Habrá que repetirlo muchas y tantas veces como sea necesario. Lo dijo el Nobel de Literatura André Gide (1869-1951): “Nada perjudica más a una causa, por excelente que sea, que ciertas exageraciones de sus defensores”.

Lo ratificó Thomas Sowell (1930), economista, filósofo político y escritor estadounidense: “El activismo es una forma en que las personas inútiles se sienten importantes”.

Y advirtió: “Incluso si las consecuencias de su activismo son contraproducentes para aquellos a quienes dicen ayudar y dañar el tejido de la sociedad en su conjunto”.

Tomen nota Collboni y sus comparsas activistas. Porque ha recibido la felicitación y agradecimiento de los terroristas de Hamás por su antisemitismo y su judeofobia. Horroroso honor.

Cuando Collboni era imberbe, futuros socialistas y convergentes admiraban a Israel como un pueblo elegido y perseguido. Como el catalán. Un país pequeño y rodeado de países hostiles.

Israel era entonces el referente de izquierdas por sus kibutz. Y el de derechas por su potencia económica y la influencia de importantes judíos en la economía mundial y en Catalunya.

Sus admirados kibutz son asentamientos donde se vive de manera colectiva, se autogestionan y comparten los medios de producción y las riquezas. Allí fueron a formarse futuros líderes políticos catalanes. Mucho después, los Mossos d’Esquadra.

Collboni y sus “personas inútiles” ignoran la gran cantidad de apellidos catalanes de raíces judías. Desde Pujol hasta Roca, segundo apellido de Salvador Illa. Y Cuadrado, el segundo del alcalde, es de origen judío sefardí.

El supuesto alcalde de todos los barceloneses insulta y menosprecia a los judíos barceloneses. Luciendo su incultura sobre el riquísimo patrimonio histórico y cultural que dejaron, dejan y se conserva en la ciudad.

La causa antijudía y antisemita se ha perjudicado a sí misma y a Barcelona como ciudad deshermanada de Tel Aviv. Los judíos, como los catalanes, son muy suyos. Responden a los ataques.

Demostrando, de paso, que los activistas “son contraproducentes para aquellos a quienes dicen ayudar y dañar el tejido de la sociedad en su conjunto”. Barcelona, en este caso.

El que avisa no es traidor. Netanyahu, acusado de crímenes de guerra, advirtió: “Gritar viva Palestina libre es como gritar Heil Hitler.” Tiene libertad de opinión. Y presunción de inocencia.

La causa del alcalde y sus inútiles boicots a todo lo israelí, iguala a Barcelona a los 28 estados miembros de la ONU que no reconocen a Israel. Quince pertenecen a la Liga Árabe. Y diez no árabes a la Organización de Cooperación Islámica.

En esta lista no hay ni una democracia. Desde Afganistán, Irán, Irak y Yemen, hasta Yibuti, en cuyo emblema amenazan dos alfanjes y una lanza. Son países repletos de criminales de toda ralea que violan todos los derechos humanos.

Pero los activistas pro-palestinos, sus patrocinadores, sus amistades terroristas y otras sectas woke tienen gran capacidad de lenguaje y de imaginario para enmascarar la realidad.

Por eso perjudican tan gravemente a la salud democrática, a la libertad y a Barcelona.