Los antisistema, ¿dónde están? El movimiento okupa, ¿se escondió el pasado sábado o ya no tiene fuerza en Barcelona? Asombro total. La manifestación convocada por los antisistema, tras el desalojo de los espacios de la Bonanova, El Kubo y la Ruïna, resultó un fracaso total, como se señaló en Metrópoli. La cita se había fijado en la plaza Alfonso Comín –el nombre del activista y político católico, un referente para la izquierda que defendió aquello que se resumió como ‘los cristianos en el partido y los comunistas en la Iglesia--y el objetivo era el de colapsar la salida número 6 de la ronda de Dalt. El lema era una declaración de intenciones: “Nada ha acabado, todo continua”. La cuestión es que los pocos que acudieron se dispersaron de inmediato. ¿La razón? El dispositivo de los Mossos fue infalible: la petición de identificaciones convenció a los potenciales manifestantes. Nadie quería líos innecesarios.
¿Ya no hay valores? Se pueden reclamar ayudas públicas para que el acceso a una vivienda digna, como señala la Constitución que cumplirá mañana 45 años, sea una realidad. Y la presión, --es cierto—debería ser mayor por parte de toda la ciudadanía, exigiendo medidas concretas, con memorias económicas serias, en cada convocatoria electoral. Pero otra cosa es defender okupaciones de espacios que son de otros –en este caso de la Sareb—y considerar que se trata de una cultura cívica. Hubo, sí, un movimiento okupa contracultural, anticapitalista, con veteranos bregados en mil batallas, que tuvieron su referencia en Berlín. Y no se puede ni sebe despreciar. Pero en Barcelona lo que se ha visto es que, a las primeras de cambio, los manifestantes que querían protestar por la intervención de los Mossos d’Esquadra en la Bonanova, desistieron cuando se les pidió el carnet de identidad.
Los mismos manifestantes que bajaron la cabeza corrieron hacia Gràcia, para, allí sí, quemar algunos contenedores y realizar algunos destrozos en varios establecimientos. Unas ochenta personas. Ahí se quedó la posible revuelta del movimiento okupa, o de los antisistema que ven en los cuerpos de seguridad a sus enemigos.
Quizá hayan asimilado que, al contrario de lo que habían pensado hasta ahora, la seguridad es un concepto que debe reivindicar la izquierda. Dejando de lado cosas estrambóticas, condenables, como los llamados ‘Desokupas’ –un nido de personas peligrosas que creen que pueden actuar fuera de la ley—la lección que debería quedar instalada es que el orden en las calles, la protección de la propiedad privada, es un valor de izquierdas. Se podrá decir también que lo defiende la derecha. Perfecto. Pero los ciudadanos que se definen de izquierdas, al entender que es una ideología que pone más el acento en la igualdad, deberían ser los primeros en defender a los Mossos d’Esquadra, o a los agentes de otros cuerpos de seguridad del Estado. El espacio público, el de todos, debe estar protegido.
Y si se quiere plantear una alternativa hay canales para vehicular esas demandas. En todo caso, los revolucionarios no renunciarían a sus acciones sólo porque se les pide el carnet de identidad. Entonces, ¿a qué han querido jugar los supuestos defensores de los okupas? Al primer instante, corrieron hacia sus casas, pasando un rato por Gràcia para desahogarse. Un ridículo total. Y una muestra, también, de que cuando las administraciones se plantean ciertos objetivos, éstos se pueden perfectamente cumplir.