Varios son los barrios de nuestra ciudad que limitan o son fronterizos con los municipios de nuestro entorno metropolitano excepto, obviamente, los de la fachada marítima. Su común denominador es, a grandes rasgos, que al tratarse de barrios básicamente de residentes y no de tránsito o en itinerarios de ciudad o con atractivo cultural o turístico, las carencias y desidias municipales hacia ellos son aún más notorias.

En el oeste lejano, el “far west” o sudoeste extremo de Barcelona, el barrio de Sant Ramón en el distrito de Les Corts amontona el desinterés y las no querencias del Ayuntamiento  y de la Generalitat para prestar sus servicios y cumplir sus obligaciones con la eficacia debida.

La inseguridad es una de ellas. La delincuencia ha proliferado amparándose en laxas leyes y los malhechores han descubierto nuevos vehículos de fuga rápida e impune: los patinetes. Les permiten desdibujarse en la colindante L´Hospitalet y su complejo entramado urbano. No perdonan. Vecinos en sus viviendas o transeúntes y comerciantes son sus víctimas propiciatorias.

La necesaria ampliación y conectividad del transporte público en superficie de Barcelona y su ámbito metropolitano ha convertida determinados viales en un continuo trasiego de vehículos pesados y calles antaño tranquilas tornadas en verdaderas cocheras de autobuses.

Antes alguien forzó un trazado del tranvía en paralelo a un muro de 400 metros en la Avenida de Xile  y lejos de atravesar el barrio por su mismo centro en Cardenal Reig. Por si fuera poco, la movilidad impuesta desde L´Hospitalet en la Travessera y en Collblanc en las calles compartidas con Barcelona en les Corts con restricciones, carriles bicis, zonas 30, etc. ha convertido el barrio en una ratonera o paso de tortugas en horas punta.

En el vecino barrio de La Maternitat y con la construcción nuevo Camp Nou el tránsito de camiones de alto tonelaje es constante y vaticinan un overbooking de coches y de gentío al retomar su actividad deportiva y de los usos de restauración y comercial previstos.

Un Estadio con cada vez más partidos, en horarios dispares y casi en cualquier día de la semana dependiendo de la jornada deportiva cuando no conciertos a adicionar las competiciones en los nuevos pabellones, Palaus, para la práctica del baloncesto, balonmano, hockey y otras disciplinas y a añadir los variopintos conciertos a celebrar.

Los vecinos mientras tanto deben padecer, como el resto de barceloneses una asfixia fiscal con impuestos de primera y demasiados servicios de tercera. Y, por supuesto, la vivienda social y los equipamientos públicos para nuestros mayores o en sanidad son testimoniales cuando no nulos.

Suerte que hace tres décadas se promovió la construcción de la escuela Pau Romeva, aunque para que para el Instituto haya que desplazarse a las antípodas. Una de las actuaciones más relevantes es la transformación tan aprobada como pendiente del antiguo complejo fabril y de la Colonia Carné y las calles Danubi y Pintor Tapiró  y  sus aledaños que alivien al barrio de tantas asignaturas pendientes.

Sant Ramón no es un barrio pequeño, viven 24.000 personas y con una de las densidades más elevadas de la ciudad. Pese a todo lo anterior, es un “far west” para nuestros munícipes y no solo por hallarse en el oeste o sudoeste más exactamente.

El pulmón que debería aliviar tanta congestión habitacional es el parque metropolitano de Can Rigal. En su día, Josep Lluis Núñez, Presidente del Barça, pretendió emplazar allí la ciudad deportiva del club. Las progresistas asociaciones vecinales pusieron el grito en el cielo y pararon el proyecto con su reclamación como zona verde. Nada que objetar a esta petición.

Sin embargo, aquel griterío reivindicativo se ha tornado en un continuado silencio desde hace treinta años. Can Rigal, epicentro de la confluencia de Barcelona, Esplugues y L´Hospitalet de Llobregat, es hoy un vertedero de basuras y de material de obra del Camp Nou, en sus aceras se ejerce la prostitución, el incivismo lo es sin par, la suciedad desbordada en sus descampados, la iluminación escasa y se atisban chabolas de efecto llamada ante la pasividad pública de su arraigo.

Hay una excepción: la parcela ajardinada e inmediata a un Hotel de lujo junto al que discurre, como no, un impecable carril bici bidireccional y segregado que nadie utiliza y colapsa, aún más, uno de los accesos y salidas del barrio.

Ahora y junto al “far west” se pretende construir, a saber cuándo, porque las promesas municipales son poco fiables, el nuevo Hospital Clínic. Vendrá acompañado de una ampliación de metro y bus y de mejora de los accesos. Quizá lo que no se ha hecho por los vecinos ahora lo harán por los enfermos y sus familiares que deban acudir al centro sanitario.

Nunca es tarde si la dicha es buena y ésta lo es.  El lejano sudoeste de Barcelona debiera ser un próximo barrio con más policía, servicios y equipamientos de proximidad.

Hasta entonces, Sant Ramón seguirá siendo un barrio donde la ley de lo obligado no impera y la desidia de las administraciones públicas hacia sus vecinos campa a sus anchas.

El cartel de “Wanted” , aquel del “Se busca”, ha de ser no de un forajido sino de un gestor eficaz, en formato de lona gigante allí emplazada. Lo triste es que Sant Ramón es sólo uno más, y son tantos ya, de los barrios que se degradan.