No es que uno sienta una especial simpatía por la constructora Núñez y Navarro, entre otros motivos (aparte de haber llenado Barcelona de edificios feísimos, hazaña por la que el masoquista pueblo barcelonés le otorgó a su mandamás, el inefable Josep Lluís Núñez, la presidencia de ese equipo de fútbol que es més que un club) por haber ocupado hace años uno de sus catastróficos apartamentos en la Diagonal (acababa de volver de Madrid, tras trabajar en un semanario del grupo Prisa que se estaba yendo al garete, y en alguna parte me tenía que meter), un estudio con un baño estupendo, una cocina enorme y para mí inútil y un espacio en el que había que meter la cama, la mesa de trabajo, el televisor, el tocata y algunas cosas más.
Se trataba, por así decir, de una casa sin casa, como si hubiesen partido en dos un apartamento normal y a mí me hubiese tocado la torna.
Núñez y Navarro es la empresa propietaria de la casa Lleó i Morera, obra de Lluís Domènech i Montaner inaugurada en 1906 y joya del modernismo catalán.
La iniciativa de su construcción fue de Francisca Morera y quien la presentó en sociedad fue su hijo, Alberto Lleó i Morera, quien se la vendió en 1943 a la Sociedad Mercantil Bilbao.
Luego la adquirió la Mutualidad General de Previsión Social de la Abogacía de Madrid. El siguiente propietario fue José Manuel Lara, mandamás de la editorial Planeta (ahí se instaló la capilla ardiente del magnate andaluz).
Planeta se la vendió a Núñez y éste manifestó su deseo de que se abriera al público, deseo que su hijo, Josep Lluís Núñez Navarro, quiere convertir en realidad.
Lamentablemente para él (y para su difunto padre), el ayuntamiento de Barcelona no lo ve nada claro: insiste en que se instale una rampa para discapacitados, algo tirando a imposible porque hasta los escalones de la mansión están considerados patrimonio histórico.
Así pues, la última petición de Núñez Junior ha sido denegada y la casa Lleó i Morera sigue cerrada a cal y canto.
Me temo que el ayuntamiento se ha excedido en su celo. No sé si lo de Nuñez padre y Núñez hijo es un intento de redención por todos los edificios horrendos que han ido diseminando por Barcelona o una simple manera de ganarse unos mangos con las entradas vendidas a los turistas (creo que esta explicación es la más verosímil), pero hurtar a propios y extraños una de las construcciones más hermosas del Paseo de Gràcia no me parece que sea hacerles precisamente un favor a unos y otros.
Con todo mi respeto para los discapacitados, la excusa me parece un poco insuficiente. Que éstos no puedan acceder es una contrariedad, puede que grave, pero, una vez más, no se pueden observar las cosas del pasado con la mirada del presente.
Es muy triste, pero los señorones modernistas no pensaban en los paralíticos, de la misma manera que el tráfico de esclavos se consideraba una ocupación prácticamente respetable.
Esa solución salomónica consistente en que, si no pueden acceder los discapacitados, vamos a prohibirle la entrada a todo el mundo (como os portáis mal con los tuertos, todos ciegos) no es del todo de recibo. Y si hay algún motivo más para no abrir la casa Lleó i Morera, que nos lo expliquen.
El edificio se construyó en una época muy diferente a la nuestra y en la que las minorías eran tratadas aún más a patadas que ahora. ¿Pero por eso nos van a privar a locales y turistas de una de las piezas más bellas del gran Domènech i Muntaner?