Iluso de mí, pensaba que el regreso a Barcelona de Manuel Borja-Villel (Burriana, Castellón, 1957), en condición de asesor del departamento de Cultura de la Generalitat (para supervisar, se supone, todos los museos de Cataluña), sería acogido con alborozo por la comunidad en general y la comunidad relacionada con el arte contemporáneo en particular. A fin de cuentas, lo de Manolo es un carrerón en lo suyo: tras dirigir en Nueva York El Museo del Barrio, se hizo cargo de la Fundación Tàpies de la barcelonesa calle de Aragón (entre 1990 y 1998), se trasladó luego al Macba (1998 – 2007) y, tras una mudanza a Madrid, estuvo al frente del Reina Sofía un montón de años (entre 2008 y 2023). No negaré que me sorprendió bastante que los de ERC le ofrecieran ese puesto de supervisor, ya que sus intereses artísticos suelen tirar más hacia el Museu del càntir o el Museu dels Castells, pero me alegré de que alguien como Manolo (disculpen la familiaridad, pero hace años que lo conozco y que le tengo un gran aprecio, quiero creer que mutuo) hubiese sido designado para imponer su muy respetable criterio en la estructura museística de nuestro querido paisito. Me equivoqué, como insinuaba al principio, pensando que mi alegría sería compartida por todo el mundo catalán del arte, pues ya se han pronunciado algunas voces disidentes que, lejos de dar la bienvenida al hijo pródigo que vuelve a su hogar de adopción, se preguntan por qué le ha caído semejante chollo (100.000 euros y un despacho con dos ayudantes) cuando, según ellos, el hombre nunca ha hecho nada por el arte catalán. Eso es lo que mantiene una columnista de Vilaweb en un reciente artículo, haciéndose eco, intuyo, de un amplio colectivo que no ve con buenos ojos al señor Borja-Villel y su manera de hacer las cosas.

Si de algo se puede acusar a Manolo es de privilegiar en su gestión sus ideas políticas de izquierda sobre otros asuntos más específicamente artísticos, pero eso no le ha impedido mantener la coherencia en todos sus proyectos expositivos. ¿Que representa como nadie el célebre concepto El comisario es la estrella? No les diré que no, pero me temo que eso es hasta cierto punto inevitable cuando uno tiene en la cabeza su propia visión de la historia del arte contemporáneo, en la que rigen un orden y una logística personales que no siempre coinciden con visiones más canónicas del asunto. Y en cuanto a la supuesta aversión de Manolo al arte catalán, debo decir que no la veo por ninguna parte: recordemos que, cuando estaba al frente del Macba, prestó atención a Tàpies y a Perejaume y dedicó dos espléndidas retrospectivas a nuestros dos conceptuales de mayor peso específico, opuestos y complementarios, como son Francesc Torres y Carlos Pazos. ¿De dónde saca, pues, la columnista de Can Partal la teoría de que Borja-Villel ha pasado del arte catalán como de la peste en todas las instituciones que ha dirigido? ¿Hay ahí alguna clase de rencor personal que no se nos explica?

Puede que todo se trate de la habitual mala recepción que solemos ofrecer los catalanes en general y los barceloneses en particular a quien no ha ejercido su oficio durante toda la vida entre nosotros. En otro orden de cosas, recordemos la hostilidad con la que recibimos a Manuel Valls cuando le dio por presentarse a la alcaldía de Barcelona: se le llegó a tratar de mindundi en una ciudad llena de genuinos mindundis de la política, ninguno de los cuales, que yo sepa, había llegado nunca a primer ministro de la república francesa (y que no se me enfade el marxista Borja-Villel por la comparación).

Personalmente, me alegro de que Manolo haya vuelto a la ciudad en la que trabajó tanto y tan bien durante muchos años. Y si a alguien le molesta su presencia, creo que podría tomarse la molestia de atacarle con algo más de fundamento: posible manipulación política de la historia del arte contemporáneo, un ego tal vez algo desmesurado, el concepto del comisariado como instrumento para imponer un orden propio en el obligatoriamente desordenado panorama de la creación artística de los últimos tiempos…Pero acusarle de no haber hecho nada por el arte y los artistas catalanes me parece tan injusto como inexacto.

Nuestro hombre tiene tres años por delante para ordenar la estructura museística de Cataluña. Cuando pasen esos tres años, veremos si su paso por el departamento de Cultura de la Generalitat ha tenido más luces que sombras. Hasta entonces, propongo que le dejemos trabajar en paz.