Mañana, jueves, comienza la fiesta mayor de Sant Antoni, la primera del calendario anual de Barcelona: del 16 al 26 de enero, 11 días embutidos de 150 actos con los que celebrar el patrón del barrio. La mayor parte de ellos se celebran en lo que sería su almendra central -plaza Conxa Pérez, Jardinets de l’Alguer y avenida Mistral-, los espacios que se van a tragar el envelat y los sonoros caballitos, el marrón más importante de la efeméride.

Ese es el calendario oficial, en el que no aparece la feria de atracciones, en funcionamiento ya desde el pasado fin de semana: 15 días de carrusel, saltamontes y casetas con un enorme ruido para el disfrute de todos y todas.  

Los vecinos verán cortadas sus calles, que se convertirán en el escenario de bicicletadas, pasacalles, correfocs, carreras populares y la Cavalcada dels Tres Tombs. No solo podrán gozarlo en fin de semana, también en días laborables.

Y podrán deleitarse con distintos conciertos, que independientemente de la hora en que comiencen acabarán a las dos de la madrugada. El Ayuntamiento anota una llamada a la prudencia en el programa: “Mantener la buena convivencia es cosa de todos, cuando vuelvas a casa, recuerda respetar el descaso de los vecinos y vecinas”.

Pero, ¿es coherente que una institución que organiza jolgorios musicales hasta las dos de la madrugada en pleno invierno se atreva a hablar del descanso de los vecinos? Personalmente, diría que no.

Hace cuatro años, el consistorio puso en marcha el Programa de la Reducción de la Contaminación Acústica 2021-2030, que incluye la pacificación de las calles y “campañas de sensibilización en el ocio nocturno” para mitigar el ruido, que en esa zona del Eixample -el distrito más expuesto- estaba en torno a los 65 decibelios en 2022, cuando la OMS señala que el límite saludable está en los 53.

Los barómetros municipales indagan de forma displicente sobre la contaminación sonora. De hecho, las encuestas semestrales no preguntan directamente por la cuestión: en la respuesta abierta sobre defectos de la ciudad, el ruido aparece en boca del 0,5% de los consultados, de donde podría deducirse que les importa más bien poco.

Paradójicamente, el exceso de automóviles privados en nuestras calles preocupa al 0,4%, una décima menos. Sin embargo, nuestro consistorio hace años que se empeña en obras, eliminación de aparcamientos y peatonalización de calles para expulsar a los coches.

La alcaldía sabe, no obstante, que el 50% de los barceloneses dice que su barrio es muy ruidoso y que otro 25% se queja de la penetración del bullicio exterior en sus casas. Me pregunto por qué la ciudad no les atiende, y por qué dedica recursos económicos y de plantilla a la organización de unos festejos tan locales como intensos, reiterados y vetustos. ¿A quién benefician?

Si el consistorio funcionase con criterios empresariales, el balance de esos esfuerzos sería negativo, lo que forzaría un replanteamiento. Las asociaciones de vecinos son favorables y promotoras de la juerga urbana, pero su vinculación presupuestaria al consistorio condiciona su credibilidad en este asunto, como la del propio Ayuntamiento.