más vale olvidar. Afortunadamente, algo empieza a cambiar en el nuevo consistorio y en aquel desencanto de la sociedad civil, que ha desatado una oleada de solidaridad con la floristería perjudicada. Es la primera gota que desbordará el vaso de tanta ignominia adalibana.

Una utopía del colauismo fue “promover la agroecología y la soberanía alimentaria, acercando la ciudadanía a los huertos urbanos y dando apoyo a las iniciativas ciudadanas de agricultura urbana”. Al frente de tal aberración ecológica, el siniestro concejal Eloi Badia, campeón de fracasos visuales como huertos en el tejado de un mercado, en balcones, azoteas y solares. Su objetivo: entrenar a parte de la población con una economía de subsistencia ante la pobreza que creaban. Convertida en la gran hortelana y verdulera, Colau lo llamó “agroecología y soberanía alimentaria”. La señora de Pedro Sánchez agravó la penuria estética con su malhadada consigna: “lo rural es cool”. No se sabe aun si la exalcaldesa antisistema vividora del sistema entiende la diferencia entre lo cool y la col.

Ante tantos dislates contra el arte floral, el alcalde Collboni tiene la oportunidad de poner orden y proceder a cambios racionales en el Institut Municipal de Paisatge Urbà i Qualitat de Vida, que parece sabotearle con medidas y multas discriminatorias e impopulares. Con la nueva arquitecta jefa, Maria Buhigas, como responsable del chiringuito, llega la esperanza de poner fin a la política de la berza y los berzotas con sensibilidad de esparto. Quizás así, sea posible hacer realidad la canción de Sabu Martínez que dice: “Manda rosas a Sandra, que se va de la ciudad. Manda rosas a Sandra y tal vez se quedará”.