Una decisión que había anunciado, aunque el sector esperaba algo menos traumático. El alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, no ha engañado a nadie al señalar que el Ayuntamiento retirará las licencias turísticas en el horizonte de 2029. Está por ver, en todo caso, que el PSC siga en ese momento al frente del consistorio. Pero el deseo de intenciones debe quedar registrado: los socialistas no quieren pisos turísticos en Barcelona, al entender que han distorsionado todo el mercado inmobiliario, aunque supongan menos del 1% del total del parque de vivienda, y, tras asumir que es evidente que esa acción no resolverá la falta de hogares en la ciudad. Se trata de una posición que invita a la reflexión y a una reacción por parte de todos los actores implicados.
El turismo es ya algo esencial para la ciudad de Barcelona. En la entrevista que Metrópoli publicó al publicista Lluís Bassat, éste admitía que ya en 1992 se había pensado en la posible cara B de lanzar Barcelona al mundo. Se sabía que podía generar un turismo de masas, pero se confió en la gestión que podrían realizan los alcaldes. Sea como fuere, es cierto que nadie pudo pensar en la capacidad de las llamadas plataformas de Internet, en potentes herramientas y negocios como Airbnb. Lo que ha sucedido es que se ha creado una industria relacionada con el piso turístico, y la vivienda de alquiler temporal. Se ha consolidado porque la demanda existe, porque la ciudad es muy atractiva y, --esa es la gran paradoja para los barceloneses—todavía es una urbe barata en comparación con las grandes ciudades globales.
El problema, sin embargo, de la falta de oferta para que los jóvenes se puedan emancipar, para que las familias con menos recursos puedan acceder a una vivienda digna, se ha acrecentado por la falta de acción de las administraciones públicas. La competencia es de la Generalitat, y la responsabilidad de los ayuntamientos es la de ofrecer terrenos y solares adecuados. ¿Se ha hecho? Muy poco, por no decir nada. Se ha considerado que el mercado podría cubrir toda la demanda, sin asumir que los bienes inmobiliarios en Catalunya, --como en el resto de España—se han considerado desde hace muchas décadas como un bien financiero. Con una escasa cultura financiera, con poco entusiasmo por la compra de acciones de empresas u otras posibilidades, el inmueble se asimila a una fuente de ingresos en el presente y en el futuro.
Ahora todo llega bastante tarde. Pero en algún momento se deberá comenzar. El Ayuntamiento ha dicho ‘no’ a los pisos turísticos, por convicción, por necesidad, o por un compromiso político con Esquerra Republicana, que está en esa línea contraria. Jaume Collboni entiende que son los establecimientos hoteleros los que deben asumir ese turismo, que será cada vez mayor. Y, de hecho, no ha tomado ninguna decisión que no venga dada, ya de antemano, por un decreto ley del Govern de la Generalitat, que, por cierto, ha sido recurrido por el PP ante el Tribunal Constitucional.
El consistorio trató, justo después de que Collboni anunciara la medida, de ofrecer argumentos que la justificaran. Y los hay, es verdad. Pero también se puede considerar que, si se abrió la mano para que se desarrollara una industria, --entre 2012 y 2023 se crearon casi 10.000 pisos turísticos-- ahora es complicado decir que todo se ha acabado. Hay inversores y propietarios que pelearán jurídicamente en defensa de sus intereses. Debería haber espacio para todos. Es lo que el Ayuntamiento, la Generalitat y todos los implicados deberían negociar.
Pero también es verdad una cuestión. Las plataformas de pisos turísticos se definieron como colaborativas. Hay muchos casos de personas que colocaron habitaciones de sus pisos en Internet, pagando sus impuestos, obteniendo unas sumas de dinero interesantes para completar sus sueldos, o darse algún capricho, y obteniendo también unas gratificantes relaciones sociales con personas de otras culturas. Se trataba del mejor espíritu que esas plataformas querían fomentar, ganando también dinero, algo que no debería escandalizar a nadie a estas alturas. Al revés. Pero entraron inversores, empresas que vieron el negocio. Eso es lo que señala, por ejemplo, el teniente de alcalde, Jordi Valls, que ha hablado de “mutación”. Según Valls, “las plataformas colaborativas ‘mutaron’ a economías de plataforma, que es un concepto absolutamente distinto, con compañías que cotizan en bolsa y cuya vocación inicial ‘colaborativa’ se transformó en negocio”.
Sí, es cierto. Pero también lo es que esa oferta ha creado una demanda. Y que muchas familias quieren utilizar esos servicios. Suelen repetir cuando viajan por distintas ciudades del mundo. ¿Debemos todos interiorizar que eso se ha acabado?
La reflexión debería ser mucho más profunda, sobre el sentido de la movilidad, de viajar continuamente, del hecho de pasar dos o tres días en una ciudad. En todo caso, eso no se va a parar. Hay millones y millones de personas que van subiendo en la escala social, en todo el mundo, que pueden ahora tomar un avión, gastarse unos miles de euros y que desean conocer ese Paseo de Gràcia tan espléndido que pudieron ver en las redes sociales con un maravilloso Ferrari de fondo, gracias al evento que coorganizaron el Ayuntamiento y la Generalitat.
¿En qué quedamos, entonces?