Área Metropolitana de Barcelona (AMB) y Cambra de Comerç han presentado un estudio bastante triunfalista sobre la evolución económica de Barcelona y su entorno, en la medida que esta región se ha convertido en un destino muy preferente de las inversiones tecnológicas y las apuestas innovadoras.
Aún los hay mejores, pero los datos son muy positivos. Un buen lugar para invertir a la vez que adecuado para desarrollar nuevos proyectos de base tecnológica y de conocimiento. Sin duda el ecosistema resulta atractivo en muchos sentidos, con buenos centros universitarios y de investigación a la vez que sede de empresas punteras.
Tampoco hay que desmerecer las buenas condiciones de vida que ofrece, para aquellos que se lo puedan pagar. En el último decenio, las inversiones multiplican por seis las obtenidas en el decenio anterior. Existe un potente bioclúster, instituciones de salud de referencia, buenas universidades, centros tecnológicos, un ecosistema emprendedor…
Todo ello ha hecho posible convertirse en el octavo hub europeo en captación tecnológica y sin discusión en el primero de España. Datos que se pueden ir reforzando en los próximos años en la medida que el país se concentre en políticas positivas y abandone definitivamente ensimismamientos que nos han descentrado.
Barcelona, en su sentido más amplio, es una gran urbe pero que como tal adolece de problemas estructurales que la euforia de los números presentados no debería de maquillar. Tiene un gran problema con la turistificación la cual no puede ser la gran apuesta económica y social hacia el futuro de la ciudad porque empeora las condiciones de vida de los ciudadanos y la convierte en un parque temático hacia el que se desvían inversiones que deberían ir en favor, justamente, de apuestas económicas que generen valor.
Ligado a ello, la ciudad tiene un inmenso problema de vivienda, tanto de falta como de precio. Barcelona no pude ser solo para turistas, expats y empleados tecnológicos. Pierde su esencia y la posibilidad de que se pueda vivir en ella. No puede continuar expulsando ciudadanos, impedir la emancipación de jóvenes y desplazar la activa y rica vida ciudadana hacia los márgenes. Tampoco resulta sostenible el nivel de pobreza y exclusión que convive con la riqueza. Un 25% de los que la habitan, están por debajo del umbral de pobreza.
Ciertamente, vivimos en un mundo focalizado en grandes ciudades que a la vez que éstas configuran potentes entornos metropolitanos. Lo más significativo acontece en los espacios urbanos, siempre ha sido así.
Pero se debería evitar que el carácter metropolitano de Barcelona, de su crecimiento cuantitativo y cualitativo, de su capacidad de atracción, se hiciera a costa del país o sin estar vinculado a él. Se tendría que evitar el vaciado, el despoblamiento del territorio por estar lastrado desde el punto de vista de los servicios, los recursos y las oportunidades.
No se trata de recuperar el manido argumento del “equilibrio territorial” que a veces la Catalunya más tradicional y de raigambre carlista ha utilizado para cuestionar el papel de la ciudad de Barcelona en la medida que era progresista y que no se la controlaba políticamente.
Su capacidad tractora resulta incuestionable y absolutamente necesaria, a la vez que un orgullo para todo el país. Pero Catalunya, habría que no olvidarlo, posee polos de atracción y de innovación muy relevantes que tendrían que tratarse de manera articulada, como un todo. Hay un potente hub universitario y petroquímico, metropolitano, en Tarragona-Reus.
Existe un papel fundamental vinculado a la agricultura y a la investigación en este campo en Lleida. Como en torno a Girona existe un potente polo de desarrollo. Sin olvidar el eje alimentario y de conocimiento que conforman Vic-Manresa.
La fuerza de Catalunya ha sido hasta ahora su unidad, las sinergias que se crean entre territorios y ciudadanos en un país diverso, pero pequeño y suficientemente manejable en el que nada está a más de una hora de distancia. Viene de lejos el concepto de Catalunya-ciudad que desarrolló Gabriel Alomar y que después hizo suyo la izquierda catalana.
Pasqual Maragall fue un gran defensor de la idea. Catalunya jamás fue, ni tendría que ser, una conurbación barcelonesa rodeada de un inmenso territorio “natural” para la función de ocio de la población urbana los fines de semana, para extasiarse con el paisaje. Es y debería continuar siendo un gran país en el que se pueda trabajar y vivir en él con las mismas garantías de servicios y las mismas posibilidades de ocuparse en actividades productivas tecnológicas e innovadoras en cualquier lugar que habitemos.
La articulación, la configuración de una potente red nos hará más fuertes que un mero trasvase centralizador. El reto no debería ser competir con Madrid en dimensión y en capacidad de vaciado, sino el construir un país fuerte y puntero en el desarrollo.