Muy a menudo no somos conscientes de nuestra fragilidad. Vivimos de milagro. Una tortuga mató a Esquilo, el dramaturgo griego. Un águila que surcaba los cielos la llevaba entre sus garras y ¡ay! ¡Se escapó! Fue a caer sobre la cabeza del escritor y ahí lo dejó, tieso. Pinkerton, el famoso fundador de la agencia de detectives que lleva su nombre, resbaló con una piel de plátano, se mordió la lengua y unos días después murió por culpa de la infección de esa herida. El rey Adolfo Federico de Suecia se zampó una cena pantagruélica que remató con catorce platos, catorce, de su postre favorito. Luego se acostó y no se despertó jamás, porque la indigestión se lo llevó por delante

A poco que vives, descubres que la vida se escapa entre los dedos. La eternidad se percibe en un instante; luego vienen las horas de oficina, eternas; entre deberes y obligaciones, un día miras hacia arriba y ¡zas! ¡La tortuga! Se acabó. Cuando menos te lo esperas.

Quedan los parientes y amigos. Los primeros, para pagar el entierro y los segundos, para contar chistes durante el funeral, una tradición de rancio abolengo. No es ninguna broma enterrar a alguien en Barcelona, no crean. ¿Han visto cómo están los precios? Mucha competencia y mucho libre mercado y sale más barato tirarte al contenedor de residuos orgánicos; mucha subvención y mucho servicio público y acabas igual en el contenedor. Pero, total, eso ya se lo encontrarán, que yo a me habré ido.

La fragilidad está ahí, es nuestro sino. Somos algo, no sé qué, en la cuerda floja. Somos, que diría un físico, un ejemplo de equilibrio inestable. Un estornudo, un tropezón, un pedo a destiempo y ¡adiós! Esto vale para las personas tomadas de una en una. A poco que te despistes, una ya se ha ido. Pero las personas así, en conjunto, forman eso que llamamos sociedad y si una persona es frágil, la sociedad no va a serlo menos. 

En teoría, la sociedad está para auxilio y socorro de nuestras personas. Es un invento para que esa fragilidad de lo humano no sea tan evidente. Pero, ya ven, inauguran una nueva forma de pagar los viajes en tranvía, metro y autobús y ¡patapam! Ahora no funcionan las tarjetas de crédito en las máquinas expendedoras. Queda todo en el aire y sin posibilidad de viajar con billete. Si han saltado los plomos o ha sido un error informático es algo que no sé, pero sí sé que estas cosas pasan. Mira que nos hemos gastado no sé cuántos millones de euros en la nueva forma de pagar los billetes del transporte público, que no son pocos millones, y mira cómo se estrena la cosa, dándonos el día y teniendo que pedir hora para comprar una tarjeta multiviaje. Madre mía.

Ahora nos vendrán con restricciones y tendremos que pagar más por menos agua. Es que no llueve. No llueve hace ya unos años, ojo, no es cosa que nos venga ahora de sopetón. Muchos venían avisando, pero este verano se llenaron las piscinas y se malgastó el agua con alegría, porque, total, son dos días en este mundo y ¡alegría! ¡Alegría! 

No deja de asombrarme la desidia de las autoridades a la hora de tomar medidas. Siempre esperan a última hora, no sea que alguien vaya a enfadarse. Cuando la fragilidad acecha, ojo, que entonces mirar hacia otro lado es como echarse a la piscina sin saber si está llena o vacía, un ejemplo que ni pintado para el asunto de la sequía.

Barcelona es una ciudad frágil. Ni siquiera en eso somos excepcionales, porque todas las ciudades lo son. Un pequeño accidente, una tontería, puede dejarnos días sin suministro eléctrico, por ejemplo. Un chatarrero ilegal en busca de cobre y aluminio puede cortar una línea ferroviaria durante horas y afectar a miles de viajeros, que es lo que pasa en Rodalies un día sí y el siguiente también, mientras los Mossos d'Esquadra están a otras cosas. Un chaparrón a destiempo monta un pollo considerable casi siempre, qué les voy a contar. Seguro que ustedes tienen más ejemplos en la cabeza de grandes contratiempos provocados por tonterías.

Maquiavelo decía que un príncipe tiene que estar preparado para el día en que la diosa Fortuna mire para otro lado, que es muy fácil gobernar cuando todo va bien, pero cuando algo se tuerce… Ahí se demuestra el valor del príncipe. O del alcalde.

Por cierto, antes de irme, ¿cuándo toca hablar del belén en la plaza de Sant Jaume? Es para un amigo.