El camino ya se ha trazado. Dos años después de la elección del nuevo alcalde de Barcelona se puede establecer una hoja de ruta tanto de lo que podría haber sido Barcelona como de lo que será a partir del próximo mandato. Jaume Collboni tiene claro por dónde quiere transitar, como refleja en la entrevista de este domingo con Metrópoli, respecto, por ejemplo, a la medida del 30% de vivienda protegida.
Está Collboni donde siempre ha estado la socialdemocracia. Quizá no haya que inventar nada nuevo. Las posibles reacciones ante la involución democrática que se vive en todo el mundo occidental no deberían ir muy lejos. Es decir, ante los cambios, lo que prima es mantener un mundo que funcionó. Y que ha respetado siempre las reglas de juego.
La socialdemocracia bebe directamente del liberalismo político. Y es eso lo que se debe defender: equilibrio entre los distintos poderes, un estado que sea justo con los que quisieran el velo de la ignorancia al nacer, como nos enseñó John Rawls, y que ofrezca oportunidades al número más extenso posible de personas.
De ahí no se mueve Collboni, que insiste en que para repartir lo primero que se debe asegurar es la creación de riqueza. La ciudad será lo que quiera que sea su sociedad civil, sus emprendedores y su tejido asociativo y empresarial.
El gobierno municipal, con unas competencias limitadas, lo que puede es compensar, guiar y ofrecer algunas recetas. Una, por ejemplo, que es polémica porque perjudica a algunos sectores económicos, es la que proclama que la vivienda es para habitarla, y que no debe ser un elemento de especulación.
Ante eso, se presenta una disyuntiva interesante. Si el gobierno municipal ha decidido que los pisos turísticos tienen un horizonte de caducidad, en noviembre de 2028, y eso beneficia a los hoteleros, ¿cómo es posible que éstos critiquen con gran dureza la medida de subir la tasa turística?
¿No es la medida de Collboni sobre los pisos turísticos favorable a los intereses de los hoteleros? El alcalde lo señala una y otra vez: los turistas tienen albergues, hoteles y pensiones a su alcance. Ya está. Se pregunta Collboni, y en eso acierta, ¿por qué las plataformas de todo tipo, sean de movilidad o de comida, quieren imponer un determinado modelo de sociedad y de ciudad?
El modelo lo debe decidir la ciudadanía, a través de su voto, y son sus representantes, en instituciones marcadas por el liberalismo político –que a nadie se le olvide—los que deben acordar y marcar las prioridades.
¿Es un modelo de izquierdas el de Collboni? ¿De verdad una socialdemocracia que pone el acento en la generación de oportunidades debe tildarse de izquierda, o puede ser un lugar amplio de encuentro?
Por eso, lo que marca Collboni ahora es ya el próximo mandato municipal. Ha comprobado el alcalde socialista que con diez concejales todo es demasiado complicado. Puede gobernar, porque, en parte, tiene el apoyo de ERC, que le ha permitido ahora una partida de inversiones en todos los distritos de Barcelona.
Pero no puede llevar adelante medidas tan importantes como la reforma del 30% de vivienda protegida, o la ordenanza de civismo, que es absolutamente crucial.
Lo que se dibuja es un escenario donde Collboni está en el centro. Le quedan dos años para convencer a la ciudadanía de que necesita más apoyo para gobernar con más posibilidades de transformación.
Le quedan dos años para seducir a una parte del electorado que se inclinó por Junts o por los comunes y que ven cómo esas dos formaciones políticas se han autodescartado para colaborar en nada.