Versa un aforismo oriental que “todos los caminos son erróneos si no sabes a dónde vas”. El desconcierto a la vez que división interna de Esquerra Republicana está provocando una total falta de sentido a su toma de decisiones, apareciendo como una organización cada vez más marginal en la dinámica política de la Catalunya actual y sin una concepción estratégica.

A pesar de los movimientos más bien exagerados y excéntricos de Junts, es evidente que el partido de Puigdemont le está comiendo la tostada en el campo del independentismo postprocés. Parecía evidente que descender desde los horizontes de gloria de la pasada década a la realidad actual, a los republicanos los iba a confundir y a desdibujar. Lo que no era previsible es que fuera hasta este punto y que se largara tanto en el tiempo.

Priorizar su congreso a tomar cualquier tipo de orientación y estrategia con relación al gobierno de Catalunya y de la ciudad de Barcelona los ha conducido a un grado de irrelevancia más que notoria. Como era de esperar, la apuesta por Oriol Junqueras en el liderazgo podía significar un tiro al pie, un intento de volver a un pasado que ya no era posible de reeditar. Probablemente los republicanos, para rehacerse, necesitaban superar la fase ensimismada, casi mística, que representa el liderazgo “junqueril”. El problema de éste es que se comporta más como apóstol que como político. Se requerirían de otros mimbres y otros planteamientos. La competencia y el temor a Junts los tiene atemorizados.

Ganó el congreso Junqueras porque tenía un pasado y porque la candidatura alternativa no resultaba ni sólida ni creíble, teniendo en cuenta los nombres que la encabezaban. Ganó, pero no convenció. Tampoco dotó al partido de un proyecto ni una táctica clara. En política, lo peor por lo que puedes optar es por no actuar ni de gobierno ni de oposición.

El tiempo de entrar en el gobierno del Ayuntamiento de Barcelona ya pasó. A dos años de las municipales no les aportarían apenas nada a Jaume Collboni que tiene otros socios y que, además, si conviene, puede gobernar prorrogando presupuestos. La realidad, es que el gobierno municipal socialista se ha consolidado, con apuestas fuertes en economía, vivienda, urbanismo o bajando el soufflé del turismo.

Tampoco el presidente de la Generalitat los necesita especialmente dentro de su gobierno donde ya tiene gente que viene de su mundo. Más allá de pactar algunos temas aquí o en la política madrileña, la continuidad del soporte de ERC a los socialistas está garantizada. Pueden hacer aspavientos, pero son prisioneros de la multitud de cargos de segunda línea que han optado por mantener en las estructuras de gobierno, así como el control, aún, de la radio y la televisión catalana. Fuera hace mucho frío.

Lo más inverosímil le sucede a ERC en la ciudad de Barcelona, entorno en el que, a pesar del liderazgo trastornado del converso Ernest Maragall en su momento, parece no encajar ni tampoco encontrar candidatos que tengan un mínimo de empatía ni con la ciudadanía ni con el lugar.

La oposición interna del partido, la que rehúsa cualquier pacto con los socialistas --vade retro satanás--, se ha impuesto con lo cual tienen un serio problema orgánico y político ya que su líder y segunda de a bordo de Junqueras, Elisenda Alamany, queda bastante tocada y deslegitimada.

Es la cabeza de grupo en el ayuntamiento y secretaria general en el partido. Su personalidad y sus habilidades políticas aún están por conocer. Tiene una cierta fama de arribista después de su paso por el mundo de los Comunes y de lo que fue Podemos en Catalunya.

La sensación de estar navegando en aguas desconocidas por parte del partido es grande. En Barcelona, en el mundo metropolitano, Esquerra siempre se la ha visto desubicado. A ERC, ni el recurso a la versión maragalliana más combatiente le resultó para acabar situándose en la ciudad. Su catalanismo de tipo primitivista encaja mucho mejor en la Catalunya rural de pasado carlista.

Este es su entorno adecuado que está lejos de cualquier atisbo de modernidad. En realidad, nunca ha formado parte de la cultura progresista y sus intentos de homologarse con la izquierda real nunca han funcionado del todo.

Vienen del mundo mesocrático, de la caseta i l’hortet, del folclore tradicional y de una noción de Catalunya que dista mucho de ser ya real.