Al proyecto de reconstrucción del Rec Comtal, al que los ayuntamientos de Barcelona y Montcada van a destinar casi tres millones de euros, se suma la idea de crear una ruta turística en torno a esa acequia que abasteció a la capital catalana durante 10 siglos.
La posibilidad de que la recuperación de esos 13 kilómetros de agua que antaño sirvieron para el riego, el suministro a los hogares, la energía, incluso para satisfacer las necesidades de la industria textil de Sant Andreu se ha convertido en una especie de amenaza para los habitantes más suspicaces de los barrios afectados.
En lugar de aceptar la intervención pública en 33 puntos de ese trayecto adecentando tramos que desde hace decenios están secos o son rincones insalubres como algo positivo, hay vecinos que han dado la voz de alarma, escamados ante la posibilidad de que el dinero público se destine a crear un nuevo polo de atracción turística que gentrifique y desaloje a los naturales.
No les falta razón en sus temores porque todos los barceloneses somos testigos de esa deriva nefasta. Como tantas otras ciudades, Barcelona se ha convertido en un polo de atracción para foráneos donde los barceloneses cada vez encuentran más dificultades para identificarse.
Tampoco hace falta ser un experto en turismo para pensar que, por más de moda que se ponga el nuevo trazado de algo tan local como una vieja alberca que funcionó en el milenio que va del siglo X al XX, es muy improbable que se convierta en un foco de atracción masiva para los visitantes.
Y, sin embargo, ese temor no es infundado.
¿Qué ha ocurrido en los bunkers de la zona del Carmel? Es difícil saber a ciencia cierta cuál ha sido el proceso que ha llevado a convertir en foco de masificación turística incontrolable una zona que, como ocurrió con el Rec Comtal, el desarrollismo de los 50 y 60 del siglo pasado había dejado en el abandono, en uno de esos espacios insalubres que ni siquiera los vecinos valoraban como lugar de ocio.
Aunque no es del todo cierto, no todos los lugareños de la cima del Turó de la Rovira evitaban la visita a las viejas baterías antiaéreas. La gente joven, los adolescentes que carecían de medios para acudir a lugares más cómodos y entretenidos, eran visitantes habituales, lo fueron durante decenios, cuando nadie sabía de los restos de amianto y sus peligros.
Aquel entretenimiento low cost de los primos lejanos de Manolo Reyes --el Pijoaparte--, muchachos con los bolsillos vacíos, ha sido reemplazado ahora por jóvenes de todas partes del mundo que viajan hasta Barcelona por cuatro duros y encuentran en la colina una diversión barata. Puede que a los vecinos del trazado del Rec Comtal no les falte razón cuando se ensucian --como diría el loco de Javier Milei-- solo de pensar en las consecuencias turísticas del arreglo de la vieja acequía que pasa por su barrio.