El perro del hortelano es el perro que ni come ni deja comer. Ada Colau se ha convertido en el perro del hortelano particular del Ayuntamiento de Barcelona. Nos ha dicho que se queda en Barcelona y que no tiene interés de presentarse a las elecciones europeas. Bueno, eso ha dicho, pero más parece que el antiguo aparato de Iniciativa per Catalunya muy cercano a Yolanda Díaz han puesto freno a sus veleidades. Sabe, o no quiere saber, que no la quieren ni los suyos. De hecho, los comunes en Madrid son inexistentes en el Gobierno y en el Congreso de los Diputados no son precisamente protagonistas de primera línea. Solo lo fueron cuando Gerardo Pisarelo metió la mata en la votación de aprobación de los reales decretos, que casi le dio un disgusto al ejecutivo. En la ciudad de Barcelona, de momento sí, todavía tiene su cohorte, pero su luz no brilla como antaño, y cuando las costuras aprieten, ya veremos.
La señora Colau sabe, o no quiere saber, que su posible pacto con los socialistas naufragará por casi esa condición sine qua non que ella no esté. Sus relaciones con Collboni no pasan por su mejor momento y su protagonismo desmedido en los medios de comunicación, indicando al alcalde lo que debe hacer o decir, hacen imposible el acuerdo. Ella defiende que un acuerdo PSC-comunes es el futuro de Barcelona, pero sabe, o no quiere saber, que sus formas dinamitan cualquier posibilidad de acuerdo, sobre todo, desde que intentó una moción contra el alcalde o cuando reitera que no hay pacto de gobierno porque Collboni se ha plegado a oscuros intereses, que por cierto no identifica. Sabe, o no quiere saber, que estas no son maneras. Se limita a tirar la piedra y esconder la mano. Ahora tiene una gran oportunidad. El alcalde va con todo para aprobar los presupuestos. En su mano está que los apruebe y no lleguemos a la moción de confianza. Sabe, o no quiere saber, que está seria la actitud, pero Colau es el perro del hortelano y todavía le sangra la herida.
La concejala de la oposición se gana el salario sin dar golpe. Ni actos oficiales ni comisiones de trabajo. Solo palabrería en medios de comunicación y en jornadas donde firma su presencia como “concejal de Barcelona y exalcaldesa 2015-2023”, en una megalomanía un poco infantil. Sabe, o no quiere saber, que sus políticas han sido un fiasco para la ciudad. El último ejemplo, la descomunal andanada de María Eugenia Gay “es de absoluta perplejidad que se diga que el gobierno anterior puso las políticas de vivienda en el centro, porque la situación que han dejado es alarmante, dramática y un auténtico fracaso”. La concejal socialista señalaba a la señora Colau, la que sabe o no quiere saber, cuando dijo que los comunes han dejado “en absoluto colapso la emergencia habitacional”. El zasca monumental.
Colau sabe, o no quiere saber, que ya no es un valor añadido para su formación. Que se presencia lastra, no es un revulsivo. Baste ver los resultados de las últimas elecciones. Bajo la bandera de Sumar en las generales se situaron en segunda posición. Bajo la bandera de comunes son casi irrelevantes en unas autonómicas y en las municipales su poder municipal se ha reducido a la mínima expresión y siempre en el área metropolitana de Barcelona.
Sabe, o no quiere saber, que su capacidad de influencia se ha reducido. No ser alcaldesa ya tiene estas cosas. No influye en su partido ni en los gobiernos. Su predicamento también hace “figa” en la sociedad civil. Las perspectivas electorales añoran a Xavier Doménech y su gestión de la que tanto orgullo mostró se está diluyendo como un azucarillo. Sabe, o no quiere saber, que Ada Colau no es lo que era, pero es incapaz de dar un paso al lado para que su partido no pase a engrosar los fracasos de la nueva política. Es el perro del hortelano, ni como ni deja comer, porque ella no es el futuro, es el pasado y es el problema. Su marcha abriría nuevas perspectivas a los comunes que cada vez van a menos. Emulando a Aznar el grito entre los suyos debería ser “váyase, señora Colau”. Sabe, o no quiere saber, que en mayo pasado fue el grito que entonaron los barceloneses.