Los despojos políticos de los comunes quieren hacer la vida imposible a Carme Zapata, la alcaldesa de noche de Barcelona. Porque “el ruido de las terrazas causa enfermedades cardiovasculares y endocrinas”. “No hay nada que negociar con el sector del ocio nocturno sino eliminarlas”. “Prohibición de negocios con impacto nocturno”… Son órdenes de Jordi Rabassa, ex concejal de Ciutat Vella. El que logró que El Raval sea ahora el segundo barrio más peligroso de España.
Un elemento surgido de la cueva de Alí Babá y los cuarenta vividores del observatorio Desc y defensor de los antisistema violentos. Miembro del clan de Colau que aplicó mano dura sin atender a razones y violó los derechos de sectores mayoritarios para imponer los de minoritarios, porque no es partidario de igualar derechos.
Traicionado el prohibido prohibir de la izquierda del 68, los comuneros quisieron prohibir y amenazaron con impedir la fiesta de dos mil papanoeles motorizados. Con el apoyo de entidades subvencionadas, afines e irrelevantes como Eixample Respira, Bicicleta Club de Catalunya, Revolta Escolar, Maragall Respira, Bicibús Eixample y la Federació d'Associacions Veïnals de Barcelona. Y han fracasado estrepitosamente.
Como vienen fracasando en todo lo que tocan y en elecciones tras elecciones. Cercano el fin del su cuento, destaca ahora el comunero David Cid. Otro aprovechado que siempre ha vivido a costa de entes comuneros como Aturem la Guerra y Unitat contra el Feixisme i el Racisme. De ICV a Podemos, actualmente sucursal de Mas País, Cid fue macho alfa de la ex teniente de alcalde comunera Janet Sanz Cid. Y de Laia Ortiz, también ex teniente de alcalde eco-verde. Autodenominadas feministas progresistas, se odiaron.
Entre los nada nuevos valores en alza destaca Jéssica Albiach. De origen podemita, es una inmigrante valenciana, activista profesional y diputada del Parlament que propuso derribar el monumento a Colón, icono y símbolo de identidad de la Barcelona que la acogió. Una idea similar a derribar el Micalet de Valencia, por ejemplo.
Luego intentó suavizar su pulsión destructora, pero no lo ha conseguido ni se olvida su autoritarismo. Porque igual que sus camaradas llevan el despotismo y el cesarismo en los genes y siguen la doctrina de su lideresa Colau: “desobedeceremos las leyes que nos parezcan injustas”. Significa que no respetan las leyes democráticas.
Critican a Collboni porque, demasiado lentamente, desmonta los chiringuitos de la ex alcaldesa. No aceptan que la justicia condene sus tropelías urbanísticas. Ninguna autocrítica de sus fracasos en vivienda y en otras falsas promesas. La culpa siempre es de los demás, del sistema o de ocultos poderes conspiradores… Siguen afectados de lo que Lenin llamaba la enfermedad infantil del comunismo.
Por eso con ellos Barcelona se pareció a la Caracas de Maduro por la inseguridad en las calles y el narcotráfico. Y a la Habana de Castro y sucesores en lo referente a la decadencia, la suciedad y la pobreza. Descabalgados del poder, resentidos, insignificantes y sin futuro, su objetivo es hundir a Collboni o que les done algo de limosna. Pero el alcalde ya ha aprendido que Roma no paga a traidores. Y menos si son antidemocráticos.