Los franceses tienen una expresión, un pelín grosera, para hablar de la gente que se viene arriba sin motivo, exagera su importancia en la tierra o se da aires de grandeza que no se compadecen muy bien con su lugar en el mundo: Ils pètent au dessus de son cul (Se tiran pedos por encima de su culo).

Creo que esta frase se le podría aplicar ahora al ayuntamiento de Barcelona, tras anunciar su decisión de romper relaciones con Israel en general y con la ciudad de Tel Aviv en particular, hermanada hasta ahora con la nuestra.

No vamos a negar que lo de Netanyahu con los habitantes de Gaza es una salvajada absoluta (sin olvidar que las hostilidades las iniciaron los milicianos de Hamás). Una cosa es responder a una agresión y otra, optar por el exterminio del contrario. Pero que un ayuntamiento tome medidas tan drásticas con un país extranjero está totalmente fuera de lugar.

Más que nada porque creo que eso es una cuestión de países para la que el ayuntamiento carece de competencias legales y morales. Si alguien debe romper relaciones con Israel es, en este caso, España, ya que la sublevación de hace ocho años no triunfó y Catalunya sigue sin ser una nación reconocida por todos.

Que un alcalde español se crea con derecho a romper con un país extranjero es una muestra clarísima de lo de péter au dessus de son cul. Si se ha hecho para satisfacer a los comunes, ya lo entiendo más, pues me cuesta imaginar a Collboni pensando que el animal de Netanyahu va a caer en la desesperación porque Barcelona no le ajunta.

En dicho caso, la cosa sería un gesto a beneficio de inventario y un brindis al sol. Considero que una ciudad solo puede cortar relaciones con otra ciudad, aunque esté hermanada, como es en el caso que nos ocupa entre Barcelona y Tel Aviv.

Tampoco me convence esta decisión, aunque por motivos distintos a los de igualdad de rango y condición. Primero, porque los hermanamientos no se anulan, así como así, y deberían ir más allá de quien preside las naciones. Y segundo, porque Tel Aviv es, precisamente, la ciudad más cosmopolita y libre y menos fanática y meapilas de Israel, el lugar al que llegan todos los que proceden de pueblos y ciudades en los que abundan los integristas religiosos que los hacen irrespirables.

En Tel Aviv debe haber bastante gente que está a favor de las iniciativas bélicas del carnicero de Bibi, pero seguro que abundan los que no lo pueden ver ni en pintura y lo consideran una desgracia para la nación.

Cortando relaciones con Tel Aviv, ¿qué mensaje enviamos a sus ciudadanos liberales y progresistas? ¿Qué solo queremos ser sus hermanos cuando nos cae bien el presidente de su país? ¿Hace falta ofenderlos de esta manera con gestos de cara a la galería más propios de la CUP que del PSC? Yo diría que no.

Sobreactuar no está bien en ningún aspecto de la vida. Y especialmente en política. Para eso ya tenemos al jefe de Collboni, Pedro Sánchez, que se ha erigido en defensor del pueblo palestino, aunque le importe tanto como el futuro de España o del PSOE.

Podríamos haber esperado a que él rompiera con Israel antes de adelantarnos con unas medidas radicales que ni siquiera nos competen. O, por lo menos, esperar a ver qué hacía Illa al respecto (que ha hecho lo mejor: nada; pues es consciente de que solo es un presidente regional cuya opinión no interesa gran cosa en un escenario internacional).

Si la idea ha partido del señor alcalde, mal. Y si ha sido una concesión a los comunes por asuntos que nada tienen que ver con la masacre en Gaza, aún peor. Y la carta de agradecimiento de Hamás, esa pandilla de criminales fanáticos, de asesinos de Alá, no creo que haya sido muy agradable de recibir. Es más, a mí me preocuparía y me haría pensar.