Manifestación del primero de mayo en Barcelona: poco más de 2.000 personas, según la Guardia Urbana. Teniendo en cuenta que el número de liberados sindicales debe rondar los 800, puede estimarse que poca gente más se sumó al acto. Acudieron ellos y sus directos allegados más algunos militantes de buena fe. Pocos, pero algunos quedan.
Eso en la manifestación de verdad. Luego está la de la Taula Sindical de Catalunya, que se celebró por la tarde. A juzgar por las pancartas firmadas, había más entidades convocantes que manifestantes.
Y es que Barcelona no es hoy la rosa de fuego que proclamaban los anarquistas de hace un siglo. Los representantes de la clase obrera, sea eso lo que sea, no ofrecen ya horizonte ni propuestas de mejora real.
Ahí está el lema de la jornada: proteger lo conquistado. Dicho en román paladino: Virgencita, ¡que me quede como estoy!
La izquierda defiende, como gran esperanza de futuro, la reducción de la jornada semanal a 37,5 horas frente a las 40 actuales. No parece que sea una reivindicación que mueva a las masas, entre otras cosas porque buena parte de los asalariados ya trabajan (oficialmente) menos horas.
Yolanda Díaz ha provocado mucho ruido (una vez más) en el gobierno para una reclamación que, siendo justa, tiene escaso respaldo ciudadano.
En Barcelona bastaría con que se consiguiera arreglar parte de los problemas del transporte público para que muchos empleados ganaran para sí esas dos horas y medias semanales que ahora desperdician en trenes o accesos viarios colapsados.
Quizás la izquierda oficial no lo sepa, pero la mayor parte de los asalariados prefiere un sueldo digno que facilite el acceso a una vivienda, un transporte eficaz y unos servicios públicos (sanidad y educación) que funcionen a la reducción del horario en el trabajo. Porque el tiempo del desplazamiento es también tiempo con el que los trabajadores no cuentan para sí.
Los sindicatos siguen a Sumar en sus peticiones y no es de extrañar. Para Camil Ros, por ejemplo, que no tuvo que buscar trabajo porque nació ya sindicalista, lo mejor es que no cambie nada. Todas las mejoras que podría esperar de una revolución las ha conseguido ya. Ayer iba tras una pancarta que reclamaba mantener esas conquistas. Las suyas, claro.
Declaró que los catalanes quieren trabajar menos. ¿Menos que él? Imposible.
Lo de Camil Ros es un ejemplo de lo que da de sí hacer carrera sindical. De haber vivido en tiempos de Franco se hubiera apuntado al sindicato vertical, pero muerto el dictador, ha tenido que conformarse con meterse en una organización que antes era internacionalista y ahora tiene un máximo representante de la nacionalista ERC.
Hasta hace dos días uno y otra pretendían segregar Cataluña del resto de España. Ahora no. El procés está en horas bajas y hay que acomodarse a lo que convenga.
Ni las manifestaciones son lo que eran ni las huelgas tampoco. En el sector privado las huelgas son el último argumento. Aparecen, sobre todo, como respuesta a la pérdida de empleos. Ahora pasa en Freixenet.
Aparte de los taxistas, los únicos que se permiten el lujo de la huelga son los empleados públicos cuyo puesto de trabajo no peligra. Y les importa poco el daño que puedan hacer al resto de los trabajadores.
La prueba de que la huelga ha perdido fuelle es que el pasado día 28 de abril España entera vivió una casi huelga general, a causa del apagón, y no ha caído ningún gobierno ni ministro ni director general.
Tampoco se han estremecido los dirigentes de las eléctricas que trabajan en régimen de casi monopolio. Otra de las conquistas que hay que mantener, como hace Feijóo con denuedo. Las empresas, para facilitar las cosas, han proporcionado al Gobierno “millones de datos”, aunque escasa información.
Si el comportamiento del Gobierno es manifiestamente mejorable, ¿qué decir de la oposición? Núñez Feijóo se quejaba de que el Ejecutivo no hubiera dado información tres horas y media después del colapso. Había pasado en ese momento menos tiempo que el dedicado por Mazón a comer y beber en buena compañía, mientras moría gente por la Dana.
Quizás sea cierto que, a estas alturas, alguien debería poder dar alguna explicación comprensible. Pero, por favor, que ese alguien no sea Aznar, asesor de Endesa. El ex presidente ha pedido transparencia y claridad. Acto seguido hizo un gran esfuerzo y se mordió la lengua para no explicar al mundo que él sabe quién está detrás del apagón: fue ETA y si hace falta llamará a los directores de diario para dejarlo claro.