Janet Sanz todavía no se ha dado cuenta que es una convidada de piedra en el juego de tronos de los comunes. Clausuró el congreso de Barcelona en Comú con ínfulas -traduzcan por pretensiones arrogantes- de candidata “con un discurso que tiene poco de nuevo, pero mucho de presentación de candidatura para liderar el partido en la capital catalana”, como decía en estas páginas nuestra compañera Iva Anguera.

Sin embargo, Sanz dista mucho de ser candidata. Es, como mucho, una líder interina. Ella se esfuerza en liderar la política de acoso y derribo contra Jaume Collboni loando los éxitos de los gobiernos de Ada Colau. Loa a su antecesora que sigue calentando la banda a la espera de que se convoquen primarias y, lo más importante, que dicen los cualitativos de las encuestas sin olvidar los cuantitativos.

Sanz o Colau dirimirán si se presentan de nuevo a la alcaldía. Lo harán por cuarta vez guardando en el cajón con naftalina aquella máxima que decía que los Comunes solo se presentarían en dos elecciones porque no querían perpetuarse en política. Lo que son las cosas.

Colau a pesar de su tocata y fuga de la política municipal, porque hacer oposición es muy duro, sigue deshojando la margarita. Sanz hace esfuerzos por aparentar ser la líder con la mirada condescendiente de los pesos pesados del partido. Es la única que no sabe que no es un valor en alza. Lleva sus ínfulas, una cinta de lana blanca con dos tiras caídas a los lados con que se ceñían en la cabeza en el Imperio Romano o los sacerdotes o, y aquí radica la cuestión, las víctimas de los sacrificios.

Janet Sanz todavía se cree sacerdotisa pero va camino del patíbulo como víctima. Ha ocupado interinamente en liderazgo en el que acusa al alcalde de todos los males y de entregarse a los poderes fácticos. Y lo hace con la táctica del perro del hortelano, ni come ni deja comer, y de la mano de Junts, que ya puestos, son el brazo ejecutor de esos poderes fácticos de los que reniega. Pero si los números le salen a Colau se tendrá que conformar con el premio de consolación. De momento esos números no salen.

La izquierda cuando hace la pinza al Partido Socialista aliada con la derecha acaba mal. Le pasó a Pedro Escobar, líder de Izquierda Unida en Extremadura que le dio el poder al PP. A Julio Anguita cuando hacía arrumacos con Aznar. O al alcalde de Cerdanyola del Vallès, Toni Morral, que pactó con Convergència para quitar la alcaldía al PSC y acabó en Junts.

La derecha siempre pone altavoces a sus cantos de sirena y Sanz los ha escuchado. Junts va sin líder y a lo loco. Solo le interesa que Barcelona no funcione, que el motor no arranque. Lo mismo que a Sanz que espera que el PSC se debilite y ella recoja sus frutos. Tenga una cosa en cuenta ya que hablamos de ínfulas: “Roma no paga a traidores”, y Barcelona tampoco. Aunque, pensándolo bien, esto también valdría para Jordi Martí porque sus votantes no entienden sus mimos con los comunes.

Siento chafarle la guitarra a la señora Sanz. Su política no cuaja. La gestión del actual Ayuntamiento es la mejor valorada desde 2018, año en el que los barceloneses todavía se creían a Colau.

El alcalde, para colmo de sus colmos, es el único líder que aprueba mientras que Sanz suspende con un 4,3% y con un conocimiento de sólo un 37%. ¡Menos mal que lleva más de 14 años en el consistorio! Aquí hay que reconocer que Jordi Martí, otro interino en Junts, le gana por la mano porque solo lo conoce un 16%.

Y el jarro final de agua fría. Los comunes solo consiguen un 7,9% de intención directa de voto. El PSC, el 16,1%, más de cuatro puntos por encima de los resultados de 2023. Quizás, Sanz y sus comunes no están viendo que van en dirección contraria, o que los barceloneses no entienden lo de la alianza con Junts y se lo apuntan.

y por hoy, por muchas ínfulas que tenga es más víctima que sacerdotisa. Caerá en el patíbulo de los comunes donde Ada Colau sigue mandando en lo que queda, porque fuera de Barcelona son un erial.