El trabajo es, según la Biblia, una maldición. La gente trabaja por dinero, pero no por gusto, aunque algunos psicólogos de salón hablen de la realización que produce entregarse al mismo hasta la extenuación. Lo que verdaderamente realiza es hacer lo que a uno le venga en gana. Negarlo no es ni siquiera literatura de ficción, es pura verborrea. Pese a ello, cuando se obtiene un empleo se celebra como si fuera la lotería y, solo más tarde, se pasa a la exigencia de que esté bien pagado y permita cosas tan sencillas como disponer de una vivienda digna y comer cada día. Y ya de paso tomarse unas cañas de cerveza, si uno vive en Madrid, y hacerlo de noche, si se vive en Barcelona.
Lo de la noche se desprende de la guerra de apoyos que viven la Federación de Asociaciones de Vecinos y el gremio de restauradores. La primera reunió 18.000 firmas para pedir que la regulación del ocio nocturno respete el derecho al descanso en la vecindad; los segundos han replicado presentando 36.000 en favor del derecho a la juerga nocturna.
La cosa, pues, parece dirimirse en el plano cuantitativo y no en el cualitativo. Es una vieja tradición supuestamente inspirada en la democracia del voto. ¿Qué hay un conflicto? Se vota y listos. Es el mismo argumento que usaban los procesistas, pasando por alto que la cantidad no siempre coincide con lo justo ni lo legal. A ver si aún hay quien va a reivindicar las votaciones a la búlgara, donde había más apoyos que votantes.
Un ejemplo de que no todo puede ser sometido a votación: en épocas de escasez de alimentos, ¿podría votarse la conveniencia de comerse a los gordos? Desde la perspectiva del aprovechamiento parece bastante más razonable que comerse a los flacos. Pero ocurre que hay derechos que no pueden ser conculcados ni siquiera mediante una consulta a las urnas. Uno de ellos es el derecho a la vida (salvo que seas palestino).
En Barcelona, los negocios nocturnos están permitidos con arreglo a ciertas reglas. Lo que los vecinos cuestionan no es ese derecho, sino las infracciones que se producen. Un local puede abrir cuando quiera y seguir abierto cuando ha caído la noche, pero debe estar insonorizado de forma que no se moleste al vecindario y tener previstos mecanismos que eviten que sus clientes salgan en manada y armando barullo.
Porque el derecho a descansar también existe y parece superior al de tomarse unas cañas brindando a voz en grito en plena calle a las tres de la madrugada (con la venia de Díaz Ayuso, que es la que entiende de cañas, a falta de otros saberes, incluyendo la educación y la sintaxis).
Alborotar de madrugada en plena calle es un comportamiento abiertamente incívico, además de una falta de respeto al personal que, a esas horas, pretende dormir un rato antes de levantarse para acudir al puesto de trabajo y ser convenientemente explotado por un capitalista que pregona que ha montado una empresa para beneficiar a los obreros en vez de para ganar dinero. Algo comprensible, pero no hace falta engañar al personal.
Las 36.000 firmas del gremio de restauración defienden un derecho que debe ser tenido en cuenta y respetado, pero el ejercicio de ese derecho no está libre de obligaciones y resulta claro que al menos algunos de los agremiados las pasan por alto. Las peticiones de los firmantes serían mucho mejor comprendidas si fueran acompañadas de la denuncia de quienes actúan de forma irresponsable y no insonorizan los locales ni respetan los horarios porque, entre otras cosas, es más rentable que actuar dentro de la ley. Después de todo, no deja de ser competencia desleal respecto a los que respetan la legalidad.
Casi nadie en Barcelona está en contra de que la fiesta pueda prolongarse mientras el cuerpo aguante. El problema es agotar el cuerpo del vecino que no pincha ni corta en la jarana.
Como a Jaume Collboni no se le pueden pedir explicaciones porque tras el anochecer no ejerce, sería interesante conocer la opinión de Carmen Zapata, recién nombrada alcaldesa de noche. Saber si está de parte de los que gestionan los negocios o del conjunto de la ciudadanía. ¿Habrá firmado alguna de las peticiones? ¿Habrá firmado las dos? Ya se ha visto que estos tiempos permiten defender cualquier cosa y, a la vez, todo lo contrario.