La papanoelada de este año, y de todos, fue un espectáculo un punto bochornoso. Hasta 2.000 moteros se concentraron, no se sabe muy bien ni por qué ni para qué. La excusa de la celebración de la Navidad es solo eso, una excusa. Recemos para qué no se les ocurra una ida similar a los camioneros. Cierto que es difícil impedir este tipo de concentraciones porque la vía pública es pública y no se puede restringir su utilización. Sin embargo, algunos motoristas bien podían haber sido sancionados porque quemaban rueda y porque los decibelios del ruido de sus motores superaban lo legal y, más importante, lo razonable.
Por si faltaba algo, 100 vecinos cortaron la Gran Vía para protestar por la papanoelada. Resultado caos circulatorio, más ruido y más contaminación, además de patrocinar un concierto de bocinas que hizo las delicias -es ironía- de los vecinos. O sea, que su éxito es más que dudoso. Algunos todavía se piensan que vivir en Barcelona tiene que ser equiparable a vivir en Montserrat.
Las ciudades generan ruido y los vecinos -y los visitantes- generan ruido y trasiego por la urbe. Es inevitable. Un ejemplo, los fines de semana la calle de Sants y Cruz Cubierta se convierten en zona pacificada. Bueno, es un decir, porque en sus alrededores centenares de coches buscan la manera de llegar a sus destinos. No hay coches en esas calles, pero sus alrededores se llenan de conductores que intentan salir del laberinto.
El problema para la gran mayoría es que unos y otros utilizan a Barcelona como escenario de sus ‘performances’. Los perjudicados siempre son los vecinos, ya sea en su casa o en la calle. Son los chivos expiatorios de las veleidades de dos grupos que juntaron 2.000 personas, por un lado, y 100 por otro, que pusieron en jaque la movilidad y la tranquilidad de una tarde de domingo.
El miércoles tuvimos una mala noticia. Otra ‘performance’. ERC y comunes no apoyaron al gobierno municipal y no aprobaron las ordenanzas fiscales, paso previo para tener presupuestos. Los comunes han visto aceptadas buena parte de sus propuestas, con el control de los alquileres de temporada incluido, y ahora suben el precio para apoyar las ordenanzas fiscales y los presupuestos, protestando con ahínco contra una nueva terminal de cruceros que el concejal Jordi Valls la considera positiva.
El concejal fue reprendido por pensar y decir lo que piensa. Ni que decir tiene que esa supuesta nueva terminal no estará hecha mañana. Ni siquiera la próxima semana, pero para los comunes es tanto como nombrar a Satanás. Y además, lanzan un órdago. Si Collboni quiere presupuestos debe incluir cinco nuevas supermanzanas. Espero que el alcalde ponga cordura a esta propuesta. Al menos que haga la tramitación modificando el Plan General y no por la ilegal vía que tomaron los comunes, y también que recuerde su propuesta de recuperar interiores de las manzanas.
Lo que no se puede hacer, porque es sencillamente imposible, es convertir Barcelona en un jardín y bloquear el tráfico que guste o no aumenta de forma exponencial mientras se reducen las arterías de entrada y salida de la ciudad. O como hemos visto esta semana que se proteste por el ruido de los colegios. ¿En serio? ¿Este es el nivel? Solo espero que los críos no sean obligados a salir al patio en silencio. ¡Santa memez!
Las supermanzanas se han demostrado ineficaces y solo favorecen a los propietarios de viviendas en las calles agraciadas porque se revaloriza el precio de su piso y si lo quieren alquilar miel sobre hojuelas. Al resto de vecinos, los que pringan con coches en su calle, en versión Xavier Trias, que “us bombin”. Mientras, su partido, Junts, se sigue desentendiendo de la gobernabilidad de Barcelona, también en presupuestos. Cuando se aprueben, que se aprobarán, los veremos rasgándose las vestiduras y lamentándose de lo que seguramente calificarán como desastre. Podían actuar, pero prefieren estar al acecho sin comprometerse en nada. Una pena.
Barcelona no es un escenario teatral de un reality show. Es una ciudad compleja que no tiene por qué aguantar que grupos y grupitos la usen como su coto particular. Ni los moteros, ni los que les afeaban su actuación. Tampoco los grupos políticos. Ni siquiera los que aspiran a convertir a la urbe en un pueblo de montaña sin ruido, sin coches y sin gente. Barcelona es todo lo contrario y no es fácil encontrar la armonía. Es lícito que los partidos hagan oposición, que los vecinos hagan oír su voz, pero hacer oposición también es plantear alternativas que toquen de pies en el suelo, igual que defender un modelo de ciudad pero huyendo de propuestas de medioambientalistas urbanitas. Cinco nuevas supermanzanas no son la solución y el pasotismo tampoco. Sin duda, el alcalde tendrá que esmerarse en cuadrar este sudoku endiablado.